Cuando el mago murió nadie se atrevió a abrir su maleta.
No tenía parientes y a su funeral sólo acudieron los artistas del circo.
La ceremonia fúnebre se celebró bajo la carpa. Uno a uno, sus compañeros cogieron un puñado de sus cenizas y las esparcieron por la pista central, para que se entremezclaran con el serrín y la arena. Nadie ajeno al mundillo del circo ha observado jamás este ritual, vetado especialmente a los espectadores. Al terminar las exequias, como en cualquier entierro, todos empezaron a relatar anécdotas y recuerdos del fallecido.
Muchos recordaban el día en que lo vieron por primera vez. Habían llegado esa misma noche a aquella ciudad y el viento era tan fuerte que les había costado mucho alzar el mástil principal que sujetaba la carpa. En medio de una nube de polvo, apareció el mago, silencioso y solitario, empuñando aquella maleta negra, de la que no se separaba jamás.
El director tuvo una breve entrevista con él, fue un privilegiado porque algunos juran que está fue la única ocasión en que alguien pudo hablar con él, nadie jamás le vio abrir la boca. Fue contratado y se le asignó un desvencijado carromato negro y dorado, tan viejo y deteriorado que, en los desplazamientos, siempre llegaba el último. Los demás ya habían aparcado formando un círculo en torno a la carpa, por lo que se veía obligado a estacionar un poco alejado de los otros.
El mago nunca comía con el resto de la trouppe, al terminar su actuación, recogía la maleta, su ración de comida y se retiraba a cenar en la soledad de su carromato.
Realizaba su número en completo silencio, un silencio que contagiaba a los pocos segundos al público. Fascinados, los espectadores permanecían con los ojos muy abiertos. El mago colocaba la maleta, sobre una mesita de finísimas patas metálicas. Levantaba la tapa negra, brillante y lacada, con cantoneras doradas, ocultando su interior al público. Tampoco toleraba que nadie entre bambalinas observara lo que había allí dentro. Nadie pudo adivinar, ni siquiera intuir, como realizaba sus trucos. Los ejecutaba con una precisión ancestral, con tal limpieza de movimientos que se diría que llevaba mil años repitiendo el mismo truco. Y sin embargo, sus colegas que estaban hartos de verlo, noche tras noche, no dejaban de sorprenderse, como si cada vez fuese la primera.
Todos especulaban sobre el contenido de aquella extraña maleta.
El domador de fieras afirmaba que el mago era en realidad un fugitivo de la justicia, que no hablaba para no dar pistas sobre su origen y que, en aquella maleta, ocultaba un enorme botín, que no se atrevía a abandonar nunca.
El trapecista aseguraba que guardaba allí un talismán tan poderoso que conseguía hipnotizar al público y que la clave del éxito de sus actuaciones radicaba en el influjo de ese fetiche. También concluía que la razón de su silencio era que el mago era en realidad un chamán que desconocía toda lengua civilizada.
El lanzador de cuchillos expuso la teoría de que la maleta contenía los recuerdos de un ser amado, que no quería compartir con nadie. Y que la emoción de la pérdida era tan intensa que le impedía hablar.
El cortejo fúnebre se disolvió al caer la noche. Encerraron aquella maleta en el carro del mago y cada uno se retiró al suyo para descansar.
En mitad de la noche fueron despertados por unos atroces rugidos que procedían de la pista central. Todos se sintieron sobrecogidos. Escucharon horrorizados el sonido de las garras desgarrando la carne, de los colmillos tronzando huesos. El eco de aquellos ruidos permanecerá en sus oídos por el resto de sus días. Saltaron de sus catres y se dirigieron todos al mismo punto.
La carpa estaba a oscuras. En el centro de la pista iluminada por un foco estaba aparcado el vagón de barrotes que albergaba a los tigres, que se revolvían excitadísimos. Todo el circo se congregó alrededor de las fieras. Todos, salvo el domador. Dentro de la jaula no quedaba el menor resto humano. Sin embargo, los bajos de aquel vagón chorreaban sangre, que era succionada, ávidamente, golosamente, por la arena.
El maestro de ceremonias tomó las riendas del asunto.
-Vamos, vamos. Todos a vuestras camas, que mañana habrá función. ¡El espectáculo tiene que continuar!
Al día siguiente, todos los miembros del circo, más ojerosos que de costumbre, se dispusieron a retomar el trabajo.
