jueves, noviembre 29, 2012

Porca Miseria IX- Vida de perros



Me gusta pasear por la zona residencial de mi ciudad en cuanto sale el sol. Bostecé como un hipopótamo hambriento y desvelado y para desperezarme decidí saltar al estilo Fosbury el seto de una mansión. Empezar la mañana con un buen baño en una de esas piscinitas con forma de riñón es de lo más refrescante. Como estamos en otoño el agua está un poco fría y cubierta de hojas amarillas de lo más  canadienses. Chapoteé feliz como un manatí en aquellas aguas densas, en aquella sopa de amebas capaz de provocarle una conjuntivitis a un búfalo. Nada mejor para el cutis que un baño de fangos. Al salir sentí que la piel se me desprendía a tiras; por un peeling como aquel no veas tú lo que son capaces de pagar alguna de las pijas que aquí viven y esta talasoterapia yo la sigo cada semana gratis en su propia piscina; esta gente no valora lo que tiene en casa. Cuando de vez en cuando me pillan en pleno baño me sumerjo o hago como que soy el encargado de limpiar la piscina revisando los desagües. No sé a que viene su fama de gigolós. A mí  nunca nadie me ha propuesto nada. Bueno, una vez dijeron que iban a llamar a la policía, supongo que para montar un trío y animar una despedida de soltera.
Cuando salía de la piscina se levantó una remolina de aire y todo el otoño vino a adherirse sobre mi piel mojada. Convertido en una croqueta vegetal, se terminó para mí el tener que saltar setos para mis allanamientos. Ahora podría haber entrado tranquilamente por la puerta principal gracias a mi nuevo camuflaje de monstruo de la laguna si no fuera porque había algo a la que no podría engañar con mi nuevo aspecto: el olfato de los perros.
A veces, antes de escoger chalet me fijo en los dibujitos que graban en los buzones los vagabundos en su lenguaje secreto. Si pintan un gato gordo quien habita la casa es una viejecita amable y acogedora. Por el contrario, una raspa de sardina indica que en aquella casa lo que hay es muy buena basura. Una calavera y dos huesos cruzados avisan que te puede morder un perro. Si lo que se cruzan son dos muslos de pollo es que al perro te lo puedes comer tú. De momento no tengo pensado comer perros aunque me he bajado una receta de una web de cocina vietnamita que promete. El día que consiga semillas de flor de loto hago la prueba.

Hay diversas formas de inmovilizar a un perro para que no moleste: Untar con  miel el enchufe de la piscina. Dar vueltas alrededor de su caseta hasta que quedan más amarrados que Houdini con la cadena. O rociarlos con un poquito de nitrógeno líquido de ese que nunca falta en cualquier cocina de hoy en día. Es sorprendente lo bien que cristaliza un bóxer. Si tu problema son las babas de tu mascota ya sabes cual es la solución.
Con lo que come un SanBernardo en un día se podría alimentar durante una semana a toda una familia de rumanos. Y si el clan de los Romanov se bebe el coñac del barrilito que llevan al cuello son capaces de montarte una fiesta zíngara en el jardín. La comida para perros es como la india en cuanto a textura y sabor pero mucho menos picante e indigesta. Y la comida para gatos es incluso más sabrosa. En alguna ocasión he visto como a un Yorkshire con más lazos que un rodeo le servían un filete Stroganoff en una bandeja de esas con una cupulita dorada para que no se enfríe. Recuerda: Hay un comedero de plata para perros monísimo en Carolina Herrera que no puede faltar nunca en tu lista de bodas. Y por menos de 500 Euros.

Las personas que estamos predestinados a morir en soledad no deberíamos nunca adoptar a una mascota que pueda algún día devorar nuestro cadáver. Por eso, una cosa buena que tienen los ricos es que nunca están solos. Mientras son ricos.
Un día me colé en el chalé de un hombre muy importante y altamente preparado que había presidido grandes empresas, gobiernos, instituciones financieras y hasta conducido un taxi cuando era joven. Desayunaba en el jardín  solo, vestido con un albornoz y unas zapatillas rosas de peluche que no eran de su número. Una hermosa vikinga siliconada bajó al porche, le dio un beso en la mejilla, un mordisco a su tostada y salió disparada con las grandes zancadas que le proporcionaban unas piernas eternas prolongadas por unos tacones tan sorprendentemente largos como finos. Dos adolescentes bajaron, sin besos, a pedir dinero, le robaron un donuts y se largaron. Un hombre trajeado lo saludó con grandes palmotadas en la espalda,  despachó con él unos negocios cuidando mucho de cubrirse los labios con la mano para no ser espiado. La costumbre. Entre la mano y el croissant que devoraba sin dejar de hablar apenas se le entendía nada de lo que farfullaba. Cuando se marchó la asistenta recogió los restos del desayuno con una mirada al 99% de sumisión y al 1% de desprecio absoluto. Al final un perrillo se acercó a lamer la mano de aquel pobre hombre con avidez. O era la única muestra de amor verdadero e incondicional que recibió aquel día o, simplemente, se había olvidado de limpiarse los dedos con la servilleta.

Y es que podemos tener en la vida dinero, sexo, familia, salud, éxito profesional, servicio doméstico y una casa que te cagas, pero todos mataríamos por un poquito más de aceptación.



I Steal Pets - watch more funny videos


Nota de producción: NIngún animal ha sido maltratado para la realización de este post. El SanBernando de la foto nos mostró un carnet de identidad falso antes de que le sirviéramos el alcohol.

martes, noviembre 27, 2012

Porca Miseria VIII - Estación Termini


Creo que soy el primer hombre que ha cruzado Castilla a lomos de un Porsche Cayenne a 160 quilómetros por hora sin infringir ninguna ley. Bueno, sin quebrantar las leyes de tráfico quería decir pues no sé qué opinarían los jueces sobre si se podría considerar allanamiento de morada okupar aquel coche que era el doble de grande que mi piso. O si será delito viajar en un coche de lujo sobre un tren con un billete de segunda clase. O con un billete de metro gastado que era lo que llevaba en mi bolsillo por si el revisor se ponía quisquilloso con los polizones.

