domingo, agosto 10, 2014

El deshollinador


El deshollinador resbaló,
cayó desde el tejado
y nadie pudo ver
la pequeña nube
de tizne, sangre, escarcha
que brotó con su último lamento.

Sólo los cuervos.

Siguió nevando
hasta cubrir con el mimo
de una madre llorosa
su traje de enterrador
y la chistera aplastada.
Los trapos de nieve
se posaban con dulzura
temerosos de causar
el más ínfimo daño,
tejieron un sudario de armiño
trenzado con caricias delicadas.

A la luz de la Luna
las estrellas de los copos
se fundían con la carbonilla
y el hollín de su ropa oscura;
negro sobre negro
y blanco sobre blanco
dibujaron el contorno
del niño muerto
sobre la fría tierra.

Es hermoso ver
a las siluetas siniestras
del fúnebre cortejo
con sus mejores galas
de un luto riguroso
volar, danzar y picotear
sobre su tumba blanca.

(Homenaje a William Blake. O plagio descarado, lo que ustedes prefieran)


domingo, agosto 03, 2014

EL GOLPE


Mi carrera criminal comenzó una cálida mañana de domingo en la púnica ciudad de Cartagena.

Lo que nos atrajo no fue aquel tentador tesoro de chicles Bazzoka. Lo que nos fascinó fue aquella máquina expendedora, con sus tiradores brillantes de zinc-aluminio y su robustez que se nos antojaba mágica y que resistía impune los puñetazos y patadas que le propinábamos.
No teníamos la peseta que demandaba aquella vendedora rígida e inflexible.  Al principio tratamos de engañarla metiendo perragordas de las plateadas pero la tragaperras las escupía desdeñosa como burlándose de nuestra torpe astucia.
Mi hermano era muy mañoso. Había otra máquina con un volante, la Monza, metías la moneda y tenías que hacerla llegar a la base con la habilidad de tus giros. Si te fallaba el pulso y te excedías en la inercia la moneda se despeñaba al trazar la curva y se perdía para siempre por un lateral. Mi hermano siempre lograba que aquella putamáquina que devoraba mi pieza a las primeras de cambio le devolviera la suya cada vez que jugaba. Me daba la sensación de que mi hermano tenía la llave secreta del placer infinito, pues podía jugar eternamente hasta el hastío.
Convencí a mi hermano, que era tan mañoso como manipulable, para que recortase la silueta de una peseta que pedimos prestada en el cartón de una caja. Metió la falsa monea en la ranura con la fe del creyente que espera el milagro de los panes y los chicles. El cartoncillo quedó atascado en el trayecto. Un poco nerviosos pulsamos el botón de devolución. Al principio con despreocupación. Luego con más indignación. Finalmente con una mezcla de frenesí y desesperación culpable.
Metí alguna de mis monedillas por ver si con el peso se desatrancaba la máquina. La muy odiosa no sólo no nos devolvía la de cartón sino que se quedaba con las de aluminio. En un último intento desesperado metimos la peseta prestada y nos quedamos blancos de horror al ver que también se la tragaba. La emprendimos a puñetazos y puntapiés hasta que nos cansamos de su intolerancia: Ni chicles, ni monedas y encima la habíamos estropeado para siempre. Y a ver que le contábamos al dueño de la peseta.
Alertado por el aporreo, apareció, no se sabe bien de dónde, el dueño de la tragaperras. Pude escapar pero atrapó a mi hermano por el cuello de la camisa y le pidió muy amablemente explicaciones. Mi hermano volvió a casa con un par de explicaciones marcadas en la cara.
No pude dormir en toda la noche por culpa de aquel fracaso.

Mi primer paso como delincuente me enseñó varias lecciones:
-Es mejor dar el golpe en grupo y rodearse de especialistas. Si os pillan siempre se le puede echar la culpa a otro que se coma el marrón.
-Para dar un golpe siempre se necesita algo de financiación previa (el pardillo que nos prestó la peseta para calcarla). Los que financian es mejor que no sepan mucho de que va el golpe.
-Jamás cometas un golpe cuyo botín no compense el daño que provoques o el castigo que recibas.