viernes, febrero 24, 2012

EL SUSTANCIERO


Entre los personajes mitológicos de eso que en los libros de Historia se llama “posguerra” pero en nuestras casas siempre se llamó “los años del hambre” destaca la figura del  sustanciero.


El sustanciero era un hombre que, provisto de un hueso de jamón atado con un cordel  y un reloj de cadena en el casposo chaleco, voceaba por las calles ofreciendo sus servicios: ¡SUSTANCIA! ¡SUSTANCIA! --pregonaba como si fuera un filósofo metafísico alemán. Cuando un ama de casa lo requería con una voz armoniosa y llena de encanto desde la ventana, aquel hombre subía con parsimonia las escaleras de un edificio sin ascensor, cruzaba un pasillo con olor a berza y era acompañado hasta la cocina donde hervía un pote con agua. El sustanciero, a cambio de unas monedas, sumergía el hueso del jamón con tal de engordar el caldo. El coste del servicio  era de unas perragordas el  cuarto de hora que era cronometrado con aquel reloj con mayor rigor que el de un árbitro de atletismo. El ama de casa entonces trataba de distraer al sustanciero por ver de despistarlo y que el cuarto de hora se prolongase más de lo acordado. Pero el sustanciero solía ser un personaje tan miserable como inflexible y no hacía oídos a los chismes, cotorreos y provocaciones del ama de casa, al cuarto de hora exacto repescaba el hueso, lo escurría para que no le montasen alboroto por pingar el terrazo de la cocina y se iba en busca de otro perol que enriquecer. En justa correspondencia aquel  emprendedor (precursor del jamón en Renting) procuraba distraer a la señora y aprovechar cualquier descuido para robarle una patata hervida que devoraba apuradamente con grave peligro de achicharrarse los labios, la lengua y el esófago.

En aquella era preStarlux hubo hogares en que la miseria abrió la puerta a la desvergüenza y que las perragordas eran trocadas por otro tipo de intercambios  y en aquellas casas el sustanciero remojaba algo más que el hueso. Las malas lenguas del barrio se encargaban de multiplicar estos casos y el mezquino sustanciero  arrastraba una fama de donjuán aprovechado y ventajista; si un marido se cruzaba con el del hueso en el portal lo atravesaba con la mirada tratando de descubrir que clase de  caldo se habría cocido en su hogar esa mañana.

Los que comentáis en el blog sois, un poco, como el sustanciero: vais de blog en blog sumergiendo vuestro talento en un caldo a menudo insípido, lo enriquecéis, lo engordáis con vuestras frases, lo aderezáis con vuestros chistes; como el sustanciero a veces esperáis en pago un intercambio, una visita a vuestros blogs que es un precio bien pequeño.

He de confesar que en esas visitas yo también ejerzo a veces la faceta más pícara de  este oficio ancestral, me cuelo en vuestras casas hasta la cocina sin pedir permiso y, a poco que os descuidéis, os como las patatas y os birlo hasta el chorizo que teníais reservado para Navidad; si me gusta mucho lo que veo os meto mano hasta el alma porque con pocas cosas disfruto más que cuando me nutro de vuestro ingenio  y de vuestro arte ¡Y además gratis!


P.S. La primera vez que hoy hablar del sustanciero fue hace unos meses en la radio. Algo me rechinaba de este personaje, me lo hacía increíble, demasiado literario. Buscando en Internet comprobé que casi todas las citas (la mía también) repetían una serie de detalles en la historia: el precio expresado en perragordas, el tiempo en cuartos de hora y el instrumento de medida, un cronómetro inconcebible en un oficio de tan baja ralea. Todos estos detalles, todas las fuentes remiten a un relato de Julio Camba, el humorista gallego tan genial como olvidado. Quizás todo este cuento haya salido de su mente calenturienta y el sustanciero no sea más que una invención.
  Hoy, casualmente, se cumplen 50 años de su muerte. La primera vez que leí a Camba fue en una enciclopedía Álvarez con la que estudiaban mis hermanas, pero  parece poco probable que sus relatos estén incluidos en ningún manual de literatura de nuestros días, ni que ningún profesor incluya "La ciudad automática" entre las lecturas obligatorias de los alumnos de la ESO. No vaya a ser que  a alguno le dé por leerla y se divierta... 

lunes, febrero 20, 2012

¡CORREOS!

