Quizás tenía razón la psiquiatra Sigmunda.
Ayer no pude verme los pies. Miré hacia abajo y me los ocultaba una panza enorme que había tenido un crecimiento descomunal y sorpresivo, como esos champiñones de 7 kilos que aparecen de repente en el bosque después de un día de llovizna. De los pies sólo se me veían las uñas, tal vez porque estaban dos palmos más largas de lo que recomiendan nueve de cada diez podólogos.
He decidido ponerme en forma y hacer deporte. Y lo primero cuando tomas una decisión así es comprarte el atuendo deportivo.
Para mi fortuna en el barrio acaba de abrir sus puertas un centro comercial nuevo. Es una multinacional con sedes en las principales ciudades y la atienden unos dependientes hipereducados y superamables que hasta se ofrecieron a pintarme la casa y hacerme la mudanza. Me animó mucho comprobar que en aquel comercio todos los dependientes eran deportistas: todos vestían un chándal de uniforme, estaban muy delgados y tan chupados de cara como un ciclista clásico. Eso sí, el boxeo lo debían de practicar sin casco ni protector bucal porque lo que es los dientes los tenían destrozaos. La galería comercial tiene además un bonito nombre, de lo más olímpico: Centro Reto.
Uno de los chicos me acompañó y me dijo que él había sido dependiente pero que ahora lo estaba dejando. El muchacho me miró raro cuando le dije que era una pena porque era un oficio muy bonito y dejarlo ahora con lo bien que se le daba me parecía un error.
Tras atravesar una exposición nostálgica de neveras y lavadoras de los años 60 me encaminé a la sección de moda. Me sorprendió que no hubiera una sola prenda repetida y que sólo hubiera una talla de cada modelo pero me han contado que esa es la tendencia en las tiendas más modernas y chic de Tokio, todo un detalle de exclusividad sofisticada.
Me dirigí al probador de la izquierda porque en el de la derecha uno de los dependientes estaba inyectándose algo, el dependiente que me acompañaba y que lo descubrió al descorrer la cortina empezó a cubrirle de reproches, lo que confirmó mis sospechas de que aquellos rostros tan enjutos sólo podían pertenecer a un equipo ciclista, porque no paraba de recriminarle por doparse en público. En el almacén que había junto a los probadores se alineaban una colección de bicicletas estáticas, no eran muy modernas por lo que supuse que se trataba de un equipo modesto, que practicaba spinning con lo que podía. Ninguno pedaleaba en las Ciclostatic pero supongo que nadie es capaz de dar ni una pedalada al ritmo de la música de Camarón que sonaba de fondo. El dependiente vocinglero seguía recriminando al pobre muchacho, repitiendo mucho la palabra "recaída". Por la postura, tirado y desmadejado en el fondo del vestuario parecía como si se hubiera descalabrado en una volata, (lo que explicaría también el deterioro dental) aunque por lo pálido y descangallado que estaba se diría que acabara de subir el Tourmalet con la catalina grande y el piñón más pequeño. Y es que no hay puerto de montaña demasiado duro si sabes escoger bien los desarrollos que esto lo explicaba muy bien Perico Delgado que con ese nombre no sé como pasaba el control antidoping.
Lo más importante para ponerse en forma haciendo deporte es sudar mucho. Sudar es la clave para adelgazar y para sudar mucho lo mejor es superponer capas de ropa. Lo primero que me probé fue uno de esos triquinis de los que usaba Borat en su película. Lo importante de estos triquinis es que se ha de usar la talla de una niña de tres años aunque midas más de metro noventa. La tela elástica se te introduce entre las nalgas como si fuera el hilo dental que usan las brasileñas en las playas de Ipanema y se te mete por el orto como a Nadal los calzoncillos.
Sobre el triquini o bajo el triquini que gracias a Madonna cada uno lleva la ropa interior donde le da la gana me planté unas mallas de ballet. No las compré muy tupidas para que traspirasen mejor pero el resultado fue que mis pelos empezaron a asomar por los poros de la malla; mis piernas parecían la cabeza de la Barbie Holocausto.
Por encima de las mallas, en parte por comodidad y estética, en parte por ocultar lo más posible aquellos pelos, me abrigué con unos calentadores Nassarre, de lana negra de vicuña peruana. Cuando te pruebas unos calentadores no puedes evitar dar unos saltitos ridículos como la bailarina de Flashdance. Calcé mis pies con unos calcetines de dedos y bandas de colores. Los había robado en el camerino de la Gallina Caponata una vez que trabajé de extra en Barrio Sésamo. Acomodé mis dedos en aquellos calcetines y mis uñas en seguida se hicieron hueco en la prenda y fuera de ella.
El dependiente calculó a ojímetro la talla de mi calzado uñas incluidas y apareció con unas botas de descanso de la nieve, de esas de pelo largo, me trajo un modelo de tacón de aguja que tampoco es cuestión de sacrificar la sofisticación en aras de la comodidad. Si en la nieve vieras estampadas mis huellas junto a las del Yeti no sé cuales te darían más miedo.
Para compactar bien la ropa interior nada mejor que un maillot de ciclista tan colorido que podría reajustarle la vista a un daltónico recalcitrante. Si esta prenda se llama culotte será por algo, te deja el culo como el de una negra en un MacDonalds.
