miércoles, abril 22, 2015

MIEDO ESCÉNICO

Solo. En mitad de la escena.

Sintió el insoportable peso de todas aquellas pupilas al clavarse en su piel como dardos envenenados. Había demasiados focos encendidos, apuntándole, con esa luz cruda que te abrasa tanto que hace imposible el menor pensamiento.
Entornó los ojos. A través de aquella rendija enrejada de pestañas pudo vislumbrar a unos pocos parientes sentados en las primeras filas. Se diría que estaban arrepentidos de haber aceptado sus invitaciones. Se encogían en sus asientos de privilegio y parecían  avergonzarse de su actuación, silenciosos, taciturnos, con unas ganas terribles de que acabara todo, cumplir con el compromiso y largarse a casa. Sentado junto a sus padres, el reverendo lo miraba fijamente con rostro severo. Recordaba como de pequeño lo sermoneaba cuando ensayaban las funciones de la parroquia: "Tienes que aprender a transformar cada uno de tus fracasos en un éxito".

Había demasiada luz. Los medios de comunicación habían desplazado varias cámaras y, entre las butacas pudo reconocer a varios de los periodistas que le habían entrevistado durante la semana. Sabía que la simpatía que le habían demostrado era fingida y que se disponían a afilar sus plumas carroñeras para destriparle..
En un lugar de honor se sentaban algunas autoridades a las que no reconoció pues jamás habia tenido el menor interés por la política. Curiosos, apasionados de la tragedia, algún admirador alucinado, despistados, ociosos, gente del gremio, unos pocos artistas y famosillos que se habían hecho selfies con él para autopromocionarse, completaban el aforo.
Sintió todo el odio de aquel público hostil. Buscó en vano un rostro amigo entre la multitud. Se dio cuenta de que habían venido a verlo derrumbarse, a contemplar su último fracaso.  La responsabilidad lo abrumaba. Tembló. Sus piernas flojearon.
Había repetido aquel discurso una y mil veces. No sólo había memorizado cada una de aquellas palabras sino que había aprendido a modular cada sílaba, a arrancar de cada sonido todos los matices capaces de emocionar a aquella audiencia hasta grabar en sus espíritus una huella imborrable que inmortalizase el recuerdo de aquella noche única. Pero las palabras son traidoras y  la garganta se secó como si su boca en lugar de producir saliva sólo segregara arena seca. Los músculos se encogieron acalambrados. Incapaz de moverse cerró los ojos. El calor era sofocante. El sudor corría, tibio y pastoso por las sienes, helado por la espalda. Se desplomó.

Hubo que suspender la ejecución. El reo acababa de sufrir un ataque de miedo escénico.

domingo, abril 12, 2015

Mis cuatro sentidos


De pequeño me metí un garbanzo por el oído izquierdo.
El otorrino se empecinó hasta extraerlo desde el oído derecho.
Eso explica muchas cosas.

miércoles, abril 08, 2015

LOS ANDRÓFAGOS


--"... más allá están los Andrófagos, un pueblo aparte, y después viene el desierto total..." Heródoto, IV,18

--¿Has visto alguna vez a los andrófagos, Herodoto?

--Nadie ha vuelto vivo jamás de la tierra de los andrófagos. No conocen la piedad. Ese pueblo devora a todo aquel que osa poner un pie en su tierra. Cualquier hombre que se atreva a cruzar su país para intentar alcanzar el desierto será despedazado y comerán su cuerpo mientras su sangre aún está  fresca y sus miembros todavía se mueven. Son tan voraces que sus víctimas pueden oír como roen sus huesos, tronzan sus costillas y sorben sus médulas porque las mantienen vivas hasta el último estertor.

--¿Y cómo es ese desierto que se extiende más allá de su territorio?

--Un arenal yermo donde nada vive. Es tan enorme que cualquier hombre que se acercase a su borde enloquecería atraído por su  vacía inmensidad. Se adentraría en el laberinto de dunas sin poder retener sus pies, perdido para siempre. En medio de esa soledad infinita, el sol, el viento y la sal se conjurarían para torturar y calcinar su alma con tanta crueldad que se arrepentiría de no haber sido devorado.

--¿Son los andrófagos, pues, los guardianes del desierto?

--Sí, ellos nos protegen de la eternidad de su horror. Marcan la frontera que el hombre jamás debe atravesar. Su ferocidad nos salvaguarda y la fama de su violencia nos mantiene alejados del Mal Supremo.

--¿Están muy lejos esas tierras?

--No, cada día están más cerca.

--¿Por qué?

--Porque cuanto más crezca el miedo, más grande se hará el desierto.