martes, octubre 30, 2012

Los Federer


Los hombres tipo Federer son esos asquerosos que cuando juegas a cualquier cosa con ellos no sólo te derrotan, sino que te humillan y te dejan en ridículo. Y para más INRI lo hacen desde la elegancia, desde la discreción, con caballerosidad; generosos en la victoria la celebran sólo con media sonrisa, te felicitan por lo bien que has competido (aunque no hayas logrado hacerles ni un punto) y todo ello (y es lo que más jode) sin despeinarse, sin el más mínimo esfuerzo, como si derrotarte fuera para ellos algo tan natural como el respirar.

A veces coincides con un individuo del modelo Federer en un viaje. Tú has metido en la maleta una plancha de viaje, y hasta un bote rojo de Toke, ese apresto en forma de spray que promete darle un aspecto almidonado a tus camisas. Total que después de darte un madrugón para planchar, después de sudar planchando tu camiseta más que si hubieras trasnochado en una sauna finlandesa en un hotel del Caribe y de derrochar más vapor que una locomotora asmática, bajas a desayunar y cuando sales del ascensor pareces un zarrapastroso con la prenda hecha ya un pingajo, que de tanta arruga el Coronel Tapioca parece un octogenario. En el hall te espera con la sonrisa más reluciente que has visto nunca el Federer de turno, hecho un pincel, con su camisa impoluta y estiradita y eso que es de esas de chorreras que tú no compras ni de coña porque no hay quien meta el pico de la plancha entre  tanto bordado y tanto adorno. Entonces él se excusa modestamente por su aspecto desaliñado y confiesa que se ha olvidado la plancha en casa pero que él dobla las camisas nosécómo para meterlas en la maleta y te hace una demostración con la servilleta con la punta de los dedos y en medio segundo nada más. Que tú eso lo has visto en Internet y lo has practicado en casa pero lo más que has conseguido es hacerle un nudo a la manga. Y mientras te reconcomes por dentro él sigue plegando la servilleta hasta transformarla en una garza que arranca los aplausos del personal y pone en pie a todo el comedor.
Y al regresar de la excursión por la noche tú vuelves cubierto de harapos porque te has enganchado en todos los espinos del camino y llevas medio culete al aire porque te caiste entre las zarzas; mientras que él y su pareja regresan como dos pimpollos, contando que unas amables indígenas les han bordado las iniciales en las camisas y les han regalado unos gemelos de artesanía gratis porque les habían caído muy simpáticos. Cuando te preguntan que si habéis comprado algo en la visita  te niegas a confesar que después de media hora de regateo has comprado los mismos gemelos por 40 dólares y por mucho que ofreciste no se dignaron a remendarte el pantalón porque aquellos antropófagos nunca habían visto un culo tan blanco y no podían parar de reírse.

Cuando bajas la basura y te cruzas en el ascensor con tu vecino el Federer tu bolsa va pingando y eso que has comprado en el Mercadona un saco reforzado especial antifugas, antiolores y con cierre automático. Has tomado todas las precauciones y aún así te sonrojas porque se te escurren por los lados las raspas del pescado y las mondas de plátano. Él baja con un paquetito tan mono que parece que le han envuelto un regalo en Tiffanys. 

También te encuentras en el trabajo con el compañero Federer. Tú te pasas semanas preparando un trabajo, sacrificas horas de sueño, comes a base de sandwiches para no perder ni un minuto y cuando vas a exponerlo te traicionan los nervios, conviertes tu discurso en un farfullo incomprensible, al hablar escupes perdigones al presidente del Consejo de Administración, rompes a sudar, te desmayas como una damisela y, cuando recuperas el conocimiento, allí está Federer abanicándote después de haberte practicado una maniobra de reanimación. Y todos le dan palmaditas en la espalda porque mientras te practicaba el masaje cardíaco improvisaba cuatro frases con las que defendía tu proyecto, lo enriquecía con un par de aportaciones de cosecha propia y dibujaba unas gráficas de estimación de beneficios con la mano que le quedaba libre. Mientras bebías el vaso de agua que te ofrecía te dabas cuenta que no sólo tenías que estarle agradecido porque había salvado tu vida sino que encima había evitado que te despidieran pues había logrado convencerlos para que te integraran en un programa nuevo para empleados aquejados del síndrome de Burnout. Además cuando te hacía el boca a boca te percataste de lo bien que besa el condenado.