El trapecista tampoco había podido pegar ojo en toda la noche. Tras el incidente de los tigres se había retirado, como los demás a su furgón. Al pasar junto al del mago observó que alguien había entrado antes y se había dejado la puerta abierta. Preso de la curiosidad, subió a la caravana. En medio estaba la maleta, abierta. Nunca se arrepentiría lo suficiente de haber echado aquel vistazo.
Las manos no dejaban de sudarle. Una y otra vez rebozaba los dedos con los polvos de magnesio, pero seguían tan resbalosos como si en lugar de con talco los estuviera untando con aceite. Recuperó el aplomo al verse en el trapecio. Allí, a 20 metros sobre el suelo inició la danza que tenía tan bien ensayada. Saltaba de la barra a las manos del portor con la agilidad de un pájaro. Realizaba los tirabuzones y piruetas con tal perfección que arrancó el entusiasmo del público. Saludo victorioso al público desde la plataforma de descanso. Tomó el trapecio para el salto final, comenzó a balancearse. Bajaron la luz, hasta concentrarla en un pequeño círculo que acompañaba su vaivén. Los tambores redoblaron cada vez más fuerte. Se soltó del trapecio, giró una, dos, tres hasta completar un cuádruple salto mortal. El circo pareció venirse abajo, los espectadores aplaudían entusiasmados, pataleaban las planchas de las gradas en señal de admiración. Jamás bajo la carpa se había escuchado una ovación semejante. El acróbata triunfante se lanzó contra la red elástica para terminar el número. La gente enmudeció al verlo atravesar la red y estamparse contra el suelo.
La red, después, fue revisada minuciosamente, pero no encontraron el menor signo de desgarro, ni punto alguno en el que la malla hubiera podido ceder.
Al retirar su cuerpo, su silueta quedó dibujada con una mancha roja sobre la arena . Aunque los mozos de pista fueron incapaces de borrar aquel dibujo con sus rastrillos, el maestro de ceremonias se dirigió a los impresionados espectadores.
-¡El espectáculo debe continuar!
Entre bambalinas, el lanzador de cuchillos tenía los nervios destrozados. Era una persona sensible y los acontecimientos de las últimas horas acabaron por desequilibrar un espíritu tan delicado.
Recibió los desencajados aplausos de un público todavía desconcertado. Se dirigió al centro de la pista, saludó al respetable, y lanzó una última mirada enamorada a la bailarina que, a siete pasos de él, sostenía una manzana sobre su cabeza. Le cubrieron los ojos con una venda negra.
Le temblaron las manos en el peor momento. Los padres tapaban hipócritamente los ojos de sus hijos, mientras ellos forzaban la vista para no perderse el más mínimo detalle morboso.
El lanzador cayó de rodillas con los ojos aún tapados. Bajo la venda brotó un manantial de lágrimas que corrieron por sus mejillas y gotearon hasta hundirse en la arena. Cuando aquel reguero salado se fundió con la roja sangre de la chica, se levantó un vendaval que desgarró la lona de la carpa e hizo temblar los mástiles y los cables del tinglado.
El público espantado, abandonó los asientos despavorido y, atropellándose unos a otros, intentaba alcanzar la salida.
El maestro de ceremonias, abrumado, sentado al borde de la pista con el sombrero de copa entre las manos, musitaba en voz baja, como para sí.
-¡El espectáculo debe continuar!
Al día siguiente, el circo abandonó para siempre la ciudad. Desmantelaron la carpa. La explanada quedó vacía, solitaria, silenciosa. Un niño, salido de no se sabe donde, se acercó, curioso, a una maleta negra que habían dejado abandonada en medio de la plaza.
No tenía parientes y a su funeral sólo acudieron los artistas del circo.
La ceremonia fúnebre se celebró bajo la carpa. Uno a uno, sus compañeros cogieron un puñado de sus cenizas y las esparcieron por la pista central, para que se entremezclaran con el serrín y la arena. Nadie ajeno al mundillo del circo ha observado jamás este ritual, vetado especialmente a los espectadores. Al terminar las exequias, como en cualquier entierro, todos empezaron a relatar anécdotas y recuerdos del fallecido.
