El célebre cosmólogo Anacardo elucubraba sobre la existencia del vacío y la materia. Siempre que reflexionaba sobre el Universo llegaba a dos conclusiones opuestas y contradictorias.
Por un lado, si observamos la materia con microscopios cada vez más potentes nos percatamos de que lo que aparentemente es un cuerpo sólido en realidad es, a corta distancia, poroso. Y cualquier punto del mismo que inspeccionemos de cerca se nos revela más vacío cuanto más nos aproximemos a ese punto.
Podríamos concluir por tanto que el Universo está constituido únicamente por vacío siendo la materia un mero espejismo. Era el Universo del Todo Vacío.
Por otra parte, si fijamos nuestra atención en lo que creemos vacío, como por ejemplo ese espacio que hay entre las estrellas, si contáramos con instrumentos lo suficientemente precisos, podríamos comprobar fácilmente que, no sólo están llenos de partículas tan sutiles como los neutrinos, sino que están abarrotados de micropolvo subatómico. Era el Universo del Todo Lleno.
Las dos teorías le resultaban insatisfactorias. Por un lado, si todo es vacío, ¿dónde está el Universo? Por otro, un Universo compacto, macizo, sería un Universo inmóvil. Nada se movería porque la Materia no podría ceder su espacio a otra Materia. Y el Mundo sería tan sólo un inmenso atasco planetario.
Abstraído, Anacardo se puso a trastear con un juguete de su nieto. Con la mente en otra cosa dejó que sus dedos deslizasen las fichas encajadas tratando de poner orden en aquel alfabeto bicolor. Tardó en resolver aquel sencillo puzzle mucho más tiempo del que invertía su nieto mucho más ágil de dedos y mucho más fresco de mente. Fascinado por el mecanismo del rompecabezas y como era dado al misticismo concluyó que existía un sólo punto en el Universo, un agujero infinitesimalmente pequeño, sin más función, ni otro poder que permitir el movimiento del Cosmos. Y ese insignificante punto era el mismo Dios.
El nieto de Anacardo miró a su abuelo con lástima al oírle hablar solo. Le arrebató el juguete y le puso entre las manos una peonza y una cuerda.
De cabeza al agujero negro, vamos...
ResponderEliminaraunque se empeñen en llamarlo "mercados"
Vamos "patrás", vamos "patrás"... y cuesta abajo...
ResponderEliminarAunque me cambiaba pr el abuelo yo, eh, no creas...
Un saludito :)
Tesa, yo creo que al "agujero negro" vamos, más bien, de culo.
ResponderEliminarSeñorita Sunshine, el abuelo ahora está ensimismado jugando con la peonza y tratando de dirimir, por la rotación de los planetas, si Dios era diestro o zurdo.
ResponderEliminarTodo es susceptible de ser contradictorio si se le concede el tiempo de reflexión suficiente.
ResponderEliminarVoy a pensar si esto que he escrito tiene algún sentido.
Besos imaginando a Dios jugando a los dados, querido.
Mrs Nancy Botwin, a diferencia de nosotros, simples mortales, los dioses juegan con los dados cargados y se hacen trampas hasta al solitario.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con las reflexiones de Anacardo: es un agujero lo que mueve el mundo. Incluso diría, que es un agujero lo que mueve al mundo.
ResponderEliminarPor otro lado, me gustaría comentar, que como dicta la experiencia (y como algunos físicos afirman) la expansión y la contracción son fenómenos cíclicos y no un estado permanente.
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Heráclito desde Berlín
Señor Heráclito, ya que está usted en Berlín porque no aprovecha y le pregunta a la Merkel cuánto nos van a durar las contracciones porque, por cíclicas que sean las expansiones, aquí ni se vislumbra.
ResponderEliminarEstimado Sr.Pazzos,
ResponderEliminarun humilde filósofo griego como yo no se mezcla con los poderosos. Aunque dependiendo del resultado del partido del viernes (Alemania-Grecia), igual si que me animo a visitar a esa señora
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Heráclito
Heráclito, pues dicen que los alemanes no dejarán jugar a los griegos si estos no recortan su portero.
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