No queda nada en la nevera. Media cebolla verdosa cuya otra mitad me hizo llorar allá por el Pleistoceno. Un poco de mantequilla rancia mal envuelta en su propio papel de plata. Una botella de leche abierta por cuya boca afloran formas de vida amenazantes. Una huevera vacía que me hace picar siempre porque aún conservo la vana esperanza de que surja en ella un huevo por generación espontánea. Ah, y hielo, mucho hielo en el congelador. A veces pienso que todo el hielo que ha desaparecido de los casquetes polares ha ido a parar a mi frigorífico. Por entre el hielo asoma un bigote de gamba lo que me hace sospechar que bajo esa espesa capa podría esconderse un langostino huérfano o un aterido mamuth pelirrojo, vete tú a saber. No tardaré en salir de dudas. Me han cortado la luz.
Intento improvisar un menú para la cena. Buñuelos de viento elaborados con un único ingrediente es mi mejor opción. He desistido de aderezar una sopa jardinera con los geranios del balcón de la vecina porque la muy cabrona egoísta me tiene a raya con su escoba y no he conseguido robarle ni un esqueje. Sumido en el abatimiento que suele acompañar a la hambruna me acuerdo de repente y con alegría de que conservo unos garbanzos que usábamos como amarracos para jugar al mus. Corro a mirar al mueble del salón. El tapete verde que envuelve la baraja resulta excelente como mantel pero los garbanzos me han quedado un poco duros. También me han cortado el gas.
Mientras los garbanzos rebotan en mi estómago como las bolas en el bombo de la Lotería de Navidad me dispongo a preparar el segundo plato. No me preguntéis de dónde he sacado el gas metano para el hornillo del camping ni dónde he tenido que enchufar la manguera naranja pero, si os sirve de pista, los restos de mantequilla me fueron de gran utilidad. En esa postura me sentí más humillada y cachoperra que la protagonista de "El último tango" pero al final he logrado freír una esponja de baño en la mantequilla sobrante. Todo un descubrimiento. Me recuerda mucho en sabor y textura al tofu. Bueno, a mí el tofu siempre me supo a esponja qué queréis que os diga. Mañana pienso experimentar con una bayeta Vileda a ver si me salen unos crêpes o unos tacos mejicanos. He untado otra esponja a guisa de tostada con crema hidratante porque según la etiqueta está llena de nutrientes y oligoelementos esenciales para mantener la piel tersa. Compruebo que es ideal también para el tránsito intestinal. Lo compruebo demasiado tarde, desgraciadamente. Sin que pueda remediarlo los garbanzos a medio digerir se desparraman boxer abajo y golpeando como canicas las baldosas se esparcen por el suelo de la cocina.
De postre tengo uñas. Petites ongles au sesame noir he escrito en el menú con letra redondilla. En francés todo suena mucho más apetitoso, donde va a parar. La literatura y el glamour al servicio de la gastronomía paupérrima. He probado antes a comerme mi propia lengua pero me ha dado mucha dentera y al primer mordisquito he renunciado porque soy un gallina para eso de la mortificación y de soportar el dolor físico pues siempre he sido de la opinión que se goza mucho más leyendo al divino Marqués de Sade que llevando sus enseñanzas a la práctica. A buen hambre no hay pan duro ni lengua blanda pero por lo que se ve aún no tengo bastante gazuza como para disfrutar con la autofagia.
Para levantar los ánimos decido prepararme un cocktail para alejar la depresión y consigo combinar un pippermint frappé rascando un poco de la escarcha del frigorífico y un algo del musgo que está saliendo en la silicona de la bañera, para rematarlo con agua oxigenada. Lo adorno con una sombrillita hawaiana y una pajita de tirabuzón. Lo pruebo: Los de Lipton hacen tés bastante peores.