Muchos recordaban el día en que lo vieron por primera vez. Habían llegado esa misma noche a aquella ciudad y el viento era tan fuerte que les había costado mucho alzar el mástil principal que sujetaba la carpa. En medio de una nube de polvo, apareció el mago, silencioso y solitario, empuñando aquella maleta negra, de la que no se separaba jamás.
El director tuvo una breve entrevista con él, fue un privilegiado porque algunos juran que está fue la única ocasión en que alguien pudo hablar con él, nadie jamás le vio abrir la boca. Fue contratado y se le asignó un desvencijado carromato negro y dorado, tan viejo y deteriorado que, en los desplazamientos, siempre llegaba el último. Los demás ya habían aparcado formando un círculo en torno a la carpa, por lo que se veía obligado a estacionar un poco alejado de los otros.
El mago nunca comía con el resto de la trouppe, al terminar su actuación, recogía la maleta, su ración de comida y se retiraba a cenar en la soledad de su carromato.
Realizaba su número en completo silencio, un silencio que contagiaba a los pocos segundos al público. Fascinados, los espectadores permanecían con los ojos muy abiertos. El mago colocaba la maleta, sobre una mesita de finísimas patas metálicas. Levantaba la tapa negra, brillante y lacada, con cantoneras doradas, ocultando su interior al público. Tampoco toleraba que nadie entre bambalinas observara lo que había allí dentro. Nadie pudo adivinar, ni siquiera intuir, como realizaba sus trucos. Los ejecutaba con una precisión ancestral, con tal limpieza de movimientos que se diría que llevaba mil años repitiendo el mismo truco. Y sin embargo, sus colegas que estaban hartos de verlo, noche tras noche, no dejaban de sorprenderse, como si cada vez fuese la primera.
Todos especulaban sobre el contenido de aquella extraña maleta.
El domador de fieras afirmaba que el mago era en realidad un fugitivo de la justicia, que no hablaba para no dar pistas sobre su origen y que, en aquella maleta, ocultaba un enorme botín, que no se atrevía a abandonar nunca.
El trapecista aseguraba que guardaba allí un talismán tan poderoso que conseguía hipnotizar al público y que la clave del éxito de sus actuaciones radicaba en el influjo de ese fetiche. También concluía que la razón de su silencio era que el mago era en realidad un chamán que desconocía toda lengua civilizada.
El lanzador de cuchillos expuso la teoría de que la maleta contenía los recuerdos de un ser amado, que no quería compartir con nadie. Y que la emoción de la pérdida era tan intensa que le impedía hablar.
El cortejo fúnebre se disolvió al caer la noche. Encerraron aquella maleta en el carro del mago y cada uno se retiró al suyo para descansar.
En mitad de la noche fueron despertados por unos atroces rugidos que procedían de la pista central. Todos se sintieron sobrecogidos. Escucharon horrorizados el sonido de las garras desgarrando la carne, de los colmillos tronzando huesos. El eco de aquellos ruidos permanecerá en sus oídos por el resto de sus días. Saltaron de sus catres y se dirigieron todos al mismo punto.
La carpa estaba a oscuras. En el centro de la pista iluminada por un foco estaba aparcado el vagón de barrotes que albergaba a los tigres, que se revolvían excitadísimos. Todo el circo se congregó alrededor de las fieras. Todos, salvo el domador. Dentro de la jaula no quedaba el menor resto humano. Sin embargo, los bajos de aquel vagón chorreaban sangre, que era succionada, ávidamente, golosamente, por la arena.
El maestro de ceremonias tomó las riendas del asunto.
-Vamos, vamos. Todos a vuestras camas, que mañana habrá función. ¡El espectáculo tiene que continuar!
Al día siguiente, todos los miembros del circo, más ojerosos que de costumbre, se dispusieron a retomar el trabajo.
El trapecista tampoco había podido pegar ojo en toda la noche. Tras el incidente de los tigres se había retirado, como los demás a su furgón. Al pasar junto al del mago observó que alguien había entrado antes y se había dejado la puerta abierta. Preso de la curiosidad, subió a la caravana. En medio estaba la maleta, abierta. Nunca se arrepentiría lo suficiente de haber echado aquel vistazo.
