martes, diciembre 08, 2015

El Metro, la Gran Estafa.


El metro, como medio de transporte, es un fraude. Un grandísimo fraude. 
El trazado de toda la red metropolitana de la ciudad de Tokyo es más corto que el circuito de un tren de la bruja. En el  vagón siempre viajo medio agachado, temeroso de que emerja por una trampilla del techo un garrulo con una peluca y una máscara barata y se líe a escobazos con el pasaje. (A veces aquella bruja se parecía a Esperanza Aguirre recién levantada de la cama).
Alguno ya os habréis percatado del timo; cuando se entra en el túnel el convoy se paraliza y en las paredes se ponen en marcha unos paneles deslizantes que provocan la sensación de velocidad, un diaporama cíclico de oscuridades y tinieblas. Esta ficción se sincroniza y complementa con una banda sonora de crujidos, viento huracanado y fricción de hierros al borde del descarrilamiento. El culebreo de los carruajes y el falso bamboleo desacompasado de los amortiguadores nos sumerge en un panorama de aceleración y vértigo.
En realidad, el camino entre estaciones lo realiza el pasajero por su propio pie a través de un laberinto de pasadizos y peldaños interminables que, si no fuera por la publicidad, se diría un monasterio de Escher, aquel dibujante de escaleras gallegas, de ésas que suben y bajan al mismo tiempo y no conducen a ningún sitio. Uno llega a las vías agotado, atraviesa galerías comerciales, esquiva mendigos y músicos de mejor y peor estilo, remonta mareas humanas que van en sentido contrario, se empapa del olor de fritanga y detrito humano. Desplomado sobre el asiento luego el trayecto se le hará muy corto ¡Es que es muy rápido!   Alardean los gestores del invento.
Probad a recorrer por fuera la distancia entre dos estaciones, por ejemplo Callao y Gran Vía en Madrid: lo que son cuatro pasos contados se transforma en el subterráneo en un periplo transiberiano.
Y es que el metro, en su truculencia, carece de la nobleza de los grandes trenes, es el hermano bastardo del Orient Espress. Pertenece a la estirpe de los trenes de fería, primohermano de las montañas rusas, primosegundo de los chiquitrenes turísticos de la costa. Por eso, cuando compro en la máquina el abono de diez viajes, rebusco en el cajetín por si con el ticket me regalan un par de fichas para los coches de choque.

5 comentarios:

  1. Estas cosas no se cuentan porque no interesa. Menos mal que aún quedan cronistas valientes.
    Nos dejamos engañar completamente, nos autosugestionamos y nos creemos cualquier cosa. Por favor, habla algún día de la farsa de la aviación.

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  2. A 10.000 metros de altura intenté abrir la puerta de emergencia para demostrar que aún no habíamos despegado. Me lo impidieron. ¿Qué màs prueba queréis?

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  3. Lo primero: qué alegría me dio entrar y ver un post tuyo. Yupiiii (dando saltitos).

    La descripción ha sido tan fantástica que hasta me ha dado un ataque de claustrofobia momentánea (muy transitoria) aviso.

    Y es que ese submundo subterráneo de pasillos, de vorágine de idas y venidas, de cruces de caminos, de conexiones entre distintas lineas, de voces anunciándote estaciones, de carteles de publicidad (nada subliminal) tiene sus propias reglas. Ese tener que abrigarte en verano porque aquel vagón parece un iglú o ir en manga corta en pleno invierno porque el calor nos derrite la única neurona que funciona a ciertas horas. El contacto humano (involuntario) que manda a tomar viento nuestro espacio vital, el bamboleo mientras intentas leer (de pie) hasta que no llegas a destino, pujar por un asiento vacío como si te fuese la vida en ello, no tiene precio, bueno sí lo que lo tiene pero a final de trayecto no te dan un globo.
    Ole tu arte!

    Besets!

    PD: Gracias por habernos ahorrado el detalle de los efluvios (nada) aromáticos tan particulares y peculiares que suceden bajo tierra y que perjudican (y mucho) nuestro sentido del olfato.

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    1. Sólo por recibir un comentario tan animoso como el tuyo merece la pena haber escrito esta minucia.
      El Metro, para un mirón como yo, es un acuario maravilloso, un zoo en el que analizar con total impunidad la condición humana en todo su esplendor.
      Los efluvios los he obviado porque ya os he revuelto los estómagos tantas veces que no es plan de abusar de vuestra tolerancia.
      Besinos.

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