Manquiño tiene un truco para atraer al público e incrementar las limosnas. Le excita la idea de revolver los estómagos y las conciencias de los que pasean por las aceras sin apenas vislumbrar su cuerpo mutilado.
Cuando nadie lo ve, cuando nadie parece verlo, pone un poquillo de carne picada en el muñón y deja que las gaviotas del muelle se abalancen sobre él para picotearlo mientras celebran el festín con su graznido pterodáctilo. Los ojos que hace unos segundos se desviaban para no mirarlo, ahora se abren horrorizados ante el espectáculo cruel, espantan a las glotonas aves, socorren al presunto herido y aflojan las carteras.
No es que a Manquiño le guste jugar a Prometeo pero siempre tuvo mucho olfato y talento para eso del show business, de la teatralidad, de la puesta en escena. Cuando, hace ya mucho, vivía de lanzar cuchillos en un circo aprendió muy pronto que el público se aburriría si los lanzaba por debajo de las piernas, o con los ojos cerrados; que bostezarían cuando los lanzase de espaldas; que por más que ajustase el filo del cuchillo a los labios rojos de la hermosa Diana jamás se darían por satisfechos y se sentirían estafados porque la emoción proporcionada no compensaba el precio de la entrada. Aquel ticket de cartón marrón les daba derecho a canjearlo por escalofríos. Nada de redes. Nada de arneses de seguridad. No estaban dispuestos a admitir la impostura en el riesgo, que nadie recortara las garras al tigre, que nadie drogase a los fieros leones.
Por eso aquella noche funesta erró a propósito el tiro. El maestro de ceremonias con los ojos clavados en el corazón roto de Diana gritó desconcertado y por inercia: "El espectáculo debe continuar". Entonces, él se cortó las dos piernas y un brazo para que su sangre se fundiera en la arena con la de su amada. Cuando, blandiendo un puñal con su único brazo, pidió la colaboración de un voluntario del público para terminar el número, ya no quedaba nadie en las gradas...
Qué grande es usted cuando escribe para hacer leil o para dejalnos boquiabiertos.
ResponderEliminarQué envidia me da que cuente historias de muelles y gaviotas...
Besos sin filo (caigan como caigan).
Todo un homenaje a uno de los genios más grandes de la Historia del cine, mi muy estimado Tod Browning, al que Javier Gurruchaga homenajea, a su vez, en el video
ResponderEliminarNancy Botwin, si echas de menos las gaviotas pásate por la calle Genova, que las hay muy voraces. Y esas si son capaces de devorar lo que queda de un mutilado sin pestañear.
ResponderEliminarKoolau, gracias por llamar homenaje a lo que es prácticamente un plagio descarado. Grande el Browning, sólo he visto Freaks y cachitos en Internet del Garras Humanas pero es el día de hoy y no puedo pensar en circo sin pensar en Browning. Grande Gurruchaga y grande la letra que no recuerdo bien si era de Eduardo Haro o de Luis Alberto de Cuenca.
ResponderEliminar¡¡¡Eso es amor y lo demás hostias de colgar!!!
ResponderEliminarEso es amor a la profesión y brindar al público el espectáculo que se merece.
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