Y es entonces cuando comprendes y te solidarizas con Caín. Porque aquel carapijo de Abel se merecía algo más que un par de buenas hostias.


domingo, octubre 28, 2012

Porca Miseria


No queda nada en la nevera. Media cebolla verdosa cuya otra mitad me hizo llorar allá por el Pleistoceno. Un poco de mantequilla rancia mal envuelta en su propio papel de plata. Una botella de leche abierta por cuya boca afloran formas de vida amenazantes. Una huevera vacía que me hace picar siempre porque aún conservo la vana esperanza de que surja en ella un huevo por generación espontánea. Ah, y hielo, mucho hielo en el congelador. A veces pienso que todo el hielo que ha desaparecido de los casquetes polares ha ido a parar a mi frigorífico. Por entre el hielo asoma un bigote de gamba lo que me hace sospechar que bajo esa espesa capa podría esconderse un langostino huérfano o un aterido mamuth pelirrojo, vete tú a saber. No tardaré en salir de dudas. Me han cortado la luz.

Intento improvisar un menú para la cena. Buñuelos de viento elaborados con un único ingrediente es mi mejor opción. He desistido de aderezar una sopa jardinera con los geranios del balcón de la vecina porque la muy cabrona egoísta me tiene a raya con su escoba y no he conseguido robarle ni un esqueje. Sumido en el abatimiento que suele acompañar a la hambruna me acuerdo de repente y con alegría de que conservo unos garbanzos que usábamos como amarracos para jugar al mus. Corro a mirar al mueble del salón. El tapete verde que envuelve la baraja resulta excelente como mantel pero los garbanzos me han quedado un poco duros. También me han cortado el gas.

Mientras los garbanzos rebotan en mi estómago como las bolas en el bombo de la Lotería de Navidad me dispongo a preparar el segundo plato. No me preguntéis de dónde he sacado el gas metano para el hornillo del camping ni dónde he tenido que enchufar la manguera naranja pero, si os sirve de pista, los restos de mantequilla me fueron de gran utilidad. En esa postura me sentí más humillada y cachoperra que la protagonista de "El último tango" pero al final he logrado freír una esponja de baño en la mantequilla sobrante. Todo un descubrimiento. Me recuerda mucho en sabor y textura al tofu. Bueno, a mí el tofu siempre me supo a esponja qué queréis que os diga. Mañana pienso experimentar con una bayeta Vileda a ver si me salen unos crêpes o unos tacos mejicanos. He untado otra esponja a guisa de tostada con crema hidratante porque según la etiqueta está llena de nutrientes y oligoelementos esenciales para mantener la piel tersa. Compruebo que es ideal también para el tránsito intestinal. Lo compruebo demasiado tarde, desgraciadamente. Sin que pueda remediarlo los garbanzos a medio digerir se  desparraman boxer abajo y  golpeando como canicas las baldosas se esparcen por el suelo de la cocina.


De postre tengo uñas. Petites ongles au sesame noir he escrito en el menú con letra redondilla. En francés todo suena mucho más apetitoso, donde va a parar. La literatura y el glamour al servicio de la gastronomía paupérrima. He probado antes a comerme mi propia lengua pero me ha dado mucha dentera y al primer mordisquito he renunciado porque soy un gallina para eso de la mortificación y de soportar el dolor físico pues siempre he sido de la opinión que se goza mucho más leyendo al divino Marqués de Sade que llevando sus enseñanzas a la práctica. A buen hambre no hay pan duro ni lengua blanda pero por lo que se ve aún no tengo bastante gazuza como para disfrutar con la autofagia.
 Para levantar los ánimos decido prepararme un cocktail para alejar la depresión y consigo combinar  un pippermint frappé rascando un poco de la  escarcha del frigorífico y un algo del musgo que está saliendo en la silicona de la bañera, para rematarlo con agua oxigenada. Lo adorno con una sombrillita hawaiana y una pajita de tirabuzón. Lo pruebo: Los de Lipton hacen tés bastante peores.

Con un palillo entre los dientes para acabar de optimizar la ingesta de calorías me  he mirado en el espejo y pese al régimen de esta temporada me encontré seboso y rechonchete. Mi aspecto me resultaba tan irresistiblemente apetecible que tuve que reprimir el impulso de abalanzarme sobre el espejo para devorarme y me limité a lamer la luna con fruición.  Dicen que esa falsa percepción de la propia imagen es uno de los primeros síntomas de la anorexia, o de la bulimia que con esos dos trastornos siempre me hago un lío.

Para mañana tengo pensado celebrar otro banquete similar. Ni que decir tiene que estáis todos invitados.



 Con poco me lo monto, un spot genial. Que nadie se pierda la letra de los Zodiacs

sábado, octubre 20, 2012

¡Libertad para Gao Ping!


