lunes, febrero 05, 2018


Como muchos sabéis me dedico a testar todas las  novedades que presentan en los anaqueles del Mercadona. Aún no he conseguido que me paguen y el guardia jurado no deja de perseguirme por los pasillos pero todo se andará.

Hoy le ha tocado el turno a las toallitas higiénicas para el WC. Previstas en un principio para asear el delicado culito de los bebés, esta sociedad infantilizada y pedófila, al grito de culo veo culo quiero, ha extendido su uso a los adultos.
El papel higiénico húmedo viene en unos contenedores con tapita que es conveniente cerrar tras cada uso. Si no, el papel se reseca y te puedes pasar semanas lijándote la almorrana hasta que caes en lo de bajar la tapita. No os lo recomiendo. El mecanismo dispensador no funciona del todo bien, unas veces te dejas las uñas porque la toallita quedó para dentro y otras veces salen diez de golpe que puedes reaprovechar para sacarle el moho a los azulejos.
La textura y el olor son agradables, su aloe vera te deja el perineo con un cutis de magnolia y la camomila te arrubia el rizo púbico que es un primor. La temperatura se podría mejorar, dicen que van a sacar otra versión de luxe con calefactor para evitar el choque térmico.

Sabéis que no soy muy partidario de los inventos demasiado eficientes. Los que nos hemos destetado la virginidad de nuestro ojete con el áspero papel de El Elefante y dudábamos entre utilizar la cara satinada e ineficaz o la rugosa y torturadora, esa generación, digo, tendrá orgasmos prostáticos con la delicadeza de este tissú lubricado. Pero su eficiencia se convierte en un problema. Por más que frotes, aquello sigue arrancando suciedad. El papellillo juguetón recorre  ranurillas inexploradas en su afán limpiador. Has gastado siete, te has hecho un fisting que te has niquelao hasta el píloro, miras la octava toallita y aquella blancura no te satisface, como si fueras una comadre gitana haciéndole la prueba del pañuelo a Manoli la Purgaciones o la señora aquella del spot del detergente que preguntaba a la vecina: "Pepi ¿con qué lavas?".
Decidí no airear mis inmundicias por el balcón y dejar en paz a mi vecinita pidiéndole consejo sobre blancuras, pues anda un poco hosca conmigo por noséqué de unas bragas que le desaparecen del tendedero.
Así que arrojé aquel papelajo con su rayita de canela pintada como hacemos todos, por el inodoro y tirando de la cadena. Y ese es el problema de este gran paso para el orto y un pequeño paso para la Humanidad.
Avisan las autoridades de que las toalluelas son el terror de los botes sifónicos, los desagües, las cañerías, las plantas depuradoras. Que aquello se amazacota, fragua, se apelotona y no hay deshollinador que lo desatranque. Los especialistas en aguas fecales, aguas negras, grises y pardoanaranjadas no dan con el remedio. Las toallitas no se degradan y son tan indestructibles y persistentes como la sonrisa de Jordi Hurtado.

El desastre llegará cuando Mercadona abra tienda en China. Porque intuyo que hasta nuestro rústico papel del Elefante le tendría que parecer una maravilla a un país que califica a sus WC públicos con moscas en lugar de estrellas como hacen los hoteles. Y en cuanto los chinorris le cojan el gusto a limpiarse los tarzanines con el papel húmedo, atasquen la Gran Alcantarilla y aquello reviente...

...lo de un mundo de mierda dejará de ser una hipérbole y una frase hecha.

