Creo que soy el primer hombre que ha cruzado Castilla a lomos de un Porsche Cayenne a 160 quilómetros por hora sin infringir ninguna ley. Bueno, sin quebrantar las leyes de tráfico quería decir pues no sé qué opinarían los jueces sobre si se podría considerar allanamiento de morada okupar aquel coche que era el doble de grande que mi piso. O si será delito viajar en un coche de lujo sobre un tren con un billete de segunda clase. O con un billete de metro gastado que era lo que llevaba en mi bolsillo por si el revisor se ponía quisquilloso con los polizones.
¿Cómo describir la sensación de libertad al sentir el viento que corría entre los dedos de mis pinreles asomados por la ventanilla? Los que hicieron aquel anuncio de BMW tan cursi con la manita al aire no saben lo que es disfrutar de verdad al volante. Circular a toda hostia en un coche, con la capota bajada, sin preocuparse de conducir, ni de los peajes, ni de la guardia civil es lo más cercano que existe a la felicidad absoluta. Los trigales se desplegaban como abanicos amarillos a ambos lados de mi ruta. Las pacas de paja se desperdigaban perezosas por la planicie como bloques de Tetris en la primera pantalla. Los girasoles me saludaban mientras los aspersores que los duchaban desplegaban un arco iris de bienvenida al tiempo que un aeroplano fumigador empolvaba la cara de una luna diurna y enorme como un duro de plata. Puse esta canción en el casette y me puse a canturrearla. Antes de seguir leyendo, escúchala, y canta conmigo el estribillo a grito pelao, no seas soso que si no no tiene gracia; sin vergüenza, que desde las excursiones del colegio ya sabemos todos cuanto desafinas.
En cuanto acabó la canción comprobé que el Porsche Cayenne tiene un imperdonable defecto en su diseño: No tiene limpiaparabrisas interior.
Surcando el ancho Mar de Castilla me sentí como Moisés atravesando el desierto: Hambriento. Miré a aquel cielo azul tan bonito, con sus nubecillas jugando al escondite con el sol y claro, los espacios infinitos tienen esa cosa de que uno se pone místico y acaba implorando a la Divina Providencia que se apiade de ti y que haga descender el maná sobre tu boca abierta al cielo. Yo la abrí tanto que Dios debió de pensar que en vez de una boquita abierta al cielo era el boquete de una mina a cielo abierto. Ya sé que vosotros sois una panda de descreídos y esperaréis que os cuente que una bandada de estorninos incontinentes iba a relajar sus esfínteres en mi bocaza y llenarla de cagarrutas como hicieron las golondrinas con los ojos de Santo Tobias, (que mientras se iba quedando ciego no paraba de cagarse en Bécquer y en su puta madre). Pues no, gentes de poca fe, listos que sois unos listos, al cabo de menos de media hora tenía la boca llena de mosquitos e insectos de todo tipo, al menos una pareja de cada especie. Que Dios aprieta pero no ahoga. Y si no que se lo pregunten a Noé.
Cuando llegamos a la provincia de Zamora el tren entró en una vía muerta. Hace mucho tiempo que la línea Astorga-Zamora se cerró al tráfico ferroviario y el paisaje que se veía ahora era tan irreal como uno de esos pueblos fantasmas del Far West. A la altura de Benavente todavía conservaba la esperanza de que al pasar junto al Huracán sus alegres chicas me saludaran agitando el sostén desde la azotea. En lugar de esto me encontré con un interminable cementerio de dinosaurios amarillos puestos en fila, millares de camiones, hormigoneras, grúas, y maquinaria pesada que parecía salida de una película de Mad Max. Aquellas retroexcavadoras, aquellas palas, aquellos gigantes del pavimento que ahora acumulaban óxido y olvido a la vera de la vía, en otro tiempo glorioso se habían devorado este país a grandes cucharadas, habían apisonado sus colinas, empantanado sus ríos, talado sus árboles centenarios, lo habían taladrado, perforado, aplastado, violado con sadismo la virginidad de sus montañas, habían vomitado de asfalto negro el antiguo sendero saltarín de las ardillas romanas. Y ahora todo ese hermoso país que tanto nos empeñamos en reducir a escombros es un monstruoso desguace antediluviano, artrítico y anquilosado que sólo espera a que la herrumbre lo reduzca poco a poco a polvo.
Menudo lujo de viaje. Sólo te faltó tener una buena compañía con la que compartir el piso. Digo el coche...
ResponderEliminarAbrazo.
Un Elvis de ventosa moviendo las caderas sobre el salpicadero es el mejor accesorio que traen de serie todos los Porsche Cayenne. No se puede pedir mejor compañía.
EliminarQué triste, ya se que estamos en otoño, pero un poco de hierba verde no nos iría mal, brrr! brrrr!! brrrr!!!! a ver si salpicamos un poco y la humedad ayuda ... aunque sea para criar más mosquitos que lo que no mata engorda, jajaja!!! Xhrst.
ResponderEliminarXhrst, veo que has seguido las instrucciones y has cantado la canción de Woody Guthrie como Dios manda. Así me gusta.
Eliminarentre Calleja y Labordeta. No se donde clasificar tus escapadas.
ResponderEliminaryo es que si no clasifico o descalifico no soy nadie.
¡Que trabajo me costó darme cuenta quien era Calleja hasta que me dí cuenta que es el montañero ese que es como el Príncipe Valiente pero en rubio!
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