Las manos quietas que el título de esta entrada no es una invitación al desenfreno ni al fornicio. Ya me advirtió mi ortógrafo de guardia que mi mala puntuación cualquier día me iba a causar un disgusto y que, si quería manifestar la mezcla de indignación, admiración y sorpresa que me causaba el servicio de correos y telégrafos, no debía utilizar así los signos de exclamación. Según él habria sido mejor titularlo:
 ¡Oh!  ¡Correos otra vez!
Como veo que alguno ya váis por la segunda paja será mejor que vaya al grano. En estas semanas el Servicio Público Postal (a partir de ahora lo llamaremos así para ahorraros calambres en el brazo) me ha sorprendido doblemente: por un lado me ha irritado su burocracia, por otro me ha agradado mucho uno de sus servicios.
Primero os cuento la parte negativa. Estos días he recibido unos paquetes desde China que contenían enseres personales; el caso es que unos han llegado sin problemas a mi domicilio; para otros en cambio he tenido que pagar de nuevo el IVA y los trámites de importación cuando se trataba de ropa comprada en España. Para poder recibir un tercer paquete, me han pedido primero el DNI y una declaración jurada, como no les pareció bastante me enviaron un mail reclamando las facturas (ahí me solidaricé con Camps porque tampoco yo guardo mis facturas), al final se conformaron con unas copias de los billetes de avión para hacerme la entrega pero ya me estaban exigiendo el empadronamiento, la fe de bautismo, las notas de séptimo de EGB firmadas por mis padres, veinte euros en papel de pagos al Estado, y una radiografía de los huesos de mi muñeca para contrastar mi verdadera edad. Después de tres semanas en Barajas el paquete llegó a mi domicilio, afortunadamente eran sólo unos inocentes diccionarios porque si llega  a tratarse de un par de kilos de tofu apestoso habrían tenido que descontaminar toda la Península Ibérica.

Pero Correos ha implantado un nuevo servicio que me ha reconciliado con ellos. En su oficina online te permiten crear tu propio sello de curso legal. Te das de alta en el servicio en dos patadas, les subes la imagen que quieras, ellos tardan unos días en censurarlo poniendo cinta adhesiva en los pezones y esas cosas y, en unos 15 días te envían tus sellos a casa en un estuche de cartón muy chulo. En mi caso escogí el dibujo con mi nick que me hizo la India Ning a la que estoy eternamente agradecido. ¡Voy a ser uno de los primeros blogueros con sello propio y quizás el primero en conseguirlo sin tener ningún mérito para ello!
Os enseño una foto de la primera tirada de mis estampillas para que rabiéis de cochina envidia, incluso la leyenda contiene una errata lo que  hace la colección mucho más valiosa, dentro de unos años valdrán más que todos los fondos del Forum Filatélico.
El único problema que tengo ahora es donde gastar los sellos porque hace más de diez años que no escribo una carta.


Cuando escribí esto no pensé que un día iba a tener mis propios sellos.

sábado, febrero 11, 2012

BIOTINA: El champú milagroso

la foto es fruto del talento de Isidoro Gómez

Al parecer el secreto de la maravillosa melena de Jenifer Aniston es que lo lava con champú para caballos. Según confesó hace meses en una revista, lo descubrió por casualidad en un viaje a Méjico en que se le acabó el Timotei y por una confusión al pronunciar "cabellos" el room-service del hotel le trajo un frasco de gel para caballos. Y es que la actriz californiana sabe hablar español pero lo pronuncia tan mal como la Reina Sofía.
La actriz comprobó al secarse el pelo que en la toalla del hotel no quedaba ni un solo cabello perdido; reparó entonces en la etiqueta del champú, se sorprendió al comprobar que era para uso equino y entre los ingredientes descubrió el elemento milagroso que iba a desterrar a la alopecia de la faz del planeta: "la Biotina". La actriz se puso muy contenta, era la primera vez que iba a poder robar las toallas de un hotel sin tener que llevarse en el lote un matojo de pelos en la maleta.

Como en mi frente tengo más entradas que los reventas de un concierto de Ramoncín, me interesó mucho este artículo. En España los champús con Biotina se venden en el Mercadona pero en el supermercado me tienen vetada la entrada desde que me pillaron trampeando en la báscula el peso de las patatas, así que me dirigí a la clínica de mi veterinaria de cabecera.

La veterinaria me contó que estaba haciendo el agosto con este champú, que aunque su uso estaba restringido al género caballuno ella no iba a exigirle a nadie la licencia de la Federación de Hípica para venderlo. Me envolvió cariñosamente el frasco y se despidió de mí y de mi calvita con un beso en mi frente despejada. Me acompañó hasta la puerta y antes de salir vi como le daba una galletita a su perro que meneaba agradecido la cola.
Desgraciadamente, la alopecia no es la única disfunción que padezco; mi ágil cerebro realizó una simple regla de tres, si aquellas galletas provocaban una mayor movilidad en la cola del perro, sin duda... Le compré todas las existencias de aquellas galletitas; como tengo la vista cansada también me vendió un colirio para gatos y para mejorar mi locuacidad me obsequió con un paquete de pipas de la misma marca que consumía Voltaire, su parlanchín papagayo.