¿Cómo describir la sensación de libertad al sentir el viento que corría entre los dedos de mis pinreles asomados por la ventanilla? Los que hicieron aquel anuncio de BMW tan cursi con la manita al aire no saben lo que es disfrutar de verdad al volante. Circular a toda hostia en un coche, con la capota bajada, sin preocuparse de conducir, ni de los peajes, ni de la guardia civil es lo más cercano que existe a la felicidad absoluta. Los trigales se desplegaban como abanicos amarillos a ambos lados de mi ruta. Las pacas de paja se desperdigaban perezosas por la planicie como bloques de Tetris en la primera pantalla. Los girasoles me saludaban mientras los aspersores que los duchaban desplegaban un arco iris de bienvenida al tiempo que un aeroplano fumigador empolvaba la cara de una luna diurna y enorme como un duro de plata. Puse esta canción en el casette y me puse a canturrearla. Antes de seguir leyendo, escúchala, y canta conmigo el estribillo a grito pelao, no seas soso que si no no tiene gracia; sin vergüenza, que desde las excursiones del colegio ya sabemos todos cuanto desafinas.


En cuanto acabó la canción comprobé que el Porsche Cayenne tiene un imperdonable defecto en su diseño: No tiene limpiaparabrisas interior.

Surcando el ancho Mar de Castilla me sentí como Moisés atravesando el desierto: Hambriento. Miré a aquel cielo azul tan bonito, con sus nubecillas jugando al escondite con el sol y claro, los espacios infinitos tienen esa cosa de que uno se pone místico y acaba implorando a la Divina Providencia que se apiade de ti y que haga descender el maná sobre tu boca abierta al cielo. Yo la abrí tanto que Dios debió de pensar que en vez de una boquita abierta al cielo era el boquete de una mina a cielo abierto. Ya sé que vosotros sois una panda de descreídos y esperaréis que os cuente que una bandada de estorninos incontinentes iba a relajar sus esfínteres en mi bocaza y llenarla de cagarrutas como hicieron las golondrinas con los ojos de Santo Tobias, (que mientras se iba quedando ciego no paraba de cagarse en Bécquer y en su puta madre). Pues no, gentes de poca fe, listos que sois unos listos, al cabo de menos de media hora tenía la boca llena de mosquitos e insectos de todo tipo, al menos una pareja de cada especie. Que Dios aprieta pero no ahoga. Y si no que se lo pregunten a Noé.

Cuando llegamos a la provincia de Zamora el tren entró en una vía muerta. Hace mucho tiempo que la línea Astorga-Zamora se cerró al tráfico ferroviario y el paisaje que se veía ahora era tan irreal como uno de esos pueblos fantasmas del Far West. A la altura de Benavente todavía conservaba la esperanza de que al pasar junto al Huracán sus alegres chicas me saludaran agitando el sostén desde la azotea. En lugar de esto me encontré con un interminable cementerio de dinosaurios amarillos puestos en fila, millares de camiones, hormigoneras, grúas, y maquinaria pesada que parecía salida de una película de Mad Max. Aquellas retroexcavadoras, aquellas palas, aquellos  gigantes del pavimento que ahora acumulaban óxido y olvido a la vera de la vía, en otro tiempo glorioso se habían devorado este país a grandes cucharadas, habían apisonado sus colinas, empantanado sus ríos, talado sus árboles centenarios, lo habían taladrado, perforado, aplastado, violado con sadismo la virginidad de sus montañas,  habían vomitado de asfalto negro el antiguo sendero saltarín de las ardillas romanas. Y ahora todo ese hermoso país que tanto nos empeñamos en reducir a escombros es un monstruoso desguace antediluviano, artrítico y anquilosado que sólo  espera a que la herrumbre lo reduzca poco a poco a polvo.


                                                                                                  (¿continuará...?)

sábado, noviembre 24, 2012

Porca Miseria VII - Adiós Madriz


Antes de despedirse de mí el Sr. Barragán me había hecho entrega de un misterioso sobre, al tiempo que me susurraba una advertencia: No lo abras salvo caso de extrema necesidad. 

El caso fue que las sardinas me sentaron como un tiro, porque si a Madriz el pescado no suele llegar muy fresco imagínate como puede ser el que le regalan a los delfines a cambio de humillarse y hacer tirabuzones.  Como los porteros del Palacio Real no me dejaron colarme para usar los servicios porque, al parecer, ese trono está reservado para uso exclusivo del trasero regio, tuve que aliviarme de urgencia en un parterre. Afortunadamente el cerebro del Sr. Barragán es uno de esos cráneos privilegiados que está pendiente tanto de las grandes empresas como de los pequeños detalles y seguro que hasta había previsto que aquella visita al acuario habría de terminar conmigo en cuclillas. Abrí el sobre con cuidado por un lateral para improvisar una manopla higiénica y de su interior cayó una tarjeta de visita color avispa. Descarté usar la tarjeta tras verificar que la cartulina es un material menos dúctil y maleable que el papel del sobre y su superficie tan resbalosa y escasamente absorbente que se reveló inútil para según que menesteres; además para un anémico como yo un corte en la almorrana con su afilado borde podría tener fatales consecuencias. Cuando terminé arrimé el culo a uno de los aspersores del parterre para aliviar escoceduras y eliminar tarzanines; vale, de acuerdo, aquel chorrito no era  lo que se dice un bidé pero los jardines de Sabatini tampoco son el Palace, no se puede pedir mucho más.

