Los Olsen siempre fueron de pocas palabras.
Los trillizos Olsen se enamoraron a la vez de Tracy.
Los tres acudieron al baile de graduación armados con revólver.
Las luces se apagaron. Un solo foco iluminaba a Tracy que iba a ser coronada como reina de la fiesta.
En medio de la pista los trillizos se encararon, desenfundaron y dispararon a la vez.
Una bala mató a Tracy, la otra atravesó el corazón de un hermano, la tercera fundió el único foco encendido.
Al volver la luz nadie, ni siquiera el juez, pudo distinguir quien de los tres era el asesino celoso, quien el tembloroso cobarde, quien el muerto resentido. Los tres Olsen callaron para siempre.
Sobre el escenario, antes de morir, la bella Tracy desplegó sus pestañas de pavo real en un esfuerzo postrero por echar una última mirada y llevarse a la tumba, grabada en la retina, la imagen del hombre que la había desflorado aquella noche bajo el graderío del estadio.
Pero no pudo ser...¡la muy puta sólo tenía dos ojos!
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