Desde los tiempos de Caín y Abel siempre ha habido un hermano que se apretaba el cinturón mientras que el otro echaba la casa por la ventana. En tanto que uno se empeñaba en cebar un cochinillo por la espalda con cualquier centavo que caía en sus manos, el más espabilao desarrollaba una extraordinaria destreza en hacerle una cesárea lumbar al cerdo con el cuchillo de untar la Natacha, no por maldad ni por codicia sino por aliviar al pobre animal de tanto sobrepeso.
El día que el hermano ahorrador calculaba por el peso que a aquel cerdo le había llegado su SanMartín lo reventaba sin piedad de un martillazo. Cuando comprobaba con desconsuelo que aquella hucha porcina en lugar de monedas sólo contenía botones llegaba a la conclusión de que a los cerdos de barro se les acumulan botones en el intestino del mismo modo que a la tía Nicasia se le formaban piedras en la vesícula.
Pues resulta que en Europa, nuestros hermanos mayores, los alemanes, están ahora muy empeñados en que sentemos la cabeza y empecemos a ahorrar. Nos exigen disciplina como si fuéramos británicos de esos que se dejan atar con ropa interior de cuero negro y pelotas de pingpong en la boca. Y se ponen muy pesados e insisten en que, si no lo hacemos, la Merkel nos va a soltar una colleja. Y esa mujer con cara de pánzer tiene una mano muy larga y muy suelta.
Los germanos son gente austera, y no es por una cuestión de superioridad moral sino más bien por falta de imaginación a la hora del gasto. Los alemanes tanto ahorrar, tanto ahorrar, ¿para qué? para luego gastárselo ellos en cañones y en organizar unos desfiles muy bonitos... Y en cuanto pueden te montan una Falla en la que sustituyen a los ninots por judíos en pijama de rayas. Y esa fiesta de pijamas acaba como acaba...
Hay pueblos más dotados que otros para la cosa del ahorro; por ejemplo, dicen las malas lenguas que el hilo de cobre lo inventaron dos catalanes peleando por una peseta. Pero para los demás, aunque lo intentemos, ahorrar no es tan fácil como parece. No se puede aplicar una misma regla para todos los mercados. Porque tú sales un día con tus amigos y para economizar pedís un Kas de limón con ocho pajas. Si es en un chiringuito en la playa puede colar pero si eso mismo lo pides en un puticlub te sale por el ojo de una cara.
Y los franceses, aunque más comprensivos que los alemanes, en cuanto pueden nos restriegan por la cara esa fabullilla de La Fontaine, esa, la de la cigarra y la hormiga. Lo que la mayoría de los gabachos ignoran, con el LaFontaine ese de los cojones a la cabeza, es que una cigarra vive entre 8 y 16 años bajo tierra en estado de larva y luego todo un verano dando la tabarra por las noches. En cambio la hormiga... Por mucho que viva aún está por ver la primera hormiga que llega a la edad de jubilación.
Muy bueno el post y muy bien traído el vídeo de Los lunes al sol (me gustó mucho esa escena de la peli), pero lo que más me ha llamado la atención (tonto estoy) es que en tu pueblo todavía se venda la margarina "Natacha", un producto que por aquí ya no se ve (yo, de niño, fui natachadicto).;-)
ResponderEliminarMe parece, como a tí, que de aquella Natacha solo debe de quedar uno de esos cuchillos promocionales que tenían la punta redondeada perdido en el cajón de los cubiertos de una de esas abuelas que no tiran nada. La última pastilla creo que la usó Marlon Brando en El último tango.
EliminarSi el Tulipán no te satisface y te quieres curar el mono de la Natacha (hablo de la margarina, no de esas novias rusas que se compran por Internet) prueba con la manteca colorá mucho más recia, contundente y salada que la untosa grasa vegetal que devorábamos sobre pan en nuestra infancia espolvoreada con azúcar blanca.
Equipo de investigación:
EliminarAl parecer, la Natacha desapareció a principios del milenio cuando Unilever compró a Koipe la marca. ¿Para qué iban a mantener a la Natacha (que por lo visto ni era mantequilla, ni margarina, ni ná de ná) si ya tenían al Tulipán y cualquier cosa entre sus propias marcas?
La fábulas son como los refranes: sentencian, pero jamás matizan. Esta escena sembró el sentimiento de autocomprensión en la mayoría de los que la vimos. Los alemanes se olvidan de que si llegamos a ser como ellos, ni tan siquiera nuestro sol, que tanto les gusta, brillará de la misma manera. Sí, somos de jarana, pendencieros y bullangueros, juerguistas y trasnochadores. Con todo, aquí estamos y no, no queremos que nos cambien. Que no se usted, pero yo me gusto, a ese respecto, mucho. Buenísimo el post.
ResponderEliminarPerlita, yo también me gusto como soy, pero he de reconocer que a este terruño nos hubiera venido muy bien haber tenido hace trescientos años un poquito más de guillotina y un muchito más de Ilustración francesa. Y algo de organización germánica tampoco nos habría venido mal.
EliminarFalta la mosca para darle credibilidad a la fábula.
ResponderEliminarPorque la mosca, que curra tanto o más que la hormiga y vive con lo mínimo, no tiene capacidad de ahorro para afrontar con garantías el crudo invierno. Canta lo justo, duerme lo imprescindible y menea las alitas a la máxima velocidad permitida por la siempre caprichosa naturaleza, pero la cosa no da para más.