La dirección, aunque un poco emborronada y maltrecha por el fallido intento, todavía era legible. Más que por curiosidad fui hasta allí porque no tenía otra cosa mejor que hacer.
Era un entresuelo lóbrego del centro. Subí por una escalera cojitranca que olía a col y lentejas repegadas. Me recibió un individuo casposo que sujetaba  un puro barato y muy babado entre sus dientes gualdos:
  Así que buscas trabajo. Te veo un poquito blanco de piel para el oficio pero, quéselevaahacer. Ponte esto y te paseas por el casco viejo repartiendo esto otro.
Y me entregó un chaleco de color verde puñeta y un taco de tarjetas de visita como la que me dio Barragán pero un poco más limpias.
Bajé las escaleras sin comprender nada y con aquel chaleco fluorescente brillando ante mis ojos en la penumbra como un ectoplasma de mal agüero. Al llegar a la calle pude leer que en la espalda ponía en letras bien grandes: COMPRO ORO.
Comprendí que no se podía caer más bajo. ¿Cómo me iba a poner aquel chaleco tan humillante? Bueno, sí, mejor me lo ponía abierto que con la tripa me venía muy justo. Pero, además del temita del uniforme, si alguien se dirigía a mí para venderme alguna alianza, las arras de la boda o las muelas de su abuelo, ¿con qué iba a pagarle? Con mi economía no podía permitirme comprar ni siquiera un trocito de pan de oro y, si pudiera permitírmelo, sin duda me comería ese pan. Definitivamente Madrid no es para mí. Hasta si quieres trabajar has de poner tú el dinero por adelantado, debe de ser eso a lo que llaman autoempleo. Hay cosas del capitalismo moderno que no acabo de entender. Harto del capital y de la capital puse rumbo a la estación.

La estación de Atocha me habría parecido mucho más bonita si en vez de palmeras sin dátiles hubieran plantado en el vestíbulo cocoteros con frutos. El chaleco fluorescente me resultó muy útil, le dí la vuelta para tapar las letras, y me colé por una puerta que ponía SOLO PERSONAL AUTORIZADO. Los vigilantes no sospecharon del resto de mi ropa porque estaba tan sucia que nadie podría distinguir si bajo aquella capa de mugre se escondía un mono de trabajo o un chaqué de doble cola.
Me costó escoger entre tanto tren de mercancías porque no estaba dispuesto a repetir el viaje de ida, que la compañía de una piara de cerdos no es la más recomendable cuando lo que uno busca es reflexionar y encontrarse a sí mismo. Al final de un andén desierto encontré, al final, lo que buscaba. Sobre una plataforma de dos pisos se apilaban unos Porsche Cayenne nuevecitos de paquete con destino al Parque Móvil del Principado que, en un arranque de austeridad acorde con los tiempos que vivimos, había decidido sustituir todos los vehículos oficiales por otros mucho más modestos. 
Me monté en el coche más alto de la pila  para tener mejores vistas durante el viaje. Lo hice a hurtadillas para evitar ser pillado por el jefe de estación que suele ser gente con muy malas pulgas quizás por que a cualquiera se le amarga el carácter si tiene que vestir por obligación y en público un gorrito tan ridículo mientras hace de mimo con un banderín rojo y un silbato.
Me apoltroné en aquel asiento de cuero de lince ibérico. Aquello era un salpicadero y no lo que le ponen a los Panda. Para maquillarte, en lugar del espejito de cortesía en el quitasol,  en el Cayenne hay  un brazo mecánico que te hace además la manicura y las ingles brasileñas en un pispás. Después de mucho trastear buscando inútilmente hamburguesas en el mueble-bar dí con el botón de reclinar al asiento. Crucé mis brazos tras la cabeza, asomé los pies por la ventanilla y sentí el bufido del tren al ponerse en marcha.
Muy bonito Madriz pero la cabra siempre tira al Norte.




¿Cómo coño se encenderá este radiocassete?

                                                                                         (Continuará...)

martes, noviembre 20, 2012

Porca Miseria VI. El Acuario de Madriz.



Cuando el Sr. Barragán me propuso ir al Acuario pensé que era un puticlub porque en mi pueblo hay un antro que se llama así y me dirigí con toda la ilusión de echar un par de polvos subvencionados por aquello de la Jornada de Puertas Abiertas. Pero resultó ser un zoo de pescado. En Madriz nada es lo que parece.

Lo más parecido a un acuario que yo había visto eran las cetáreas de las marisquerías donde solía quedarme un buen rato con la naricilla aplastada contra el escaparate segregando jugos gástricos. ¿Para qué vas a gastar una pasta gansa en ver Alien en 3D  si puedes contemplar gratis la batalla entre un bogavante y un centollo mientras te llega un olorcillo de gambas a la plancha en lugar del pestazo a palomitas de maíz en aceite requemado que esparce por todo el multicine ese botafumeiro en el que las fríen?

La entrada del acuario es espectacular. Vas caminando en penumbra por un pasillo de vidrio por el fondo de la piscina como si estuvieses en el fondo del mar. Meterse en un Porsche Cayenne con techo solar en un túnel de lavado atendido por walquirias en topless debe de ser una experiencia similar en lo fascinante y en lo húmedo: te quedas embobado siguiendo el movimiento hipnótico de los bichos mientras tratas de reprimir ese cosquilleo insufrible en tus partes... por las muchas ganas de mear que provoca estar rodeado de agua por los cuatro costados.
Me parece que todos los peces deben de tener ladillas porque pasan siempre frotándose los bajos contra el cristal. Y los que más ladillas tienen son los tiburones porque son los que más se rascan. Si he de ser franco me decepcionaron  los tiburones no sólo por zafios sino que además son poquita cosa. Sí, tienen dos penes, de acuerdo, pero mi primo Remigio también; ¡que no me lo han contao que yo lo he visto! que sus padres también eran primos entre sí y lo llevaban de pequeño a la piscina.
En cambio quedé fascinado con los cardúmenes de peces nadando en bandada, formando un rebaño mucho más ordenado que el de las ovejas y el de los jóvenes del botellón. Todos los peces nadan uno junto a otro, muy cerca pero sin tocarse nunca, como si les diese asco su tacto viscoso o la escama ajena les produjese urticaria. Bailaban juntos en mitad de aquella pecera gigantesca, se giraban, nadie parecía llevar el mando, que el que iba el primero, luego estaba en medio. Tampoco sabían muy bien a donde ir, daban vueltas sin sentido,  huían asustados en desbandada a la menor sombra de amenaza, desorientados, sin un líder. Sí, me recordaban mucho a los jóvenes del tumulto de Neptuno. Al menos los peces no hacían ruido.