Por encima del maillot una escafandra de neopreno que acabó para siempre con mis problemas de pelo en las piernas, me depiló de cuajo y se llevó de paso un par de tatuajes que me hice en la Legión. Si con un traje de estos te puedes dar un bañito en la Antártida imagínate lo que puedes sudar en un probador iluminado con un candelabro de bombillas de vela.
Cubrí mis brazos con unas muñequeras de tenista, unos manguitos de piscina, y unas hombreras de fútbol americano que a mí, si me picas, lo mismo te gano al paddle que te desafío a hacerme unos largos en la piscina y hay que estar preparado para todo.
Para evitar que se me enfriara el pecho me coloqué un peto de samurai, que protege mucho, lo amarré luego con un cinturón de judo, aunque me costó dios y ayuda poder hacerle el nudo.
Por encima de todo para darle un toque al conjunto elegante pero informal me cubrí con eso que ahora se llama sudadera pero que toda la vidadedios se ha llamado suéter en castellano. El dependiente me prestó una que llevaba puesta, una sudadera de esas de canguro con un botiquín dentro de la bolsa por lo que pueda pasar, que todo deporte es de riesgo y nunca se sabe. Se han dado casos de jugadores de ajedrez con luxación de muñeca, graves lesiones lumbares en practicantes de petanca y la selección entera de tiro con arco tuvo que retirarse al completo tras la celebración de una victoria con una orgía multitudinaria y más bien guarra que acabó con un sangriento ataque de celos todos contra todos. En el botiquín solo había jeringuillas así que metí también en la bolsa un collarín por si las moscas. Como además del gorro de la escafandra, me había puesto un verdugo de lana, un pasamontañas y una montera picona, la capucha de la sudadera me quedó un poco justa.
Cuando comprendí (porque mi movilidad empezaba a recordar la de un jugador de sumo tratando de regatear a Messi) que ya había superpuesto suficientes piezas me contemplé en el espejo. Era el espejo de una cómoda de esos de marco de madera de raíz y de azogue desvaído. La habían colocado en medio del probador para hacer aún más claustrofóbicos los espacios. Y luego dirán los interioristas que para dar sensación de amplitud en un recinto pequeño nada hay mejor que un espejo. A diferencia de los espejos del H&M que te hacen sentir anoréxico porque adelgazan, o los de una tienda NIKE que te hacen sentir culpable porque engordan, en la luna de aquel desconchado espejo tú te veías en color sepia. Bueno, más que sepia te veías como un calamar relleno, pero rellenorelleno. Supongo que se trataría de una simple ilusión óptica o del contraste entre tu cuerpo serrano y el de aquellos dependientes amojamaos que estaban tan delgados como zombies esqueléticos.
Los muchachos hicieron corro a mi alrededor, no para devorarme, sino para contemplar atónitos el espectacular resultado de mi cambio de imagen. Me miré orgulloso en aquel espejo. Enmarcado en aquel vidrio se dibujaba la efigie del Gladiador del Siglo XXI.
Y todo este trabajo para ser el gladiador del s.XXI JAJAJJJJA.
ResponderEliminarNo me extraña que no te vieras los pies,solamente las uñas de 60cm que llevas jajaja.
Aunque un poco agotada de leer tantos trapitos...Por lo menos me he reido un ratito:)
Un saludo Pazzos.
Me dejas pasmá con la memoria que tienes para recordar gilipolleces de nuestros tiempos mozos: que si la Nasarre, que si Flashdance, que si su putamadre. Ay! perdón, que este lugar es solo para gente fashion, hortera y de buen escribir.
ResponderEliminarMe alegras la tarde entre col y col de la selectividad. Un beso cacho feo!!!
Muaaaaaaaaaaaaa,
PD: estoy de hacer "de negra"...
Eso que he dicho es políticamente incorrecto, si? o socialmente incorrecto? ay!!! que me excomulgan!!!
ResponderEliminarComo me siento generosa a más no poder, algo que sólo ocurre un día al quinquenio, le presto el objeto imprescindible para completar el atuendo de Gladiador del S.XXI: mi abanico de moscas.
ResponderEliminarNo hay luchador que se precie que no lo luzca -bien cerrado, bien abierto- con donosura y elegancia, y en un apuro le puede servir para pescar (supongo).
No me de las gracias, que me sonrojo. Bzz.
Bertha, tienes razón quedó un poquito largo, yo también me fatigué en el probador después de tanto cambiarme de ropa.
ResponderEliminarflower, tendré que hacérmelo mirar pero tengo cierta incapacidad para olvidar lo hortera.
ResponderEliminarNancy Botwin, aunque se me hace raro escribirle sin insultarla, me contendré. Le agradezco el abanico díptero. Por circunstancias que no vienen al caso en mi hogar hay más abanicos que en la casa de los LOCOMía. Pero de moscas, ninguno.
ResponderEliminarHay gordo, que feo está "esperpentizar" a los vecinos del rastrillo...
ResponderEliminar¿no eras tu el que decía que nasarre sonaba a"nariz en vasco"? que poca salud mental nos va quedando, mira que acordame de eso.
Berto, a ti lo que te pica es que te pillé el otro día en la caja del Reto comprando ese polo de Ferrari y tú andas diciendo por ahí que lo compraste en Italia en Maranello.
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