Uno de los efectos perversos de la vida en el espacio es que se pierde hierro. No se sabe muy bien por qué ni por dónde; yo tengo una teoría y es que, cuando duermes, unos rumanos de Transilvania te roban la chatarra que llevas en la sangre para fundirla en un descampao.
Hice tiempo en la cafetería del hospital tomando una taza de tila. Comprobé con asco que el borde de mi taza estaba manchado con restos de carmín. Llegó mi turno. Cuando entré en su gabinete la doctora Caligari estaba enfrascada con una hoja de Excel tratando de completar un formulario para pedir unas cajas de vino. La bodega Masaveu, propietaria de la clínica, hacía una oferta especial a sus empleados. Se disculpó por el retraso de mi cita, se sentó en el despacho y sacó de mi expediente los resultados de mis análisis. Se calzó las gafas y escrutó concienzudamente el de orina.
--Según lo que aquí pone mea usted colonia. --Contempló al trasluz el frasquito con la muestra, lo olfateó-- ¡Enhorabuena! Chanel 5 para ser más exactos.
--Veamos que dice el análisis de sangre --dijo, mientras se untaba con dos gotitas del frasco los lóbulos de las orejas.
--¡Hmm! Parece que tiene usted una anemia ferropénica.
Mis encerados oídos entendieron "putapénica".
--Tendremos que hacer una exploración.
Mi encendida imaginación se disparó y transformó aquella bata blanca en un uniforme caqui de marca (de los que lo marcan todo vamos), la doctora y yo tocados con salakofs atravesábamos la selva a golpe de machete en busca de las minas del Rey Masaveu.
--Le voy a dar un volante para una endoscopia y una colonoscopia...
Mi escenario mental cambió la selva por un parque temático ubicado en las Ramblas de Barcelona, la doctora era ahora una guía cachonda que me mostraba la estatua del descubridor que señala con un brazo erecto la ruta de las Américas.
En cuanto la doctora me explicó que Colonoscopia no es una ruta panorámica para conocer la estatua de Colón, el brazo del Almirante de la Mar Océana adquirió una repentina flacidez. A medida que me sacaba de mi error mis ojos se iban abriendo como platos mientras que mi ojete se iba cerrando cada vez más con cada detalle de la intervención.
Me acompañó hasta la puerta del despacho.
--Mire, esa es la sonda que vamos a utilizar.
Por el pasillo salían unos enfermeros con las gomas que utilizaban, puedo decir que los cables submarinos que usa la Telefónica me parecieron más finitos y cortos. Aquellos hombres me recordaron a dos naturalistas del Orinoco portando sobre los hombros una gigantesca anaconda negra. Le pregunté angustiado si las gomas eran de un solo uso. La doctora trató de tranquilizarme contándome que esas mangueras se esterilizan entre paciente y paciente. O sea, en el siglo XXI aún no hemos encontrado algo capaz de limpiar en condiciones las manchas de pintalabios de la porcelana de una taza de café y ella intentaba camelarme con que unos funcionarios iban a conseguir limpiar aquellas siniestras gomas de toda la bazofia que se les iba a adherir en veinte mil leguas de viaje subintestino. Y digo yo, ya puestos, no sería menos humillante utilizar un par de metros más de sonda oral y cuando la cámara atisbase la luz al final del túnel emprendiese una marcha atrás menos humillante. Toda retirada a tiempo es una victoria.
Me despidió. Al final del pasillo entregué un volante tembloroso con aquellas dos palabras funestas a la auxiliar que coordinaba la agenda de citas. Me dio unas hojas de instrucciones para el preoperatorio.
--El día antes tiene que ayunar.
--Y ¿ no tengo que tomar un par de medicamentos tambiénnnnnnn?
--Noooó, eso sería si tuviera que hacer una colonoscopia.
--Pero ¡si es lo que pone en el volante!
--¡Ay! Es verdad, ¡Que tonta! Menos mal que me lo ha dicho. No olvide tomar los laxantes el día antes-- Y me cambió la hoja de instrucciones sin inmutarse.
Comprobé con esto que, en un gesto democrático, la oferta de las cajas de vino Masaveu la habían extendido a todo el personal de la clínica. Fijó la hora de las pruebas para el mediodía del 29 de Marzo.
29 de Marzo, 29 de Marzo, ¿de qué me sonaba ese día? --Creo que no tengo nada que hacer. OK, el 29 de Marzo.
