Pompitas fúnebres

Si don Tancredo Rufínez hubiera tenido el detalle de fallecer a las 23 horas 59 minutos y 59 segundos del día 31 de Agosto de 2012 su familia lo habría recordado como un ser adorable y extremadamente generoso, siempre dispuesto a sacrificarse por los suyos. Los afligidos herederos no podrían contener sus emociones y abrazarían su cadáver, y no pudiendo reprimir su entusiasmo y sus muestras de afecto le agradecerían su paso por la tierra manteando su cuerpo como si hubiera ganado la Eurocopa y lo lanzarían al cielo varias veces en señal de homenaje póstumo. Conducirían su cuerpo portándolo en hombros hasta el lugar de reposo eterno entre gritos de ¡Oé, Oé, Oé! y en su lápida no faltarían inscripciones recordando lo cojonudo que era.

Pero como falleció apenas dos segundos más tarde los suyos lo recuerdan como un ser miserable y egoísta, un incordio humano capaz de dar por culo a todos hasta en el último momento.  Un puñetero repugnante que se había empeñado en prolongar la agonía de los demás aferrándose a una existencia inútil, pues siempre había sido una carga para su familia; primero para sus padres, que lo repudiaban, para sus hijos que renegaban de él y para sus amigos que rechazarían haberlo conocido jamás. Arrojarían su cuerpo pestilente en un agujero lóbrego y harían una fila muy larga para ir a escupir sobre esa tumba que, por culpa de aquel hijoputa que había tardado tanto en espicharla, les había costado un 13% más de IVA.