miércoles, agosto 14, 2013

Palabras de paja


En la calle San Bernardo, allá por los años setenta, abrió sus puertas una cestería. El dueño, hombre mañosísimo, elaboraba con sus propias manos los canastos, bolsas, coberturas de damajuanas, espuertas, bandejas y sombreros que luego vendía.
Era tan hábil trenzando mimbres que en pocas horas terminaba aquellos trastos; nunca repetía un diseño, cada objeto era distinto aunque fuera por un mínimo detalle, una greca de un color distinto, un remate más tosco o más fino, unos nudos más ceñidos para un cesto tupido o más laxos que dejaban más aire en la trama cuando buscaba ligereza.

El negocio tuvo un temprano éxito. Sus clientes, la mayoría mujeres, compraban esteras para casa y esterillas para la playa, cestones para las merendolas de los domingos, fruteros, sillas de enea de bellísima factura, maceteros, felpudos de cañamazo y hasta serones para bebés. El artesano no cobraba mucho y tampoco hablaba demasiado, se entretenía lo justo para cobrar y retomaba la faena sentado en su sillita baja.

Cada vez que terminaba una pieza la colocaba al fondo de la tienda. Las ventas no iban mal, sobre todo al principio, ya se sabe... la novedad. Pero por bien que vendiera era más rápido anudando por lo que, por cada pieza que salía de la tienda a  él le daba tiempo a construir tres. Al cabo de unos años el local, que no era demasiado grande, se fue abarrotando de chismes sin vender, apilados unos encima de otros, montañas de bambú y caña intrincadas como una selva en equilibrio inestable. El hombre ensimismado en su trabajo te dejaba revolver a tu aire y no levantaba los ojos salvo cuando un crujido delataba a algún torpe que había pisado sin querer algo que tendría que pagar a tocateja al furibundo cestero.

En los ochenta la tienda estaba tan llena de cachivaches que el hombre tenía que tejer desde la misma calle, a las puertas de su negocio y cuando terminaba lanzaba la pieza a lo alto de aquel montón compacto. Era del todo punto imposible entrar en la cestería, ni encontrar nada. Sólo podía vender lo que se alcanzaba a ver desde el escaparate, con una caña larga este Diógenes comercial se hacía con el objeto que tú señalabas con el dedo en el cristal y lo pescaba con pericia. Todo aquello que no se veía era imposible de rescatar y se perdía para siempre, enterrado e irrecuperable, como esa carta que te pisan con otro naipe y que necesitabas para hacer chinchón, o esa historia sobre un excéntrico canastero que un día leíste en el Facebook y que quedó sepultada bajo otras muchas nimiedades.

8 comentarios:

  1. Los artistas son así. Crean, y crean sin prestarle importancia a lo demás y sin echar la vista atrás para disfrutar su creación...
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Elvis, el arte actual se ha vuelto más efímero que las flores silvestres.

      Eliminar
  2. Pues yo compraba esa vespa sin pensármelo dos veces eh??? ¡¡Es divina¡¡¡
    Me gustan mucho las cosas de mimbre. Las cestas sobre todo. Tengo varias y daría algo por que fueran artesanales y no de fabricación industrial...
    Los artesanos tuvieron su época de gloria y se vinieron abajo con la fabricación en serie. sin embargo, creo que hemos vuelto, o vamos volviendo, a valorar el trabajo artesanal donde se pueden apreciar la constancia, la creatividad, la originalidad de lo "único", en todo el sentido de la palabra.

    Un beso, Pazzos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Novicia, la Vespa siempre es bella; una Vespa con sidecar es sublime.

      Eliminar
  3. Perlita15/8/13

    Palabras de paja.

    La paja se la lleva el viento. Lo mismo dicen de las palabras. A veces conseguimos olvidar demasiado pronto, sin casi esfuerzo, lo que otros guardan como oro en paño o como prueba de un cruel suplicio. Escuchar puede serlo. Estas cestas de paja consiguen que el material adquiera consistencia, identidad. Y que perdure. Supongo que llevo a cuestas demasiadas cestas de paja y palabras. Saludos Pazzos.

    ResponderEliminar
  4. Perlita, hay palabras de paja y palabras de plomo. Unas se escuchan aunque no pesan, las otras se esquivan.

    ResponderEliminar
  5. Anónimo20/8/13

    ... lo único que se me ocurre es esa frase hecha que tanto habré escuchado: "lo esencial es invisible a los ojos" ... pues eso ... Xhrst.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Xhrst, "lo esencial es invisible a los ojos" es una frase de "El Principito" que no me gusta mucho, quizás porque las cosas invisibles me traen sin cuidado casi siempre.

      Eliminar