Las pirañas me miraron desafiantes desde su pecera, abriendo y cerrando la mandíbula como si afilaran los dientes. Si se pensaban que con el hambre que tenía me iban a ganar en una batalla a bocados iban listas. Se salvaron porque el cristal es más blindado de lo que parece o mi cabeza cada día más blanda.

También había un espectáculo de loros. No me preguntéis por qué, no sé que pintaban en un acuario pero al parecer  los loros son unos peces tropicales muy raros que casi ni se bañan. Traté de robarles las pipas pero desistí. No porque estén asquerosamente insípidas, tan sosas y sin tostar, sino porque los adorables guacamayos dan unos picotazos de la hostia defendiendo su rancho los muy cabroneshijosdeputaojaláseatragantenconlascáscaras. Para mí que se dopan con las pipas. Eso explicaría su mal carácter y lo bien que se les da montar en bicicleta.

En el delfinario iba a comenzar otra actuación. Había unos vestuarios para cambiarse porque, unos pocos privilegiados podrían compartir  baño, piscina, y orines con un grupo de cetáceos. Que la orina de una orca será muy transparente pero no deja de ser orina.
Me desnudé y, en un descuido del monitor, me arrojé en la piscina de las morsas. El monitor no se percató de que en vez de tres morsas había ahora cuatro porque en sus oposiciones le pidieron saber nadar pero nada de Aritmética Elemental. Dentro del agua mi cuerpo gana mucho en movilidad (¡gracias, Arquímedes!) me sentí más libre, ligero, casi ágil.  Me noté, en cambio, un poco torpe en eso de manejar la pelota en equilibrio sobre el hocico pero el entrenador tampoco notó nada; luego supe que las morsas de vez en cuando beben algo más que agua pues  el vodka ruso siempre se ha mostrado como un eficaz anticongelante, y que cuando empinan el codo tampoco ellas aciertan con los malabares; si tienen ese aspecto de borrachín mal afeitado y colmilludo tan simpático es por algo.
 De vez en cuando el monitor me lanzaba una sardina como premio. Yo las escondía entre los pliegues de mis michelines porque no soy muy de sushi ni de pescados crudos y prefería reservarlas para comerlas después asadas, que había observado que en el parque infantil había más arena que en muchas playas del Sur y  con unos cuantos palos de helado se podrían improvisar unos espetos cojonudos y una hoguerilla en medio. Sólo de pensar en las brasas dorando a aquellas deliciosas sirenitas comestibles se me hacía la boca agua.




                                                                                                            Continuará...

domingo, noviembre 18, 2012

Porca Miseria V - Cicerone catalán me guía por Madriz


No me gusta el Banco de España. Muy grande, muy bonito, decorado como una tarta nupcial pero... no me fío. Para mí que dentro no hay ni un puto euro. ¡Pero si es el único banco del mundo que no tiene ni para un cajero automático donde pasar la noche! Tuve que hacerme un ovillo en un banco del parque, más pequeño, más feo y menos decorado, pero para mí mucho más útil que el otro tan ostentoso y prepotente.

El que escogí debía de ser el famoso banco malo porque a la mañana siguiente me desperté con la espalda deshecha y en mitad de una horrible pesadilla: Un grupo de vegetarianas airadas me perseguían y trataban de golpearme con sus zanahorias. 
Con tanta carrerita nocturna se me había despertado también el hambre y me dirigí al Hotel Palace para desayunar. En el lobby pregunté por el Sr. Smith y mientras la recepcionista cogía el teléfono para sacar a un yanqui de la ducha aproveché para darme un atracón con los caramelitos de cortesía del mostrador. Los de plátano al guaraná son los mejores para empezar el día con energía. Como no concibo desayunar sin leer la prensa me llevé de paso el periódico. No acabo de entender para que le ponen ese palito con lo incómodo que es leer así por la calle.
Tengo leído en la Guía del clochard que con las ardillas del Retiro se pueden preparar unas barbacoas estupendas. No quise usar el País que bastante quemada está ya la plantilla así que busqué unos cartones para preparar las brasas. Al patear una caja de nevera para enrollarla salió una voz cascada de su interior:
  ¡Óla, majo! ¿Cómo tamo?
Por entre el embalaje corrugado asomaron un gorro y unas gafas empañadas de miope igualitas que las del señor Barragán. Yo lo miré y lo vi, él me miró sin verme. ¡Era el mismisimo Gran Barragán! Me clavé de rodillas.

  Señor, para mí usted es una referencia, un mito, mi gurú, mi maestro espiritual, el espejo en el que mirarme, el modelo a imitar. Llevo toda la vida admirándole y, modestamente, trato de seguir sus pasos. Pero, le hacía en Barcelona ¿qué hace usted en Madrid?
  Lo que todos los catalanes. ¡Pedir!

