miércoles, julio 13, 2016

HARPO


No sé si saben que Harpo se llamaba en realidad Adolf Marx, ¡mira que ya afinaron sus padrinos! Tampoco sé si recuerdan la razón de su mudez: Tras una de sus primeras actuaciones un crítico teatral alabó sus dotes para la pantomima y su presencia en escena pero afirmó que todo se desplomaba en cuanto abría la boca. Desde ese día Harpo cerró el pico para siempre, no volvió a pronunciar palabra sobre un escenario ni ante un micrófono.

Hace unos pocos menos de años, pero aún así bastantes, un amigo cometió la torpe ingenuidad de someter un puñado de versos al juicio crítico de otro colega con cierta aureola de intelectualidad circunvalando su enorme cabezota. Tras una lectura acelerada y desdeñosa la calificó con sólo tres palabras: "artificial, fría y pretenciosa". No recuerdo si mi amigo volvió a escribir después de aquello, lo que es bien seguro es que no volvieron a hablarse.
Más o menos por aquellos años, a otro coleguilla y a mí nos dio por frecuentar la única buhardilla del mundo ubicada en un entresuelo. Les describo el ambiente: nada parecido a una silla, todo lleno de cojines y mucho humo que salía no se sabe bien de dónde. Y allí nos plantamos nosotros, como el señor Don Gato, atraídos por el olor de la sardina... y del bacalao.
Un tanto cohibido y atolondrado recurrí a pequeñas bromas y juegos de palabras para romper el hielo. Cada vez que abría la boca una de las chicas (de aquella un patito feo aunque años más tarde se convertiría en cisne) frustraba cada intento con un jajá con sarcasmo, un pequeño abucheo o un gran abucheo. Incapaz de soportar tanto desaliento me sumí en un silencio enfurruñado. A las pocas semanas fuimos declarados personas non gratas en aquella buhardilla; ni más risas ni más ná de ná.
El amor y  el humor requieren sus preliminares. Ambos tienen sus ritmos y sus precalentamientos, requieren del estímulo y de la complicidad del público presente. Uno solo es incapaz de levantar nada sin ayuda; la indulgencia con los actos cómicos fallidos es fundamental, la carcajada falsa, ese orgasmo fingido. Seguir un poquito el rollo con buen rollo hasta alcanzar el delirio.
Tal vez sea mejor callarme para siempre. Aunque para eso tendría que tener la fuerza de voluntad de Harpo Marx y comprarme una bocina.

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