Con eso vive, tratando de no compararse con hormigas ni cigarras. Y cuando se va a dormir, siempre le persigue el mismo sueño: que la tierra que sobrevuela y en la que de cuando en cuando se posa deje de emanar ese asqueroso olor a mierda...
Mrs Nancy, si la mosca se siente incomprendida imagínese la mierda. Lo que para nosotros es un asco para un escarabajo pelotero es un tesoro. Y nutre al árbol que nos da sombra, y se transforma por arte de birlibirloque en la flor que nos perfuma, en la manzana que nos hechiza.
EliminarSé que no me va a creer pero hace un par de horas cacé la mosca más gigantesca que he visto en mi vida con la tapa del wáter. Tiré de la cisterna y cuando levanté la tapa ya no estaba allí, la muy aventurera se había esfumado haciendo rafting por las cañerías y los desagües. Ha sido una cosa casi mágica porque en mi casa, tan rica en parásitos empezando por mi mismo, jamás hay moscas. Si al venezolano Maduro se le aparecía Chavés encarnado en un pajarito, ¿quién se me puede haber aparecido a mí en forma de moscardón? ¿Giulio Andreotti? Puede ser, aquellas gafas de culo vaso que lucía siempre me parecieron los ojos de un insecto carroñero.
En la época de los cerdos, yo era despilfarradora pero “honrrá”, me sisaba a mí misma, vamos, que era yo la cirujana que operaba de celulitis a mi propio gorrino.
ResponderEliminarEn una familia donde mi madre nos hacia turrón de caramelo, (Azúcar pasado por la sartén y dejado enfriar) porque el de almendra era prohibitivo, donde la “Natacha” era un lujo, (Comíamos mantequilla de tres colores, unos mazacotes de grasa pura, de color amarillo, marrón y rosa, pero que sabían todos igual, a colesterol puro) donde los bocadillos de nocilla eran sustituidos por rebanadas de pan con leche condensada espolvoreada de cola cao, (que nos sabían a gloria)pillar una peseta o en casos excepcionales 2,50, (Un duro era lo más)era como si te tocase la lotería.
Una que siempre ha sido débil, (Vamos, facilona para el pecado) empezaba metiendo la peseta en el cerdo como una buena niña, formal, modélica, que piensa en el futuro y justo ahí, comenzaban mis problemas y el más insoportable sufrimiento, las visiones de la “paraeta”, (Así llamábamos aquí a los kioscos de chucherías cuando éramos pequeños) eran espantosas, me acosaban constantemente, de día y de noche, regalices, pastillas de leche de burra, chicles Bazoka, puromoros, magnesia, rollos de goma dulce…..mmmmmmm….pecado en estado puro, por no hablar de las manzanas de caramelo, (totalmente prohibitivas, valían 2 pesetas) como es de suponer, acababa sucumbiendo a la tentación llevando al quirófano al cerdo para aliviarle de un poco de grasa. Mi hermano era mucho más listo que yo, el guardaba todo el dinero y nos gorroneaba a todos las cochinadas que comprábamos, comía gratis y seguía teniendo su cerdo lustrosísimo, y así ha seguido siendo, el es un asceta de la vida, formal, ahorrador, modélico y yo….mmmmmmmm….me encantaban los palotes de fresa y las piruletas y los polos de horchata, los ositos de gominola y los chicles cheiw, la regalicia, los conguitos, las pipas, los quicos…..
Un beso hipoglucemico
Ángeles, tu comentario es un post por sí solo con su dosis justa de nostalgia y su sobredosis de hidratos de carbono. Comparto todos tus pecados de infancia, salvo esos puromoros y esa magnesia que me tienen intrigado pues no tengo ni idea de lo que son. Y te has olvidado de los cigarrillos de chocolate Lucky Strike que hoy están prohibidísimos.
Eliminar¡La de veces que me habré quemado la lengua con la cuchara del caramelo para el flan!
Besos con sabor de clorofila y fresa ácida.
Aquí en Valencia llamamos puro moro a los dulces que se hacen con regaliz, de pequeños llamábamos exactamente así, a unas barritas negras como el carbón y más duras que el cemento armado hechas con el extracto de esta planta, te dejaban los dientes, la lengua y los morros más negros que los de un minero y no es que estuviera muy bueno, sabia un poco amargo, pero duraba muchísimo, (Como las pilas de Duracel…dura…dura…y dura) y eso desde luego era un plus a tener en cuenta. La magnesia, eran unos sobrecitos pequeños con una sustancia picante y efervescente, (Lo que ahora seria la sal de frutas ENO) de color naranja y con la consistencia de los polvos de talco, nos mojábamos el dedo en saliva y nos dedicábamos a meterlo en la magnesia y a rechupetearlo con fruccion, o nos lo echábamos en la palma de la mano y lametón va y lametón viene.
ResponderEliminarUn beso espolvoreado de anisetes.
Así que el puro moro es el regaliz duro de toda la vida.
EliminarUn truco, si quieres recuperar el sabor de la magnesia prueba a retener entre los dientes una pastilla de Redoxon y la disuelves con la punta de la lengua hasta que no puedas aguantar más el cosquilleo. Por parejas el juego puede ser aún más divertido.
Besos con petazetas.
Pero en realidad, Alemania nos quiere como a un hermano.
ResponderEliminarComo Caín a Abel.