Casi me desmayo cuando me propuso dar una vuelta por la ciudad. El hecho de tener como cicerone a aquel gran hombre me hacía levitar, yo estaba como borracho, embriagado. No me atreví a preguntarle su marca de colonia aunque supuse que como Antonio Banderas y otros famosos tendría fragancia propia, Impacto de Barragán o algo así.
Con la generosidad  y sencillez que caracteriza a los grandes personajes compartió conmigo todos los trucos del oficio. Primero me propuso ir al comedor de la Asamblea de Madrid,  me contó que allí, por tres euros y medio, uno se podía poner morado de comida sin caducar.
  ¿Y de dónde vamos a sacar 7 euros para pagar?
Apretó más el cordel con el que se ceñía la bata y comprobó el agarre de sus zapatillas de felpa.
  Primero comamo y luego cha veremo como arreglamos la cuenta.
Pero un gigantón con auricular negro nos impidió el paso diciendo que aquel restaurante estaba reservado y que si éramos diputados con esas pintas.
  Di puta serás tú. Italiano di merda. --replicó el Barragán con diplomacia.
Frustrados nuestros planes continuamos por la plaza de Neptuno. Le pregunté que por qué ese dios tenía aquí una plaza si en Madrid no hay mar.
  Será poque akí sienpre se reúne la mar de jente. ¿Conprende?
Efectivamente, allí había un montón de gente, gritando, pitando y protestando. Aunque en sus pancartas presumían de solidarios no quisieron compartir nada con nosotros. Sobre todo unos jóvenes encapuchados muy egoístas que, como en el Ayuntamiento se han vuelto muy estrictos con el botellón, llevaban sus bebidas ocultas en un cartucho de papel. O las tapaban para no convidar, quéséyó. En un descuido les pillamos una botella y aquel calimocho resultó imbebible y altamente combustible. El Don Simón a su lado un cabernet sauvignon. Nos marchamos de allí  enseguida porque unos policías empezaron a  disparar pelotas de goma contra la gente, con muy poca profesionalidad porque fallaban casi siempre. Y los jóvenes que habían sido tan poco generosos con nosotros ahora compartían su bebida con la policía y no paraban de lanzarles los botellines.

Nos metimos por otras calles y nos cruzamos con otro rebaño. Esta vez de ovejas. El Sr. Barragán me explicó que las calles de Madrid atraviesan las antiguas cañadas reales y que una vez al año celebraban el Día de la Trashumancia. Trincó por una pata a un corderillo para que nosotros también pudiéramos celebrarlo como Dios manda. Bueno, para que nosotros pudiéramos celebrarlo como dios porque aquel lechazo tendría que estar mucho más tierno que una ardilla correosa del Retiro. Desgraciadamente, los pastores se liaron a tirarnos adoquines con sus hondas con bastante mejor puntería que los policías de antes. Nos despedimos de aquel cordero con lágrimas en los ojos. Se ve que los botes de humo que había lanzado la poli en su exhibición de pirotecnia eran de efecto retardado.

Al pasar por Serrano vimos a un muchacho sentado en un escaparate, muy aseado, con gomina en el pelo, un abrigo de Burberrys y unos pantalones de pinzas; sólo sus guantes tenían pinta de ser más caros que toda la ropa que he comprado en mi vida. A sus pies tenía un platito de Lladró con un cartelito que ponía: Vergüenza de Robar. Un transeunte despistado arrojó una moneda en aquel plato. El joven le afeó la conducta:
´  Por favorrrrrrrr, sólo se admite pago con tarjeta.   Y señaló un datáfono de Visa que tenía apoyado en una moto muy chula.
 El Sr. Barragán montó en cólera.
  Eto es la vergüensa de la profesión. Eto es intrusismo. Desde que los carapijos  an cambiao los despachos por las aseras la cosa sá jodío. Yuppis de mierda.
Y, si el otro no escapa en su Harley el Barragán le habría  abierto la cabeza con una barra de pan duro.
Como con el cabreo se descompuso un poco fuimos a desahogarnos a los baños del ABC Serrano que es un centro comercial de lujo con Mercadona y todo. Todo estaba muy limpito y muy higiénico.
   Siempre da mucho gusto cagarse en el ABC. Chí Cheñó.

El Señor Barragán me recomendó pasar el resto del día en el Acuario, que había jornada de puertas abiertas. El Sr Barragán es un hombre muy respetado entre su gremio y antes de despedirse de mi en la Puerta del Sol tuvo que poner paz entre Bob Esponja y Hello Kitty que se peleaban por la Plaza por la plaza.  Tras arreglar la trifulca, gracias a su autoridad patriarcal y un par de patadas en el culo, me abrazó y me gritó al oido:
  ¡Hala majo!¡Que te la pique un escarabajo!


                                                                                  (Continuará...)



martes, noviembre 13, 2012

Porca Miseria IV--Madriz me mata



La puerta del Sol estaba abarrotada. Como tenía hambre y vi un autobús de Donantes de Sangre, entré para ver si había suerte y en vez del bocadillo de chorizo que nos dan en provincias hoy me tocaba jamón. Una hermosa doncella con cofia blanca se enfundó unos guantes, ató mi biceps de culturista en horas bajas con una goma y empuñó una jeringuilla. Chica guapa, látex, uniformes y dolor físico, para que quería más, estuve a punto de desmayarme. Cuando llevaba media jeringa llena, la sangre dejó de fluir; al principio la enfermera desconcertada empezó a tirar del émbolo con todas sus fuerzas, luego con las dos manos, incluso apoyando su rodilla en mi pecho. No fue hasta que se fijó en mi rostro, blanco como la muerte, que se percató que aquellas que había extraído eran las últimas gotas de sangre que aún corrían por mis venas. Alarmada decidió transfundirme unas bolsas de plasma para recuperarme. Como no había tenído tiempo de analizar mi grupo sanguíneo y tenía donde escoger me enganchó una bolsa de cada tipo que con alguna seguro que acertaría. Cuando recuperé la consciencia lo primero que vi, además de su escote, fue la bandeja de los bocadillos de jamón. Les costó sujetarme para evitar que me precipitara sobre aquella pirámide de felicidad envuelta en pan. Me ataron con unas correas a la camilla y decidieron trasladarme con urgencia y en ayunas al Hospital de la Princesa.