domingo, enero 28, 2018

LA RESONANCIA



Tengo dudas.
No sé si la puerta que nos conduce al futuro es la de un hospital moderno o la puerta chica del Imaginárium. Como de la juguetería ya me han desatascado varias veces tratando de forzar la portezuela decidí probar suerte con la entrada de un sanatorio, que los uniformes de enfermera me gustan casi tanto como las piscinas de bolas.
Una ninfa con cofia blanca me condujo hasta un cuartito y me dijo que me desnudara. La cosa prometía pero me mosqueé en cuanto me pidieron que no me quitara los calcetines, pues ni en el Arrumako's (que las chicas son como de la família) te permiten las confianzas de dejarte los ejecutivos puestos. Me dio bajona cuando me pasaron una de esas batas de pedo libre que se amarran por detrás, quise demostrar que soy segundo Dan de Shibari y la até con tanto garbo que  me quedé con el lazo roto en la mano. Tuve que hacerle un agujero para amarrarla que aquellas telas eran más malas que las del Primark, la tela se rasgó y me quedé hecho un guiñapo. Desde el espejo me miraba un teletubbi verde, en canillas, con unas calzas de plástico azul y los calcetines puestos; por un momento pensé que me iban a soltar en la carroza de la cabalgata de Reyes de Chueca.
La radióloga, con toda la seducción de su magnetismo animal,  me ofrece  un par de pilulas naranjas tan grandes que piensas que debe ser droha de esa buena que le daban al Maiquel Yakson. Te las metes con ansia en la boca pero aquello es peor que el corchopán que vende el camello del barrio. La doctora te da una pijotilla en el cogote para que escupas y te susurra al oído con dulzura: "¡¡¡Son tapones pa los oídos, peazo mamón!!!
Te encasquetan una máscara de las que usan las tropas imperiales de Star Wars y te tumbas en una hamaca bien forrada en papel de cocina por si te cagas en la camilla. Por si te entra el pánico te ponen en la mano un interruptor vintage que parece la perilla del dormitorio de tu bisabuela  Un hilo de babilla churretea desde tus oídos; por un instante piensas que ya se te han licuado los sesos pero caes en que es la baba que escurre de los tapones. La camilla se mueve como la cinta del Mercadona y te meten en una lavadora de esas gansas en que se lavan los Piolines de la tómbola.
Cuando te introducen en el vientre de la bestia recuerdas que no puedes llevar nada metálico y te acuerdas de la pasta que te ha clavado el doctor Mondrián por hacerte los empastes. Te imaginas  con la piñata colgando de un imán de herradura. Aprietas la mandíbula con más fuerza que un pitbull de esos que no sueltan la presa ni quemándoles los cojones.
Ya dentro del tambor la cosa empieza a hacer ruiditos  porque al parecer tienen que afinar la carraca y probar la megafonía. Son ruidos hoscos de serrería, como si estuvieran ronqueando un atún de almadraba con un serrucho torcido, notas chocar los dientes de metal en cada vértebra de la espina del pez y temes que tú eres el pez y que van a transformarte en anchoas. Luego suenan unos ajustes como de R2D2 haciendo gárgaras, se oye girar el programa de aquel lavajillas que pasa del de  prelavado al de grasa resistente. Y empieza la fiesta. Aquello suena igual que la ruta del bacalao. Por el estéreo derecho Chimo Bayo grita "pito pito gorgorito" y por el izquierdo  "No, no, no" todo con mucho reverb y a toda hostia que no sabes si lo que gotea de tus oídos es la babilla de los tapones o es que te están sangrando con aquel tormento. Cuando suena la de "ecsta sí, ecsta nó" piensas que va a caer la pastilla del detergente y que aquello se transformará en la fiesta de la espuma de una discoteca ibicenca. Para un segundo, cambian el Elepé y ahora una turra de independentistas catalanes te dan una cacerolada en Do menor para sartén y zambomba.
Y con los ojos cerrados te da por fantasear si la doctora Bollicao se habrá calao que le miraste las tetas y va a programar el chisme para que te dé el beso del dragón ese de Bruce Lee, concentre toda la energía en un punto letal que te mande pal otro barrio, ponga el microondas en modo pirolítico y te haga la resonancia y la incineracion por el mismo precio.
¿Y si esos imanes cabrones te alborotan las neuronas de tu cerebro y luego no consiguen montar el puzzle? ¿Y si esos ruidos los producen las piezas de dominó de tu cabezota que chocan, no logran encajar y revientan junto con tu dentadura en una supernova de marfil con caries negra? ¿Y si la doctora es una sádica que reordena tu pensamiento hasta convertirte en su esclavo, para someterte a  todo tipo de vejaciones perversas, que se aprovecha de que estás inmovilizado para retorcerte las pelotas, que le da a un botoncito y te provoca una erección de mandril, que pulsa otra tecla y te deshaces en dolorosas descargas volcánicas de lava ardiente.

Pulsas con fuerza la perilla de la bisabuela para que te rescaten de ese Donuts de Calatrava a punto de eclosionar. Aquella diosa en  bata blanca inclina hacia ti esos pechos que son como dos cúpulas del Renacimiento y te da dos bofetones para que despiertes. Hilos de babilla churretean por todos los orificios de tu organismo.