He estado enfermo. Nada serio, una diarrea de nada. Esta indisposición es bastante incómoda porque el WC de la nave no funciona del todo bien desde que en un intercambio con unos cosmonautas rusos se empeñaron en transformar el inodoro en una destilería de vodka. Ahora resulta todo muy incómodo porque cuando me surge una urgencia tenemos que frenar la nave. Con la inercia tarda tanto en parar que apenas tengo tiempo de aliviarme por la escotilla.; a veces estoy tan apurado que no espero a atravesar la atmósfera y mi tercer ojo sufre los rigores de la ignición de reentrada. ¿Habéis leído sobre esa montañita que han descubierto en los anillos de Saturno y cuya composición tanto intriga a los astrónomos? Sí, lo confieso, soy el culpable.
Como llevamos unas semanas navegando por una zona del espacio en la que no hay gasolineras para repostar y se me han agotado los pañales de incontinencia, las Tena Lady, y los ejemplares atrasados del ABC, mis detritus intestinales han comenzado a inundar la nave. Para mitigar el pestazo y como medida profiláctica llevo siempre el casco de la escafandra puesto. La fauna intestinal vista de cerca puede resultar más aterradora que el alien más viscoso. El efecto lupa del cristal de la visera aumenta y deforma los bichitos colicoides que flotan por la cápsula como monstruos de pesadilla; y es que en la nave todo se magnifica, lo mismito que en Gran Hermano.
Sozzap aparentemente parece disfrutar con la situación. Ha hinchado la balsa de emergencia (lo que disfruta este hombre con las cosas hinchables). Puesto en pie sobre el bote comenzó a surcar aquellas aguas fecales. Disfrazado de gondoliero, con una camiseta a rayas y un sombrero de canotier canta sin descanso "O sole mio" a grito pelado como si estuviéramos en Venecia. Bueno, por el olor cualquiera dudaría.
En caso de enfermedad Sozzap no resulta muy útil. Afortunadamente para estos casos contamos con el auxilio de nuestro robot-cirujano Sade. Cuando estaba a punto de deshidratarme por todos mis orificios él se acercó dulcemente, inclinó la cabeza y me miró con ojillos comprensivos. Sus sensores de última generación detectaron que algo iba mal con mi salud, con una pinza de la ropa taponó su entrada de admisión de aire y se puso manos a la obra.
Sade está tan mono de uniforme, con su carcasa de polivinilo blanco radiante, su cruz roja en el pecho y su cofia en la cabeza. La cruz roja se transforma en una media luna roja cuando surcamos galaxias islámicas o en la silueta de un negro ahorcado cuando atravesamos los dominios del Tea Party.
Lo malo es que Sade a veces se desprograma un poco al atravesar un campo magnético y se hace algo de lío con los diagnósticos y los tratamientos.
Me recogió del suelo con tierna firmeza, me colgó amorosamente de los pies y comenzó a azotarme el trasero. No cejó en su empeño hasta que yo, sagazmente, imité el llanto de un niño. Sin duda mi genial interpretación logró convencerlo: mis lágrimas fingidas, mis sollozos simulados, mi llanto incontenible, mis alaridos desesperados, mis ojos desorbitados y suplicantes. Le desconcertaron un poco mis "mecagoenlaCPUdetuputamadre" que no acababan de encajarle con las instrucciones del manual de pediatría y obstetricia que albergaba en su memoria interna. Cuando comprobó que la temperatura de mi trasero era la óptima para planchar una camisa cesó la azotaina.
A continuación me sujetó los brazos con unas correas a la camilla. Elevó mis piernas con un soporte obstétrico y me caló la vara del aceite. Anotó el dato minuciosamente en una planilla. Me tomó el pulso. Anotó 200 pulsaciones en la planilla. Meneó la cabeza insatisfecho. Volvió a calar la vara del aceite más hondo. Me volvió a tomar el pulso. Anotó 280 pulsaciones con un gesto de aprobación y una expresión de orgullo profesional.
Sade se muestra amable y obsequioso aunque a veces confunde la cuña con la sonda uretral o utiliza el torno dental para extraerme las legañas. Además nunca se olvida de la hora de mi medicación y, por mucho que intenté resistirme, hace un ratito me hizo tragar un alfil negro y tres quesitos del Trivial. -Chico malo- musitó y me acarició la frente mientras con cariño acercaba a mis labios un vasito de salfumant.
Como es natural la inevitable tensión sensual entre enfermo y enfermera tenía que estallar. Esta misma noche se inclinó sobre la camilla, arrancó las sábanas de un tirón dejando al descubierto mis blancas carnes apenas cubiertas por una de esas batas de "pedolibre". Se arrancó la cofia con una sensual torsión de cuello y me susurró al oído con su voz metalizada:
¡Muñeco, te vas a enterar...!
A veces (las más) tu imaginación me asusta. Me niego -por mi bien- a imaginarte en tales menesteres.
ResponderEliminarQué duro es el espacio sideral.
Le he contado a Sozzap que la coprofilia no está entre tus perversiones favoritas y ha corrido a enfundarse la escafandra de látex a ver si así...
ResponderEliminarHombre pues si es así... Hum, podría replantearme mis perversiones ;)
ResponderEliminarSe lo digas a Sozzap.
glups
ResponderEliminar