Al equipo médico, nada más ver entrar en el hospital un ejemplar como yo, se les despertó la curiosidad científica. Aunque estaban de huelga lo dejaron todo: pancartas, megáfonos, panfletos y hasta a una alcaldesa oportunista firmando un manifiesto. Formaron un corrillo para hacerme un chequeo allí mismo, en mitad del pasillo. Los médicos son una gente muy rara, son los únicos, aparte de mi, que encuentran algún interés e incluso entusiasmo por los forúnculos de mi peluquera. A mí me encontraron de todo, epanadiplosis interdigital, un hipérbaton como un castillo en mitad del páncreas, metáforas en el hígado, un epíteto épico enquistado en el riñón, altos niveles de hipérbole en el riego sanguíneo, varias onomatopeyas atravesadas en la laringe, una sorprendente ausencia de eufemismos  en el torrente vocal y la ortografía, la prosodia, y la coherencia gramatical en niveles incompatibles con la vida. Falta total de aliento poético, aliteraciones degenerando en halitosis permanente, arritmia asonante en el cartílago métrico y pereza manifiesta en el músculo vago que se agravaba con la atrofia general del resto de los músculos. A medida que se iban revelando síntomas el equipo médico empezó a recular y se separaba de mí por miedo a contagiarse. Para evitar una epidemia de trágicas consecuencias me aislaron en una unidad nueva que no se había estrenado nunca y que estaba reservada para casos de emergencia nuclear y ataque químico.

Después de tanto trajín, ya solo en mi camita, contemplé aquella burbuja de plástico en que estaba encerrado. Me sentí como un sándwich de pavo estuchado en un blíster. Grité con todas mis fuerzas que tenía hambre. Como el aislamiento bacteriano de aquella unidad fuera tan malo como el acústico jodidos nos veo en caso de que se desate la III Guerra Mundial porque enseguida acudió a mi llamada un auxiliar con un extraño uniforme de camarero.
-¿El señor va a desear algo para el almuerzo?-- me preguntó circunspecto con una bandeja bajo la axila y una servilleta en el antebrazo.
¡Encima a la carta! --dije para mí-- no sé de que se quejan de la Sanidad estos mamonzuelos de bata blanca.
--Tráigame un pollo asado de primero, dos pollastres de segundo y de postre un pollito asado que no esté muy frío, por favor.
El auxiliar de clínica tomó nota de todo sin pestañear.  --¿Le importaría pagarme por adelantado?-- preguntó, mientras me tendía la factura de la comanda. 
Le dije que importar no me importaba pero que en metálico me iba a ser un imposible metafísico, ahora que, si prefería cobrarse en sangre, podía llevarse un par de bolsas que aún estaban medio llenas.
El celador-camarero cerró con furia mal disimulada la libreta y salió dando un portazo. La pared de la habitación se resquebrajó demostrando una vez más que aquel refugio no estaba bien preparado para aguantar ni 1/2 Guerra Mundial.
Se ve que con los recortes ya no sirven comidas en el hospital y por eso venía Beloncio a tomar comandas desde el bar de enfrente. La alternativa era un copago de 3 Euros para que te calentasen un tupper. Y según me han contado el que lo recalienta te sisa la mitad de los macarrones.

A media tarde los médicos pasaron para hacerme una revisión en profundidad. Por un agujero que había a los efectos metieron un palo de escoba con el que me empujaron en las costillas para ver si estaba muerto. Comprobaron por mi reacción que no era así y que pese al poco tiempo que los conocía ya me había encariñado mucho con sus familias.
--Síndrome de Tourette-- Diagnosticó un jovenzuelo de gafas que estaba haciendo el MIR. Otro doctor más veterano corroboró el pronóstico dándole una colleja al MIR por enterao.
¿Alguien tiene el informe de este paciente?-- Gritó el que parecía estar al mando de aquella cuadrilla. Un monosabio de administración le pasó un informe financiero de mi situación económica. Tras analizar concienzudamente mis balances de los últimos seis años, mi declaración de la renta, el extracto de mi cuenta corriente, y una relación del Registro Civil con mis parientes aún vivos en disposición de dejarme algo en herencia, concluyó... que había llegado el momento de darme el alta.
--Cuélguenle antes una campanilla de ese piercing que lleva en el escroto para que sepa todo el mundo por donde anda y puedan apartarse a tiempo.
Tras mucha deliberación y debate interno sobre quien le ponía el cascabel al gato, le tocó al que sacó la pajita más larga que es el mismo método racional, equitativo y democrático que utilizan en Recursos Humanos para decidir a quien le toca acogerse al ERE.
En los hospitales americanos siempre se empeñan en  acompañar al paciente en una silla de ruedas hasta la misma salida. En mi caso decidieron que era más oportuno descargarme con una carretilla por la puerta de atrás en unos contenedores de residuos tóxicos en los que hurgué durante un rato, y en vano, en busca de algo medianamente comestible. Comprobé entonces lo mal que está la Sanidad española. Comparados con  los de Mercadona aquellos contenedores eran de lo más miserable y desabastecido que he visto en mi vida.

lunes, noviembre 12, 2012

Porca Miseria IV - Madriz, Madriz, Madriz...




Como tenía unos días de vacaciones decidí ir a pasarlos a la capital. Me extrañó no ver una cola de jóvenes haciendo autostop a la entrada de la autopista como era habitual en mis años mozos. Se ve que la juventud de hoy en día se ha vuelto acomodaticia y le cuesta hasta mover un dedo, en concreto el pulgar.
Al cabo de muchas horas de espera en el arcén, de tres violaciones colectivas y de no haber avanzado ni cien kilómetros estuve a punto de desistir en  mi empeño de alcanzar Madrid con el autostop porque a ciertas edades no tiene uno el orto para farolillos.  Al final un camionero muy amable se ofreció para llevarme sin mediar trato carnal alguno; pero, con la excusa de que tenía la cabina muy revuelta y desordenada por culpa de nosequé mulata del Huracán de Benavente, me hizo subir al remolque. Los cerdos no son malos compañeros de viaje pero son ruidosos y tienen poca conversación para un trayecto largo. Cuando llegamos a destino y quise estrechar la mano al conductor para darle las gracias éste la retiró asqueado y me recriminó el que, por mi culpa, ahora los puercos apestaban mucho más que antes.