Gao Ping, ese chinorri tan asquerosamente rico que cuando quería encender sus puros le prendía fuego a un Picasso y que para celebrar su primer trillón de yuanes se comió al Tío Gilito laqueado al estilo de Pekín, era hasta hace poco un simple marchante de arte. Ahora no, ahora él mismo es un artista consagrado,  un referente para todas la vanguardias que ha dejado a la calavera de diamantes de Damien Hirst a la altura de un souvenir de chichinagua de una tienda de heavys. 
Su obra maestra "El carrito de supermercado abarrotado de Euros"  se ha convertido en sólo unos días en el icono que va a representar el Arte del Siglo XXI para la posteridad. Esta pieza elaborada en técnica mixta de alambre anodizado y papel-moneda encarna y sintetiza los valores de nuestra sociedad actual: Dinero y Mercados. Y ha ennoblecido un objeto tan cotidiano como el carrito de la compra de la misma manera que, a principios del siglo pasado, Marcel Duchamp transformara en objeto artístico un urinario. El acto de comprar ha transcendido y en vez de para cubrir una necesidad cuando me paseo por los pasillos del Mercadona empujo mi carrito muy ufano porque siento que estoy realizando una performance de tetrabricks y cajas de krispis y voy llenándolo de bloques de chopped y barritas de cangrejo como si fuesen  lingotes de oro y platino. 

Lo esencial para transformar cualquier cosa en obra de arte es saber escoger un marco bonito y el entorno en que lo expones. Un amigo mío pintor se quejaba siempre de que no podía exponer porque no tenía dinero para enmarcar. Y es que la obra en sí no vale nada, lo que la pone en valor es el marquito, tú pones un Degas en mi salón encima de la tele y no te dice nada, y las visitas chismorrearán de lo hortera que me estoy volviendo. Lo pones en el Guggenheim y la gente hace colas para verlo.
Gao Ping era muy consciente del valor que confiere la presentación, el envoltorio. Esos diamantes que guardaba estuchados para que no se rayaran valen el doble sólo por ese extraño estuche cónico. Y Gao Ping hizo lo mismo con la pasta, Todo ese montón de billetes expuestos en las estanterías del Banco de España no despertarían en nosotros la menor respuesta emocional y miraríamos para ellos con el mismo aburrimiento con el que los trasiegan los empleados de Prosegur (con la excepción del Dioni que se le disparaba la imaginación y veía mulatas donde sus compañeros sólo veían pilas de trabajo).  Al meter los billetes en un carrito de la compra en un arranque de genialidad Gao Ping ha traspasado todas las fronteras de lo conceptual y ha sabido atraer hacía sí todas las miradas. Porque ese carro es de un valor incalculable, yo mismo sería capaz de sacrificar toda mi inmensa fortuna por tenerlo. Y como  toda obra de arte inmortal para alcanzar un resultado sublime es preciso mucho sacrificio. Para conseguir llenar ese carro ha sido necesario tanto dolor y sufrimiento como para construir una Pirámide. Detrás de cada billete hay litros de sudor, hay muchas lágrimas derramadas, muchas noches en vela cosiendo y ha habido que tragarse mucha más baba y semen que el que se traga en todas las películas de Nacho Vidal juntas.

Pero somos un país ingrato que no conforme con ignorar a los artistas los encarcelamos y la Policía, en un alarde de creatividad, ha puesto al carro patas arriba dejando al artista dentro y ha transformado las barritas del carrito en los barrotes de una prisión. Como en las películas de serie B siempre que hay un chino hay una conjura. Según mis fuentes generalmente bien informadas el chino Gao Ping y el americano Adelson tenían planeado asociarse para aprovechar los contactos con el mundillo de la Cultura del galerista y que les dejasen montar su casino en el Museo del Prado. Lo de Alcorcón era sólo para despistar. Adelson pondría los naipes y Gao Ping el marco que es lo suyo.  Nada de recrear Venecia como en Las Vegas, ni construir un rascacielos en forma de junco como en Singapur.  En pleno Madrid ya tenemos un "marco incomparable" para instalar en las amplias salas de nuestra pinacoteca las ruletas, las mesas de black jack y unos trileros para dar la nota de sabor local. En los sótanos del Prado todavía sobraría sitio para un taller con máquinas de coser. ¿No me diréis que Recreativos Goya no suena bien? Así, cuando le dieras a la palanca de la tragaperras si consiguieses juntar las cerezas del JackPot te llevarías de premio a casa Las Meninas de Velázquez o, si lo prefieres, una muñeca hinchable con la misma boquita que Esperanza Aguirre.