* * *
Laxante en ayunas no es mi coctail favorito. La víspera de la intervención tuve una pesadilla. Soñé que el anestesista me inyectaba un líquido en las venas. Me invadía una sensación tan placentera que le dije al anestesista que si sobraba algo me lo metiera en un tupper. El doctor Siesta me dijo que se lo reservaba para él que esa noche tenía cena con cuñados.
Cuando el sedante me hizo efecto me quedé dormido, pero, como en un viaje astral, me fugué de mi cuerpo y pude darme cuenta de todo lo que pasaba. Pero todo lo que ví en aquella experiencia extracorporal me pareció tan surrealista como si aún estuviera dormido; como en un sueño, dentro de un sueño, dentro de un sueño, en una especie de "matrioska" onírica.
La doctora Caligari embozada, enfundada en una bata verde y un par de guantes criminales, ordenó con voz tamizada:
--¡Arriba el periscopio! ¡Torpedos Uno y Dos preparados! ¡Fuego al Uno! ¡Introduzcan la endoscopia!
Me habían colocado un mordedor plástico como de bebé, con un agujero en medio, pero lo que hicieron conmigo no era un espectáculo para todos los públicos, lo de "Garganta Profunda" no pasó de un besito superficial comparado con lo que yo tuve que tragar.
La doctora, con satisfacción sádica ordenó:
--¡Separador!
Un negrazo de manos enormes abrió las alas de mi bata de pedolibre y me separó las nalgas.
--Ahora viene lo bueno --exclamó la galena- Cruzó los guantes, hizo restallar los dedos y empuñó el extremo de aquella pitón negra. El enfermero negro se relamía luchando contra mis cachetes que se empeñaban en contraerse en un esfuerzo inútil de resistencia. Algo se revolvió en el interior de sus pantalones como si su propia mamba negra esperase a que le tocara su turno.
La Caligari me clavó aquel estoque inhumano. Fue una estocada certera, profunda y con mucha muerte.
Desde el techo del quirófano mi yo extracorporal contempló la escena de la pérdida de mi virginidad con lágrimas en los ojos ¡Qué ultraje! Sin un besito siquiera con el que aliviar el trance.
La doctora, de repente, se percató de algo. Se dió una palmada que reventó la bombilla que tenía en la frente:
-¡Hemos olvidado la vaselina!
-Doctora, el ministerio nos recortó la vaselina como un gasto superfluo. El que quiera vaselina que venga engrasao de casa.
Mientras repasaba mentalmente todo el árbol genealógico de la ministra ciscándome en sus muertos concluí que Mato no es buen apellido para una Ministra de Sanidad. En esas estaba, espetado por los dos extremos, convertido en un kebab humano, cuando unos obreros con mono azul, casco y un megáfono irrumpieron en el quirófano.
--¡LA HUELGA GENERAL, ES FENOMENAL! (la lírica de los slogans sindicaleros va más en la línea de Meccano que en la de Leonard Cohen)
El piquete rodeó al equipo médico.
--Tienen que desalojar el hospital. No ven que estamos en huelga.
--Y ahora que hacemos --les preguntó la cirujana.
--Si quieren vengan con nosotros a comer, -invitó el jefe del piquete-- tenemos reservado una fabada en un restaurante que queda aquí al lado. Anímense que paga el sindicato.
--Pero los del restaurante no estarán de huelga...
--Doctora, ¡¡¡¿¿¿ Está usted tonta o qué???!!!
Les vi alejarse cruzando la batiente puerta del quirófano. Antes de salir el sindicalista cogió una botella de cava Masaveu que estaba enfriando en una cubeta de hielo quirúrgico, la tenían alli para celebrar el éxito de las operaciones y como motivación para cirujanos pusilánimes. Con la mano libre agarró por la cintura a la doctora y le susurró al oído: "Presiento que este será el comienzo de una gran amistad."
Allí me quedé, sólo, empalado y abandonado sobre la mesa de operaciones. Bueno, solo no. Un piquetero rezagado y curioso se puso a juguetear con el instrumental. Cogió las palas de desfibrilar y me las aplicó en el pecho. Subió el potenciómetro al máximo y apretó el gatillo.
Me desperté de un brinco, doblado por el dolor y con el pijama empapado de tres fluidos distintos.Todos mis yos se volvieron a fundir en uno solo y recuperé la consciencia.
* * *
No sé si serán el Gobierno, la patronal, los piquetes sindicales o un grupo de terroristas enmascarados con un gorrito verde, pero lo que está claro es que el día 29 no me libra nadie de que me den por el culo.