Ya en la ciudad, entusiasmado y cantando Niuyork Niuyork a grito pelao, me monté en uno de esos autobuses rojos de dos plantas que te dan una vuelta por los Madriles. No se fijan mucho en si tienes billete o no pero yo, para disimular, cuando subía a la plataforma le dí un beso de tornillo al japonés que tenía al lado. Se quedó amarillo de la impresión y con los ojos muy abiertos, pero no mucho más que si en vez de repasarle las amígdalas le hubiera estrechado la mano o palmeado la espalda que los japos para eso del contacto físico son muy tiquismiquis.
Fue muy agradable la sensación de ir en aquel autobús con el techo descubierto. Me puse en la parte delantera con los brazos abiertos en cruz y arrimándole cebolleta al japonés, igualito que en Titanic, como dos mascarones de proa de autocar turístico, sintiendo en nuestras mejillas unidas cheek to cheek la caricia del aire puro del centro urbano y dejando a nuestro paso una estela de peste porcina y sobaquina mugrienta que dejará trazada en el callejero de Madrid una marca indeleble de nuestra ruta por varias generaciones.


Cuando me cansé de dar vueltas me bajé del autobús, aunque me costó despedirme del japonés que se había encariñado y que se quedó destrozado diciéndome adiós con una manita en la trasera del bus. Con la otra no pude ver si se masturbaba o se hacía el harakiri que esta gente es muy pasional y un poco raruna con las cosas del querer y, aunque muy cortados de primeras, una vez lanzados de cabeza al torbellino de la lujuria irracional no hay quien los pare.

Me puse a hacer cola varias veces en San Ginés con ojos lastimeros por ver si alguien se apiadaba de mí y me invitaba a un chocolate con churros. El camarero me empujó sin contemplaciones porque le estorbaba para bajar la escalera. Llevaba en equilibrio sobre la bandeja una pirámide de tazas de chocolate inmensa, tan alta como un castellet. Derramé una lágrima sobre la taza más alta, que se desbordó, y mi  gota salobre se despeñó por toda la pila abajo como pasa en Nochevieja con las torres de las copas del champán. Abandoné la cola, perdida toda esperanza, con un agujerito en el estómago y otro en el alma...
                                                                                                         (Continuará)



martes, noviembre 06, 2012

Porca Miseria III. Menú del día: Pato a la Pekinesa


Si algo de bueno tienen las crisis es que la solidaridad brota espontánea por todas partes como brotan los hongos en los bosques y en los lupanares. Ahora todo el vecindario formamos una piña. Mi vecina la peluquera, sin ir más lejos, me ha tomado mucho cariño y se desvive por mí. El sentimiento es mutuo, yo también la aprecio mucho y he de reconocer que es una de las octogenarias más flexibles con las que he tenido sexo. Y además ¡¡¡está completamente depilada!!!
La pobre no tiene mucho trabajo últimamente, no sé si por la crisis o porque entre la artrosis y el Párkinson le cuesta mucho abrir las tijeras y esquivar las orejas. La clientela ha dejado también de parar porque no soporta nuestras apuestas y nuestras discusiones. Como está aburrida paso mucho por allí para entretenerla un rato. Le encanta apostar. El otro día discutíamos si el secador de mano es mejor usarlo en frío o en caliente. Ella decía que en frío y yo al revés y que me apostaba cualquier cosa. Me decía que lo que pasaba era que, con lo de las castañas, yo tenía la zona insensible. Tras hacerle una demostración práctica se rindió a la evidencia tiritando, porque a determinadas edades no tiene una los ovarios para corrientes de aire. Me pagó su apuesta y como el negocio está tan chuchurrío me tuve que conformar con un bote de laca que era lo único de valor que había en aquel negocio.

Sólo hay una cosa que me gusta más que el pollo asado: el pato lacado al estilo de Pekin. Como se acerca el día de Acción de Gracias decidí celebrarlo como Dios manda. Como ya tenía la laca sólo me faltaba el pato.


Los patos del parque llevan mucho tiempo viviendo por encima de sus posibilidades y como el pan que les tires no esté untado en angula, caviar o fuagrás del caro ni miran para ti. Que tú  a un pato le das fuagrás y no se acuerda ni de la familia. Se han vuelto tan engreidos que como no les guste lo que les eches se sumerjen y te enseñan el culo para mostrarte su desdén. Uno que conoce muy bien la naturaleza de estas aves desde que leí el famoso estudio ganador de un premio Ignobel "Necrofilia homosexual en el ánade real" traté de hacerme el muerto con el culo en pompa a ver si conseguía atraer a alguno pero ni por éstas. Necesitaba refuerzos.

Como para esto de cazar no hay nada mejor que un Borbón llamé a la Zarzuela pero me dijeron que tanto a su Majestad como a Froilán les habian requisado hasta los tirachinas para que no se metieran más en líos. Es lo que pasa con la Familia Real que siempre te defraudan y te dejan tirado cuando más los necesitas. Afortunadamente hay un chavalete en el barrio que presume de ser el hijo bastardo del Príncipe Gitano. Admirado con tan noble origen y tan rancio abolengo decidí que nadie mejor que este muchacho para ayudarme a cazar el pato. Conté lo que me pasaba a Jonatán Froilán de Todos los Santos que así se llamaba la criatura; medio primos, lo que yo os diga.
A los nobles les pasa lo que a las patatas: todo lo bueno lo tienen enterrado. Y el Jonatán era noble hasta para eso porque nos pusimos a escarbar en el descampao que hay frente a su caravana y lo primero que desenterramos fueron unos fardos de hachís del bueno que estaban astutamente dispuestos para evitar las sospechas de los picoletos que, de un tiempo a esta parte, no le quitaban ojo al clan de los Faraones por nosequé sospechas infundadas de unos robos de chatarra. Debajo de los sacos de cáñamo escondían protegían un tanque nuevecito, uno de esos Leopard que nos vendieron los alemanes y que ahora no podemos pagarles; esto  lo deduje porque en la torreta aún se podía leer Agustina Merkel que era el nombre de guerra de aquel carro blindado.
Jonatán me pidió que si `por favor podía conducirlo yo, que a él le habían quitado todos los puntos. Lo arrancó haciéndole un puente y nos dirigimos al estanque del parque. Yo tampoco tengo carné ni lo he tenido nunca pero en España para conducir un tanque o un Porsche Cayenne parece que nunca ha hecho falta. Tras tunear los vehículos de media provincia con la oruga del  nuestro adornando el lateral de sus carrocerías con un bonito efecto cremallera entramos en el parque. 

