miércoles, febrero 18, 2015

EL CHISPAZO

Espero que sabréis dispensar el tono meláncolico y teñido de nostalgia de estas semanas del mismo modo que nos mostramos indulgentes con la euforia desbocada y un tanto chusca de la gente cuando celebra que les ha tocado el gordo de la Lotería.



El pluriempleo era algo tan habitual en los años 60 que, por aquel entonces, lo que ahora llamamos conciliación familiar consistía en tratar de convencer al jefe para poder salir un poquito antes y así poder llegar a tiempo a la segunda o tercera ocupación habitual con las que completar el exiguo jornal.
Como ya os conté en alguna ocasión, mi padre simultaneaba su oficio de militar con otras muchas tareas; durante muchos años se sacaba un sobresueldo con el arreglo de televisores.
Siempre estaba rodeado de trastes: resistencias como hormigas de lomos cebrados, condensadores y transformadores pesadísimos, lámparas preciosas de multiples patitas y rematadas con un final picudo y plateado, cubetas de líquidos corrosivos y malolientes que deshacían como por arte de magia los circuitos integrados. La luz mortecina de un flexo y el humo acre del soldador envolvían todo aquello con una penumbra mística mientras las gotitas de estaño que iban cayendo formaban a sus pies un firmamento de espejitos estrellados. Un caos de herramientas y cables enredados, de máquinas de precisión de funcionamiento hermético y divertido; el polímetro con su aguja ultrafina midiendo la tensión de aquellos Frankenstein de hojalata que se resistían a recobrar la vida, el osciloscopio con sus coordenadas de luz tan misteriosas y sus bip bip tan irritantes.

Por aquel tiempo los fabricantes no habían oído hablar todavía de la obsolescencia programada pero aquellos viejos televisores tenían un defecto; con el tiempo el fósforo de la pantalla sufría un desgaste progresivo que hacía que las imágenes iban poco a poco perdiendo nitidez. Cuando apagabas el aparato la imagen se desvanecía desde los márgenes hasta el centro formando un punto de luz que tardaba en desaparecer. La avería era grave, obligaba a cambiar el tubo de rayos catódicos que era el elemento más caro del aparato y, como en aquella época nadie tiraba nada, la reparación era costosa.

Mi padre y su socio descubrieron que, si aplicabas una descarga de miles de voltios en el tubo, se producía una especie de milagro que sus escasos conocimientos de física no alcanzaban a explicar; el fósforo de la pantalla parecía rejuvenecer con la descarga y las imágenes parecían recobrar la luminosidad del primer día. La solución, como muchas de las cosas de mi padre, era un poco chapucera y un tanto temporal; al cabo de unas meses el efecto se iba perdiendo y las imágenes volvían a ser tan difusas como antes, pero al menos sus clientes habían disfrutado de telediarios y estudios uno durante varios meses más.

El año pasado mi padre ingresó en urgencias y entró en parada. Cuando nos dejaron pasar a la UCI un amasijo de cables y tubos salían de su cuerpo. Tumbado en la camilla estaba conectado a un montón de máquinas que me recordaron aquellos osciloscopios. El tiempo se me hacía eterno mientras miraba para ellos y tampoco esta vez comprendía nada de lo que sus números me querían decir. Me alarmaba cuando las cifras de aquellos monitores parecían dispararse tratando de, con el poder de mi mente, forzarles a recuperar lo que mi ignorancia pretendía que era un rango normal. Me devanaba los sesos tratando de interpretar cual de aquellos marcadores se correspondía con su ritmo cardíaco y cual con la oxigenación de la sangre sin saber si era mejor que subieran o que bajaran. Cuando aquel bip bip se disparaba se me encogía el corazón, en aquellos momentos solo la aparente indiferencia de los enfermeros ante la estridente alarma lograba tranquilizarme un poco, no del todo. Temía que en cualquier momento todas aquellas pantallas se fundirían en un punto final fosforescente acompañadas por un pitido continuo y letal.

El doctor, con gesto serio y un inquietante y negativo vaivén de la cabeza nos explicaba de un modo rudo y más bien poco técnico: "¡Cómo quieres que esté, tuvimos que darle chispazo, joder!" Contra todo pronóstico, después de aquella descarga de cientos de voltios, mi padre se recuperó ante la incredulidad de médicos y enfermeros, y nos regaló unos cuantos meses de una existencia eso sí, cada vez más difusa y desvaída. Una prórroga que disfrutamos como se disfrutan las prórrogas: con mucha emoción y el corazón encogido.

¡Lástima que los arreglos de mi padre hayan sido siempre temporales y un tanto chapuceros!


9 comentarios:

  1. perlita18/2/15

    Te abrazo Pazzos, fuerte. Un beso.
    La pasada madrugada desperte y me desvaneci en el pasillo...demasiada tension y el sistema se ha bloqueado. Ya ando sumergida en paraisos artificiales. Tras leer tu texto he pensado en que tal vez sea necesaria esa descarga adecuada, como la chispa de Bunbury. La electricidad justa para recuperar fosforo y reactivarme. Tengo que buscar. Y eso, que otro abrazo y otro beso.

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    1. Jo, Perlita.
      Cuídate mucho. Ponte en manos de los médicos que los hay muy buenos. Pastillas las justas y nada de Bunbury por prescripción facultativa (no me hagas ni caso y escucha lo que mejor te mueva por dentro).

      Un abrazo con mucha chispa, de la que pone los pelos erizados, de la que hace cosquillas y no da calambre.

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    2. Es justo en lo que pensaba cuando hablaba de chispa. Las que transmiten ciertas personas activan y acompasan el corazon. Gracias por el abrazo. Gracias por su chispa. Besos.

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  2. Anónimo19/2/15

    Gordo, te quedó muy guapa la comparación. Quién sabe a donde hubiera podido llegar tu padre con un poco más de presupuesto y maquinaria....riete de Apple!
    Saludos.

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    1. Sí, Berto, increíble lo que hacía con cuatro chismes. Me acuerdo un día que se puso a cacharrear con unos walkietalkies de juguete, nos subimos a la Providencia y se puso a hablar con una gente de Sudamérica.

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  3. Anónimo19/2/15

    ... justo ayer hizo un año que marchó mi suegra, ... qué edad más mala tenemos, envueltos de tristezas, pero bueno, supongo que es lo que toca, ... como se suele decir: la vida sigue y hay que disfrutar todo lo que se pueda, cuídate. Xhrst.

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    1. Gracias, Xhrst. Valoras más cada segundo.

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  4. Sí notaba yo el tono de tu pluma algo alicaído. Aunque la calidad de la escritura no decae.
    Bravo por el pasional monólogo interior de Islero (tres o cuatro páginas p'atrás).

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  5. Gracias, Caruano. Con Islero hay división de opiniones en el tendido.

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