martes, septiembre 16, 2014

El papel de flamencos y escandinavos.



Cada vez estoy más convencido de que el famoso tercer ojo del que tanto hablan los apasionados de filosofías zen y otras majaderías es, sin lugar a dudas, el ojo del culo. Cuando tengo que tomar una decisión importante, cada vez que en la vida he tenido que escoger entre dos caminos que se bifurcan, me he dejado guiar por esa vibración en el ojete con fe ciega en que no me va a fallar el instinto del ciego; si se contraía al avanzar por una de las ramas del camino lo desechaba para enseguida ir a tomar por el otro lado de la senda en el que mis esfínteres se sentían más relajados y menos constreñidos.

Como estoy muy agradecido a tan acertado lazarillo procuro darle un trato esmerado y librarlo de asperezas con el fin de que tan delicada brújula no pierda sensibilidad y marque siempre mi norte.

Durante este viaje he venido observando las muy diferentes cualidades y  calidades de los papeles higiénicos que vinimos padeciendo en los hoteles de distintos países.

En Holanda, por ejemplo, el rollo tenía un muy patriótico y desenfadado color naranja. Temeroso de que destiñera, me recliné y pedí a mi acompañante que lo comprobara; mi pareja declinó mi solicitud con una excusa que se me antojó inventada tal vez porque fue expresada de una manera grosera y tan irritada como para hacerla incomprensible.

El papel alemán, en cambio, parecía fabricado con el material con el que están hechas las nubes. Tenía una textura regia, sentías como si un armiño se deslizara entre tus nalgas. Su sutileza no estaba reñida con una estructura firme, un dibujo geometrico que confería la necesaria rugosidad funcional. La perforación  permitía un corte perfecto, milimétrico, sin que se produjeran jamás los antiestéticos flecos de un mal recorte. Los alemanes siempre empeñados en enseñarnos a los españoles como hacer un buen recorte...

¿Cómo definir al papel danés con una sola palabra? Cuqui. El de los daneses era una monada minimalista, de diseño delicado y encantadora estética. Una caricia para los sentidos pero además respetuoso con el medio ambiente, ecológico, ergónomico, ético, multicultural. Lo que se dice un papel enrollao.

Por el contrario, el papel noruego era tan rudo y escaso que se diría el que utilizan los trolls en lo más profundo del bosque. Un único rollito miserable, sin el preceptivo recambio imprescindible en caso de emergencia o tormenta intestinal, este racionamiento te obligaba a economizar a fin de que te durara hasta el fin de la estancia. Su color, triste y grisáceo,  revelaba que había sido reciclado una y mil veces. La finura de la hoja no garantizaba, en absoluto, una menor rudeza; era un papel tosco, de una aspereza que sólo el curtido culo de un explorador ártico puede tolerar. El del hotel me recordó el que exhibían en las vitrinas del Fran, un buque con el que esta gente intrépida afrontó en los albores del siglo XX la búsqueda del paso del Noroeste y la ruta a los casquetes polares. Si soy sincero, el rollo que exponían en el museo me pareció mucho más nuevo que el nuestro.
Mientras castigaba la almorrana con aquella lija infame me retrotraje a la infancia en un arrebato de nostalgia.  ¡Ay! ¡Aquellas hojas de periódico colgadas de un clavo en los retretes de los apeaderos de la Renfe! Franco era muy consciente de que los españoles sabrían dar un doble uso a la prensa y por eso los periódicos tenían unas hojas enormes con las que te envolvían el bacalao en las pescaderías y aún sobraría papel para empaquetar un cachalote. Si los chavistas hubieran copiado a Franco y no se empeñaran tanto en cerrar periódicos los venezolanos ahora no tendrían tanta escasez de papel higiénico. Y es que ya no quedan dictadores como los de antes...

Perdonad, que se me va la bola ¿Queréis saber cómo son los europeos del Norte? Puessss, como en el viejo chiste de Quevedo: Por sus culos los conoceréis