Con un palillo entre los dientes para acabar de optimizar la ingesta de calorías me he mirado en el espejo y pese al régimen de esta temporada me encontré seboso y rechonchete. Mi aspecto me resultaba tan irresistiblemente apetecible que tuve que reprimir el impulso de abalanzarme sobre el espejo para devorarme y me limité a lamer la luna con fruición. Dicen que esa falsa percepción de la propia imagen es uno de los primeros síntomas de la anorexia, o de la bulimia que con esos dos trastornos siempre me hago un lío.
Para mañana tengo pensado celebrar otro banquete similar. Ni que decir tiene que estáis todos invitados.
Con poco me lo monto, un spot genial. Que nadie se pierda la letra de los Zodiacs
jajajajjajaaja ya te echaba yo de menos, pazzos¡¡¡ Y es que el hambre te tenía paralizado... Menos mal que con este atracón has encontrado de nuevo las fuerzas para mover los dedos...
ResponderEliminarSi lo hubieras sabido antes, a que hubieras criado mejor un San Bernardo que esa miniatura??? Yo tengo a mi gato superlustroso y de buen ver para cuando nos toque hacer una paella... Me da para varios días.
Un beso y ánimo, que ya queda menos para el Gordo ;-)
Te cambio tu gato superlustroso por un hámster canijo pero muy flamenco.
EliminarYo es que de repente estoy a dieta.. ¡¡ Pero gracias!!!
ResponderEliminarMuas!!!
Un payaso astronauta con estómago de porexpan... mmmm.
Ya estamos poniendo excusas para declinar mi generosa invitación.
EliminarAcabo de apuntar este menú de superviviencia en mis imprescindibles jajajaja.
ResponderEliminarComer no comeremos pero nos alimentamos de estos buenos momentos y remedios caseros tuyos.
Yo no voy a poder ir pero te mando a mí perro que ese se come lo que le echen:)
Un abrazo Pazzos
Bertha, si en algo estimas a tu perro mejor no lo mandes que tengo por aquí una receta vietnamita...
EliminarPues, no se si aceptar tu invitación, o conformarme con el indrscriptible "chapapote" disfrazado de café, con que nos alegran todos los desayunos por aquí.
ResponderEliminarY es que el Principado decidió ahorrar, y le debe una millonada a las asociaciones de minusválidos, como la que regenta este "hotel" donde vivo.
Un abrazo hambriento
Si lo hacen por vuestro bien, que el café os pone muy nerviosos y lo mismo armáis una revuelta...
EliminarLe mando un tupper para que me lo llene con lo que pueda esta semana y le emplazo para la próxima.
ResponderEliminarTraiga usted un carro de la compra (plegable a poder ser), una pelota cualquiera y un muñeco del tamaño de un Nenuco: iremos al zoo. Las verduras son fáciles de conseguir porque los monos se distraen con cualquier cosa. Los pescaditos vendrán a nosotros en cuanto echemos la pelota a la piscina de las focas. Lo de la carne ya es otro cantar, no le voy a engañar: los leones son muy suyos y forcejean por unos muslitos de pollo como si les fuera la vida en ello, pero con un Nenuco entre las garras se ponen la mar de tiernos.
Eso sí, rece para que no llueva. Que completar la operación de abastecimiento con un paraguas en la mano, por experiencia se lo digo, despierta el apetito cosa fina.
Besos sin vales de descuento, querido.
En la visita al zoo podemos aprovechar cuando bostece el hipopótamo para arrojarnos entre fauces. Créame, devorado desde dentro está mucho más tierno y su carne es de una delicadeza extrema. Le garantizo un agape suculento en un ambiente cálido, íntimo y romántico a la par que exótico.
EliminarDeberías escribir un libro de recetas de cocina para tiempos de miseria.
ResponderEliminarNo me esperes mañana para el banquete, tengo hora en el taxidermista.
Saludos.
Caruano, no te preocupes que te sirvo en moto un pedido express al taxidermista a través del servicio de TeleRaspas
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