Las manos no dejaban de sudarle. Una y otra vez rebozaba los dedos con los polvos de magnesio, pero seguían tan resbalosos como si en lugar de con talco los estuviera untando con aceite. Recuperó el aplomo al verse en el trapecio. Allí, a 20 metros sobre el suelo inició la danza que tenía tan bien ensayada. Saltaba de la barra a las manos del portor con la agilidad de un pájaro. Realizaba los tirabuzones y piruetas con tal perfección que arrancó el entusiasmo del público. Saludo victorioso al público desde la plataforma de descanso. Tomó el trapecio para el salto final, comenzó a balancearse. Bajaron la luz, hasta concentrarla en un pequeño círculo que acompañaba su vaivén. Los tambores redoblaron cada vez más fuerte. Se soltó del trapecio, giró una, dos, tres hasta completar un cuádruple salto mortal. El circo pareció venirse abajo, los espectadores aplaudían entusiasmados, pataleaban las planchas de las gradas en señal de admiración. Jamás bajo la carpa se había escuchado una ovación semejante. El acróbata triunfante se lanzó contra la red elástica para terminar el número. La gente enmudeció al verlo atravesar la red y estamparse contra el suelo.
La red, después, fue revisada minuciosamente, pero no encontraron el menor signo de desgarro, ni punto alguno en el que la malla hubiera podido ceder.
Al retirar su cuerpo, su silueta quedó dibujada con una mancha roja sobre la arena . Aunque los mozos de pista fueron incapaces de borrar aquel dibujo con sus rastrillos, el maestro de ceremonias se dirigió a los impresionados espectadores.
-¡El espectáculo debe continuar!
Entre bambalinas, el lanzador de cuchillos tenía los nervios destrozados. Era una persona sensible y los acontecimientos de las últimas horas acabaron por desequilibrar un espíritu tan delicado.
Recibió los desencajados aplausos de un público todavía desconcertado. Se dirigió al centro de la pista, saludó al respetable, y lanzó una última mirada enamorada a la bailarina que, a siete pasos de él, sostenía una manzana sobre su cabeza. Le cubrieron los ojos con una venda negra.
Le temblaron las manos en el peor momento. Los padres tapaban hipócritamente los ojos de sus hijos, mientras ellos forzaban la vista para no perderse el más mínimo detalle morboso.
El lanzador cayó de rodillas con los ojos aún tapados. Bajo la venda brotó un manantial de lágrimas que corrieron por sus mejillas y gotearon hasta hundirse en la arena. Cuando aquel reguero salado se fundió con la roja sangre de la chica, se levantó un vendaval que desgarró la lona de la carpa e hizo temblar los mástiles y los cables del tinglado.
El público espantado, abandonó los asientos despavorido y, atropellándose unos a otros, intentaba alcanzar la salida.
El maestro de ceremonias, abrumado, sentado al borde de la pista con el sombrero de copa entre las manos, musitaba en voz baja, como para sí.
-¡El espectáculo debe continuar!
Al día siguiente, el circo abandonó para siempre la ciudad. Desmantelaron la carpa. La explanada quedó vacía, solitaria, silenciosa. Un niño, salido de no se sabe donde, se acercó, curioso, a una maleta negra que habían dejado abandonada en medio de la plaza.
Y ahora un pequeño truco de Magia.
Desnudo en 10 segundos
Bonito relato.
ResponderEliminarFascinante el mundo circense, y lleno de magia.
Saludos
athos, vengo de ver el Prestigio, una película sobre la rivalidad entre dos magos, muy recomendable. Al llegar a casa me animé a colgar en el blog este cuento que escribí de un tirón hace un año y al que aún le falta un pulido y más de un barnizado.
ResponderEliminarTú sí que eres un mago. Te dan lápiz y papel y haces magia.
ResponderEliminarSilencio absoluto. Espectáculo el que nos has dado con esta historia. ¿No le habrás vendido tu alma al chamán por este cuento?
ResponderEliminarOvación.
Y besos.
Pazzos, ponte en contacto conmigo please, he retocado un poco el dibujo, no se ve muy bien así. Aunque mi correo sale en mi perfil, te lo dejo aquí también:
ResponderEliminarmiamoore67@yahoo.es
Besos.
quiero verla, la peli, digo. Es una pena que ya no haya circo, a mi siempre me fascinó, como tu relato :)
ResponderEliminarA ver si la maldición de ese mago va a caer también sobre los que no hemos pestañeado al leer tu relato...
ResponderEliminarmandarina, una mandarina azul eso si que es cosa de magia, y si no que venga Houdini y lo vea.
