miércoles, noviembre 19, 2014

TIEMPO DE GALERNA


Imagen: Laurie Lipton


Las últimas luces de la tarde se colaban por los inmensos ventanales del Ateneo. La silueta del palacio de los Revillagigedo, restos de una muralla romana recrecida en ladrillo visto, la Colegiata y algunos edificios actuales sin sustancia se apelotonaban en aquel encuadre acristalado; dos mil años de historia se daban codazos por aparecer en la foto. Más abajo, los barcos cabeceaban en la dársena tratando de proteger sus replegadas velas blancas de la grisura del invierno. Los cabos golpeaban en los mástiles desnudos con el esquileo de un rebaño marino; aquel sonido recordaba el tintineo de un comensal cuando golpea con una cucharilla la copa antes de iniciar un discurso.
 El edificio era un pastiche entre lo rancio y lo postmoderno, la recia mampostería se combinaba con las líneas rectas de un mobiliario anodino. La última planta estaba aún a medio restaurar, un montón de viejos libros y la  enmohecida pinacoteca permanecían arrumbados contra el muro cubiertos con la enorme loneta que alguien había reciclado cosiendo unas velas viejas.

Ese caos mal camuflado y poco estético, y una fatigosa escalera, ahuyentaban a la mayoría de esa sala pero a Silvia le gustaba disfrutar de ese aislamiento para corregir exámenes mientras sus hijos jugueteaban a su lado. La curiosidad infantil se sentía irresistiblemente atraída por los tesoros ocultos bajo ese inmenso bulto misterioso que disparaba su imaginación.
¡Es el fantasma más grande del mundoooo!   bravuconeó el chaval tratando de amedrentar a una hermana que siempre lo superaba en audacia. La niña alzó el pico del toldo y echó un vistazo.
El viento roló en el puerto. El cielo se tiñó de una negrura violenta. El tintineo de los balandros aceleró su ritmo. El martilleo tenía ahora la insistencia desesperada de una moribunda que golpease con una cucharilla el vaso de la mesilla de noche tratando de atraer inútilmente la atención de una familia inexistente en una mansión vacía.
¡Fuera de ahí! ¡Vais a romper algo! --les gritó al verles desaparecer bajo la tela. 

Un golpe de agua en los cristales hizo temblar los cimientos del edificio. Un relámpago extinguió de un soplido todas las luces de la ciudad.
Buscó a tientas en el bolso su móvil. La torpeza del nerviosismo hizo que tardará segundos largos como horas en encender la linterna. Con la fuerza y el instinto de una loba que siente amenazada a su camada descorrió de un sólo tirón aquel pesado  lienzo como si estuviera hecho de gasa. Revolvió retratos y libros a manotazos  para despejar el escondite de sus hijos.
La luz cruda del móvil devolvía a la vida por un instante a aquella galería de seres olvidados. Todos aquellos retratos, aunque eran de diferentes épocas y estilos, compartían el mismo aire de desolación en la mirada. El más grande representaba a una anciana rodeada por toda su familia. Su rostro era una mezcla de abandono, amargura y rencor a partes iguales. 

Silvia dejó de respirar. Una uña de hielo amarillo  le desgarró de un zarpazo todas las venas de su pecho al reconocer el brillo húmedo de la súplica en aquellos cuatro ojos que la miraban aterrados desde el regazo de la anciana. 

4 comentarios:

  1. Francamente bueno, con imágenes muy potentes. Lo del miedo es relativo y reflexivo. Cada cual tiene su otro lado del espejo, la fibra sensible a la noche, la luz, las niñas de hielo amarillo, al brazo que se regenera, al miembro que se pierde en una serrería de castores. Pero tu relato es francamente bueno. Felicidades.

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  2. Hostia, qué mal rollo.
    Y menos mal que no era una de esas pinturas abstractas.
    Si con una polaroid puedes captar el alma de una persona... imagínate con el óleo.

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    1. El resultado puede ser "troppo vero" al óleo.

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