Al cabo de unas semanas volví a la clínica, ya no necesitaba más champú porque se me había caído todo el pelo de la cabeza, el del resto del cuerpo en cambio lucía hirsuto y lustroso. Camino de la clínica tuve que parar a olisquear todas las farolas. Ante el mostrador, antes de poder hablar tuve que vomitar una bola de pelo pero, lo que es peor de todo, no paré de rascarme los sobacos porque, bajo el alerón,  ahora me está saliendo mucha pluma.
Mi veterinaria me consoló diciéndome que ella siempre había creído que yo tenía mucha pluma y que toda medicina tiene sus efectos secundarios. Me rascó detrás de las orejas con tanto mimo que me dejó rendido a sus pies, sin argumentos.
La veterinaria me recomendó que interrumpiera todo los tratamientos y los sustituyera por un ungüento. Me envolvió un tarro de un estante que había bajo un cartel que ponía:
-SE VENDE MIEL DE LEÓN.
Le pregunté que qué especie de leones producían miel.
-Es de la granja de mi familia en Astorga ¡gilipollas!


Dedicado a mi amiga Luz, que se ha negado a vender ese champú en su clínica y desviarlo para uso humano. Reconforta saber que aún quedan personas que saben poner eso que ahora se llama "deontología profesional" y que toda la vida se llamo ética por encima de sus intereses económicos. No se lo dedico por eso sino porque esta noche nos ha invitado a comer pulpo.



lunes, febrero 06, 2012

La mosca.


La mosca se estrella obstinada contra el cristal de la ventana. Quizás la mosca está vieja y tiene la vista cansada. Los ojos de las moscas son múltiples, están formados por cientos de ojos más pequeños. Si las moscas fueran al oculista tendrían un gran trabajo para corregir su vista distorsionada, graduando ojo por ojo y diseñando una lente distinta para cada uno. Tendrían que montar una gafa poliédrica, un diamante de mil facetas que refracte cada rayo de luz en su grado justo y lo enfoque con precisión a la pupila correcta. Un solo error de ajuste, un mínimo fallo en el cálculo de media dioptría y la mosca sería incapaz de distinguir la mierda de la porcelana.
Con las gafas puestas la mosca seguirá estrellándose contra el cristal. Desesperada frota con sus patitas la cabeza en una vano intento por centrar su mirada caleidoscópica. Tal vez sea el cerebro de la mosca el que se ha hecho viejo y es incapaz de aglutinar todas esas imágenes dispersas en un solo universo coherente.
Creo que esta enfermedad del cerebro de las moscas se puede transmitir a los humanos porque ultimamente me siento incapaz de distinguir nada bueno entre tanta mierda. ¿Qué mosca me habrá picado?

viernes, febrero 03, 2012

Interferencias


 



Dos hombres del Gobierno muy bien vestidos e increíblemente amables llamaron a mi puerta.
–Hemos recibido una queja de uno de sus vecinos, dice que su cerebro le está provocando interferencias en la Wi-fi. Es imprescindible que cese en su actividad o tendremos que tomar medidas al respecto.
– ¡Vaya! –exclamé, frotándome la coronilla.
– ¡No  se rasque! Al rascarse incrementa el flujo sanguíneo de su cabeza y la interferencia se intensifica. Mire.
Y me enseñó la flecha de un medidor que llevaba en la mano y que fluctuaba en la zona roja hasta llegar al tope.
--Es más serio de lo que parecía –gruño el otro agente –Cuéntenos, ¿cómo empezó todo?
– ¡Ejem! Es un poco sonrojante confesarse ante dos desconocidos pero, a veces, cuando estoy solo en el cuarto de baño, me da por pensar.
– ¡Será cochino! ¡Que le da por pensar! ¡Que insensatez!
–  ¿Se considera usted un buen vecino?
– ¡Claro! Reciclo todo lo que puedo. Hasta la cera de los oídos.
–¿Recuerda usted que en una ocasión denunció a su vecino porque su perro no le dejaba dormir? yo mismo tuve que hacer un informe –y me volvió a mostrar el medidor en cuya pantalla ahora se leía: “el rompegüevos del 4º C no deja de presentar denuncias en comisaría”.
–Tuve que ejecutar a aquel perro con mis propias manos  --sollozó el otro hombre con los ojos húmedos.
–Aquel perro no me dejaba pegar ojo en toda la noche…
–Y se puede comparar eso con lo que está usted haciendo.  Ayer sin ir más lejos, su vecino se disponía a ver una película porno en su portátil y de repente las dos lesbianas comenzaron a discutir sobre la inmortalidad del alma.
–No se puede jugar con la erección de un hombre. Es un delito muy cruel y una cabronada imperdonable.
–Si yo no lo hago a propósito, son cosas que me vienen a la cabeza, así, de repente.
–Verá tenemos tres soluciones para un caso como el suyo, la quirúrgica, la farmacológica y la que más nos divierte –mientras pronunciaba estas últimas palabras retiró un poco la gabardina para mostrarme una porra metálica.
–Pero a ustedes, ¿estas cosas nunca les pasan? ¿No han pensado nunca, aunque sea sin querer?
– ¡Jamás!, es una de las primeras cosas que nos enseñan en la Academia de Policía.