Encendió la webcam. Miró el contador de visitas. Agitó el spray y extendió la espuma de afeitar sobre su pubis. La cuchilla se arrastró sobre la piel con un sonido rasposo la primera pasada, un poco más tenue la siguiente, imperceptible a la tercera.
Se chupó un dedo. Acarició su clítoris. Con dos dedos desplegó un atlas carnal de color rosa chicle, recorrió sus geografías con un índice sinuoso hasta clavarlo en el centro de la rosa de todos los vientos. Pronto hubo hueco para un segundo dedo, un suave vaivén dejó espacio para un tercero.
Abrió un tubo de lubricante, hizo piña con los dedos y los cubrió con un gel que le recordó aquel otro con el que, no hace mucho, habían untado el escáner de un ecógrafo. Nada es demasiado grande si tienes bastante lubricante a mano, le habían aconsejado cuando había empezado con esto. La piña entró sin apenas esfuerzo y el resto del puño también. Sacó la mano, sólo lo suficiente para embadurnar la otra mano, unirlas en oración piadosa y meterlas de nuevo dentro, hasta la muñeca primero, luego hasta el codo.
Jadeante, extrajo las dos manos y pensó, sólo un instante, en parar. Volvió a coger la espuma y se untó la cabeza como si fuera el merengue de un pastel de bodas; se afeitó el cráneo que brilló con la luz difusa de la pantalla del ordenador. Las visitas habían subido exponencialmente. Extendió una capa de vaselina desde la frente hasta la nuca; mitigado por el ungüento viscoso sintió en sus escurridizas yemas el pulso en una sien y luego en la otra.
Introdujo la cabeza entre las piernas en un gesto mitad de avestruz, mitad de molusco. Alargó un cuello de caracol hasta penetrarse. Braceó con todas su fuerzas, apoyó las palmas en las paredes del útero para avanzar aún más allá. Confiaba en flotar en un océano ingrávido de líquido amniótico y se vio succionada por un torbellino formado por el esperma, la saliva y las lágrimas de mil y una noches. Arqueó la espalda que desapareció engullida vértebra a vértebra por la vagina, se combó cuanto pudo y se plegó hasta alcanzar el centro de sus centros.
Se desvaneció en el aire como una pompa de jabón cuando estalla.