El pato, al más puro estilo de Pekín, salió muy farruco intentando parar el tanque plantándose delante. Pero nosotros le hicimos un farruquito, lo atropellamos y nos dimos el piro. Eso sí, nosotros no abandonamos el cadáver en el asfalto. Pisé a fondo el acelerador de Agustina mientras el Jonatán desplumaba al bicho con un arte y una maña que parecía que su familia llevará haciéndolo desde hace generaciones. En su honor, metí en el radiocasette esta cinta de su presunto padre.


domingo, noviembre 04, 2012

Porca Miseria II. De kioskos y castañeras.


Este otoño está viniendo muy frío. Como os conté hace una semana, me cortaron la luz y el gas por lo que tengo que agudizar mi ingenio para no congelarme. 
Cada mañana bajo a la plaza a comprarle dos castañas a mi castañera de confianza. Como soy uno de sus clientes más fieles se pasa un rato largo rebuscando con cariño para escogerme las mejores. Sólo una está quemada. La otra apenas está podrida. Me alarga el cartucho acompañando la entrega con una bendición pronunciada entre dientes de la que apenas distingo las palabras "cáncer en los cojones".  Utilizo las castañas  como bolas chinas y podéis creerme que no hay sistema de calefacción central que pueda igualársele a económico y eficiente, ni conozco forma más rápida de entrar en calor. Aunque tiene pequeños efectos secundarios, daños colaterales, ya que mi proctólogo anda últimamente un tanto perplejo porque donde él explora en busca de pólipos lo que se encuentra son quemaduras de segundo grado. Y me dice que cuando me recomendó las castañas para prevenir la prostatitis se refería a crudas y por vía oral.
Algunos os preguntaréis si una vez que las castañas han cumplido su función primaria calefactora, la secundaria estimulando mi próstata, cumplen la tercera función alimentaria que me prescribía el médico. Para aquellos que aún ignoran cual es  mi verdadera naturaleza les recomiendo leer lo que hace años escribí acerca del Kopi Luwak y les recuerdo que el que nace gourmet, muere gourmet. Por cierto, una fábrica francesa de marron glacé está muy interesada en copiar mi técnica.
Durante la ingesta mis mofletes adquieren la misma orografía que  las mejillas de una fellatriz haciendo doblete porque me gusta meterme las dos castañas en la boca a la vez y extraerles su poco jugo con parsimonia. Mientras un hilillo de baba lechosa se desliza sensualmente por la comisura de mis labios leo el recorte de periódico en el que iban envueltas.
Este pedacito de papel es lo que me mantiene conectado con la actualidad en estos momentos de crisis. Gracias a él me he enterado que Induráin está a punto de ganar su primer Tour, que Fofó acaba de sacar su nuevo disco y que es posible que en unos años el hombre llegue a la Luna.
Antes de la crisis me encantaba acudir al kiosco cada mañana. El kiosco de mi barrio es el comercio mejor surtido del mundo. Nada que envidiar a un Makro chino ni al mítico Corte Inglés que cada vez anda más cortito de referencias porque les ha dado por imitar en todo al Mercadona. En mi kiosko lo mismo podías comprar un manojo de acelgas que un acelerador de partículas. Acostumbraba a cambiar allí el aceite del coche porque luego el escape desprendía un fragante olor a regaliz que era mucho más agradable que el del ambientador de pino que cuelga del retrovisor, Mi propio Ford Focus lo conseguí con un coleccionable aunque como me perdí el fascículo en el que venía el cambio de marchas nunca puedo pasar de primera.
También se venden libros y hay más volúmenes que en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (En la biblioteca del Congreso español el único libro que encontraron una vez fue un librillo de papel de fumar que había perdido una de sus señorías).
Mi kiosquera tiene perfil de bibliotecaria. Bueno de perfil mi kiosquera se parece más a Doña Urraca la de los tebeos y es que uno no puede evitar que lo que vende lo modifique a uno. Tal es así que raro es el tabernero que no luce una nariz colorada, o el cocinero bajo en grasas. Del mismo modo que a principios del siglo XX tipógrafos y mozos de imprenta se convirtieron en difusores de las ideas revolucionarias de los panfletos que entintaban, mi vendedora de prensa se va impregnando con todas las noticias que se agolpan en su mostrador. Tú llegas a su kiosko a primera hora de la mañana dispuesto a comprar la prensa y ella te resume los principales titulares, te disecciona y contrasta los distintos editoriales y artículos de opinión, te pone al día con las necrológicas, te da varias recomendaciones para ir al cine, te recuerda que hay un par de erratas en el crucigrama del ABC, al tiempo que se asombra de que la pequeña Lulú se siga anunciando como jovencita sin experiencia y nueva en la plaza cuando ya publicitaba su famoso masaje tailandés en la extinta Hoja del Lunes. Después de este breve discurso tú le dices que tienes que ir a comer que se te ha hecho tarde, y que en vez del periódico mejor te vende un par de aspirinas.

Aunque se parezca un poco a Doña Urraca y sea un tanto charlatana la kioskera tiene su punto. Ahora no puedo permitirme el lujo de ir a comprar el Vogue para coquetear y seducirla cada mañana por lo que me limito a admirarla haciendo como que miro las portadas del escaparate. Por eso he  decidido que sería muy galante compartir con ella mis castañas. Ya os contaré...