El Central African Medical Journal en 1962 daba cuenta de una terrible epidemia de risa incontinente que se expandió como reguero de pólvora por el África Oriental.
El brote surgió en una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. En la pequeña aldea de Bukova al norte de Tanganika.
Como en el Palmar de Troya, la cosa arrancó con tres pastorcillas que se contaron el chiste del perro Mistetas:
Las niñas no logran contener la risa. La maestra misionera se agarra un cabreo que se le eriza la toca. Cuanto más se cabrea más incontenible se hace la risa que se extiende a los pupitres de la misma fila, luego a toda la columna. Al final toda la clase, incluida la profesora, se une en una carcajada atronadora unánime, todo aquel coro de piñatas abiertas forman una galaxia de marfil sobre un firmamento de chocolate.
La clase contigua, la de los chicos, escucha, a través de un tabique de chichinabo, el escándalo de las alumnas de al lado. Al principio asombrados, hasta que un mozalbete intenta contener una risotada apretando los labios. Se le escapan los mocos. Los compañeros, que lo ven, estallan en carcajadas. El profesor golpea la mesa con la regla durante media hora, tratando de imponer el orden. Se rinde y se refugia en el despacho del director. Atrincherados allí, al ver que, pasadas varias horas, la histeria no remite y se ha contagiado al resto de las aulas, deciden reportarlo al Inspector de Educación que ordena el cierre de la Escuela.
Que cierren la escuela es un motivo de felicidad para cualquier niño sano. Regresan a sus aldeas caminando doblados, con una mano en el costado por el flato que provoca tanta risa. Sin poder hablar, explican a sus familias por señas lo que ha pasado; los aspavientos descontrolados de los chavales al contarlo desencandenan ataques entre sus parientes. Cae la noche y el sueño no puede con la risa. Durante un instante parecen controlarse pero el silencio dura un segundo. Un pedo inoportuno retumba a través de las pajas de una choza y se vuelve a desencadenar el huracán del jolgorio.
Al día siguiente, ojerosos pero con lágrimas de felicidad, nadie es capaz de ir a trabajar a las plantaciones. Los propietarios, contrariados, explican la gravedad del asunto por teléfono al gobernador, éste toma el asunto en serio, pese al cachondeíto que le llega desde el otro extremo del hilo telefónico. Cuelga y llama por el teléfono rojo al presidente, que decreta el Estado de Emergencia Nacional dando palmadas en la espalda a los demás miembros del Consejo de Ministros que también se tronchan mientras redactan el edicto.
(Esta pandemia fue real. La aldea de Bukova y la fecha son correctas. El resto... bueno, algunos ya sabéis lo fiel que suelo ser narrando los acontecimientos...
El origen de la epidemia sigue siendo un misterio. Desapareció al cabo de unas semanas, sin secuelas y de un modo tan inexplicable como su aparición.
Tuve noticias de esta epidemia en el muro de la fabulosa Maria Gelpí Rd que nos recordaba también las epidemias de danza de Alemania e Italia entorno al Siglo XV).
Brotes de risa similares se han detectado en la isla de Jamaica. Es una enfermedad endémica entre adultos de religión rastafari.