domingo, noviembre 04, 2012

Porca Miseria II. De kioskos y castañeras.


Este otoño está viniendo muy frío. Como os conté hace una semana, me cortaron la luz y el gas por lo que tengo que agudizar mi ingenio para no congelarme. 
Cada mañana bajo a la plaza a comprarle dos castañas a mi castañera de confianza. Como soy uno de sus clientes más fieles se pasa un rato largo rebuscando con cariño para escogerme las mejores. Sólo una está quemada. La otra apenas está podrida. Me alarga el cartucho acompañando la entrega con una bendición pronunciada entre dientes de la que apenas distingo las palabras "cáncer en los cojones".  Utilizo las castañas  como bolas chinas y podéis creerme que no hay sistema de calefacción central que pueda igualársele a económico y eficiente, ni conozco forma más rápida de entrar en calor. Aunque tiene pequeños efectos secundarios, daños colaterales, ya que mi proctólogo anda últimamente un tanto perplejo porque donde él explora en busca de pólipos lo que se encuentra son quemaduras de segundo grado. Y me dice que cuando me recomendó las castañas para prevenir la prostatitis se refería a crudas y por vía oral.
Algunos os preguntaréis si una vez que las castañas han cumplido su función primaria calefactora, la secundaria estimulando mi próstata, cumplen la tercera función alimentaria que me prescribía el médico. Para aquellos que aún ignoran cual es  mi verdadera naturaleza les recomiendo leer lo que hace años escribí acerca del Kopi Luwak y les recuerdo que el que nace gourmet, muere gourmet. Por cierto, una fábrica francesa de marron glacé está muy interesada en copiar mi técnica.
Durante la ingesta mis mofletes adquieren la misma orografía que  las mejillas de una fellatriz haciendo doblete porque me gusta meterme las dos castañas en la boca a la vez y extraerles su poco jugo con parsimonia. Mientras un hilillo de baba lechosa se desliza sensualmente por la comisura de mis labios leo el recorte de periódico en el que iban envueltas.
Este pedacito de papel es lo que me mantiene conectado con la actualidad en estos momentos de crisis. Gracias a él me he enterado que Induráin está a punto de ganar su primer Tour, que Fofó acaba de sacar su nuevo disco y que es posible que en unos años el hombre llegue a la Luna.
Antes de la crisis me encantaba acudir al kiosco cada mañana. El kiosco de mi barrio es el comercio mejor surtido del mundo. Nada que envidiar a un Makro chino ni al mítico Corte Inglés que cada vez anda más cortito de referencias porque les ha dado por imitar en todo al Mercadona. En mi kiosko lo mismo podías comprar un manojo de acelgas que un acelerador de partículas. Acostumbraba a cambiar allí el aceite del coche porque luego el escape desprendía un fragante olor a regaliz que era mucho más agradable que el del ambientador de pino que cuelga del retrovisor, Mi propio Ford Focus lo conseguí con un coleccionable aunque como me perdí el fascículo en el que venía el cambio de marchas nunca puedo pasar de primera.
También se venden libros y hay más volúmenes que en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (En la biblioteca del Congreso español el único libro que encontraron una vez fue un librillo de papel de fumar que había perdido una de sus señorías).
Mi kiosquera tiene perfil de bibliotecaria. Bueno de perfil mi kiosquera se parece más a Doña Urraca la de los tebeos y es que uno no puede evitar que lo que vende lo modifique a uno. Tal es así que raro es el tabernero que no luce una nariz colorada, o el cocinero bajo en grasas. Del mismo modo que a principios del siglo XX tipógrafos y mozos de imprenta se convirtieron en difusores de las ideas revolucionarias de los panfletos que entintaban, mi vendedora de prensa se va impregnando con todas las noticias que se agolpan en su mostrador. Tú llegas a su kiosko a primera hora de la mañana dispuesto a comprar la prensa y ella te resume los principales titulares, te disecciona y contrasta los distintos editoriales y artículos de opinión, te pone al día con las necrológicas, te da varias recomendaciones para ir al cine, te recuerda que hay un par de erratas en el crucigrama del ABC, al tiempo que se asombra de que la pequeña Lulú se siga anunciando como jovencita sin experiencia y nueva en la plaza cuando ya publicitaba su famoso masaje tailandés en la extinta Hoja del Lunes. Después de este breve discurso tú le dices que tienes que ir a comer que se te ha hecho tarde, y que en vez del periódico mejor te vende un par de aspirinas.

Aunque se parezca un poco a Doña Urraca y sea un tanto charlatana la kioskera tiene su punto. Ahora no puedo permitirme el lujo de ir a comprar el Vogue para coquetear y seducirla cada mañana por lo que me limito a admirarla haciendo como que miro las portadas del escaparate. Por eso he  decidido que sería muy galante compartir con ella mis castañas. Ya os contaré...

6 comentarios:

  1. Creo que si Mercadona no se hunde en la miseria es gracias a usted.
    Que no se pueden dar mejores consejos para tratar de sobrevivir en tiempos de crisis.
    Que la kioskera de su barrio es una mujer afortunada como pocas.
    Y que su galantería Mr. Pazzos, es de quitarse el sombrero.

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    1. Mrs Nancy, a ver si se dan por enterados los desagradecidos del Mercadona, me esponsorizan el blog y me sacan a mí de la miseria.
      En estos tiempos tan descreídos es reconfortante encontrarse con alguien que cree al menos en cuatro cosas.

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  2. Las castañas van a 2'50 la media docena... ¡¡¡ Es usted rico!!!!

    bss!!

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    1. Dalicia, a este paso el kilo de castaña pilonga se va a poner más caro que el de Kopi Luwak. ¿Sabe usted a cómo se cotiza el gramo de marrón glacé?

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  3. Celebro que el urólogo no te recomendara, en vez de castañas, rambután sin mondar.

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    1. Caruano, mi urólogo es plenamente consciente de que no puedo permitirme un tratamiento a base de rambután porque hace meses que no le pago.

      El Rambután tiene nombre de medicamento de uso tópico. El que bautizó al fruto estuvo a punto de ponerle Rohipnol a los cacahuetes.

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