ResponderEliminarmia moore, el alma mejor que venderla se empeña. Hace tiempo que me dieron una papeleta por mi alma en el monte de piedad y como no levante la prenda cualquier día la subastan.
mia, gracias por "retocarme" (que bien suena, je) ya te envié un emilio.
sofia, tienes tiempo porque hace poco que estrenaron El Prestigio. Aunque sale Michael Caine no llega a ser tan buena como "La huella" pero el ambientillo, la rivalidad y las vueltas de guión a veces me la recordaron.
jugador, que experiencia tan traumática caer en las garras Teresa Adams Rabal. El japonés es mucho más rápido vistiéndose cuando le pilla un marido celoso con afilada katana.
detective, como no hayas pestañeado leyendo en pantalla este rollazo vas a tener que comprar el colirio por garrafones.
Pues yo paso de que alguien me eche mal de ojo, eh, que tengo suficiente con lo mío, que vaya rachilla... ojj
ResponderEliminar(voy resucitando)
Amo la magia y los textos que hablen de magia.
ResponderEliminarpazzos realmente era un chaman...
ResponderEliminarpazzos hoy te vi ...o crei verte. te reconoci en un ser especial q conoci hoy... y me que de piedra ...
besos ... muchos.
Pues le faltará pulido, pero la madera es de calidad y el mueble bien hermoso.
ResponderEliminar;)
Como tantas buenas historias, la tuya alberga, además del protagonista y su peripecia, otras historias y otros personajes que podrían desplegarse.
ResponderEliminarMe quedo con el romántico lanzador de cuchillos, qué historia debe tener!!!
Besos sin cuchillos, y probablemente también sin puntería.
sintagma, lo mejor contra el mal de ojo es una cigua de azabache.
ResponderEliminarNo falla.
arcángel, pues amarás más las pelis de magia. Si puedes no te la pierdas.
laonza, tú si que me dejas de piedra. De chamán nada y cuando emprendo un viaje astral mi espíritu es tan sosote que pasa siempre desapercibido.
adulter, habrá que contratar entonces un buen ebanista.
quantum, no hay mejor historia sobre circo que Freaks de Tod Browning. Hay una historia preciosa que inspiró la canción de la Orquesta Mondragón Garras Humanas sobre un lanzador de cuchillos que sacrifica sus brazos por un amor.
"Soy el hombre sin brazos del circo
soy capaz de fumar con los pies...
Yo perdí mis brazos y perdí mi amor,
me quiero morir"
La letra me parece que era de Haro Ibars. ¿Os acordáis?
Ay, ahora que leo lanzador de cuchillos... Otra película preciosa : "La chica del puente", de Patrice Leconte, con Daniel Auteuil y Vanessa Paradis.
ResponderEliminarmandarina, que bueno Auteuil siempre. Y cuanta tensión sexual no resuelta en esta peli.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=Opf-3XsRkgg
Poe no decir de la escena de sexo con cuchillos.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=OaamZLKRul0
El mundo del circo y de la magia está cargado de un sabor agridulce.
ResponderEliminarTu relato está lleno de fuerza y delicadeza.
Bonita unión.
Y en cuanto al desnudo en 10 segundos, prefiero con un poco de naturalidad, ¿no?
lunarroja, el japonés es rápido para todo.
ResponderEliminarAyer en el canal catalán dieron un reportage sobre Houdini, exaustivo y vibrante...no me perdí detalle porque me fascina la época y el mundo de los espectáculos decimonónicos...y ahora leo esto...Lo bueno esta tarde he escrito un post de aires circenses, también...curioso, muy curioso...
ResponderEliminarRespecto a la película, entonces, ¿la recomiendas? tengo entendido que está basada en un libro...
Cuando echaron la peli de Houdini un sábado por la tarde los "amigos" me amarraron a un poste para ver si me escapaba (idea mía seguro).
ResponderEliminarDespués de una hora (a mí me pareció una hora) me liberó un paseante con su navaja cabritera.
Vi la novela en La Casa del Libro el otro día, la peli resulta entretenida, y además hablan de Tesla un personaje real que fue a la ciencia lo que Houdini al circo.
La primera frase es rotunda. Me gustan estos comienzos que sin preámbulos te meten de lleno en la historia.
ResponderEliminarTus textos excelentes, así como el "tono" de los comentarios. Con tu permiso te seguiré leyendo.
A mí es que el circo... me duele.
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