domingo, noviembre 05, 2006

CINZA

Algún reloj, en algún sitio, señaló la hora bruja.

En el lavabo de caballeros el tío Rulas me ofreció dos pastillas.
-Recuerda, Cinza, que los efectos duran sólo doce horas. Ten cuidado donde te pilla el bajón.

Me lavé la cara. El grifo del agua fría había sido cegado a martillazos.

En el espejo comprobé que mi traje de las bodas se había convertido en un smoking. La gente me abrió paso hasta la pista de baile. Me sentí ligero, dancé con la elegancia de Fred Astaire. Mis zapatos de tafilete se habían transmutado en sus botines de charol. Con un salto felino subí al escenario. Canté con la potencia de un huracán furioso y desbocado. Un grupo de fans se abalanzó sobre mí y me arrancó el micrófono. Me demostraron su cariño con excesiva energía. El precio de la fama…
Mis perpetuas adoratrices me arrastraron al exterior. Se despidieron de mí con emocionados recuerdos para toda mi familia, mostrándose especialmente cariñosos con mi madre.

Preferí quedarme un rato tumbado en el suelo mirando las estrellas. Parecía haber por lo menos el doble que otras noches.

Una groupie adolescente me levantó tirando por la corbata y me introdujo en el asiento trasero de una limusina blanca. El lacayo nos dirigió una mirada inapropiada e insolente. Nos condujo hasta el palacio de la misteriosa dama.

Hicimos el amor como posesos, demostró una sabiduría amorosa impropia de su juvenil inexperiencia, gozamos tantas veces y tan seguido que se diría un solo orgasmo prolongado hasta la eternidad. Caímos rendidos tras muchas horas de encarnizada batalla.

Cuando desperté pude vislumbrar su bello rostro apenas iluminado por el pespunte de luz que se colaba a través de la persiana. Gemía, sin duda prolongando en su dulce sueño aquella noche de amor. Me despedí con un beso de aquella bella durmiente.
La ninfa me dijo adiós con una frase enigmática.
-No olvides dejar los cincuenta euros bajo el vaso de los dientes.
Olvidé mi corbata en aquella alcoba.

Era muy tarde. Demasiado tarde. Regresé a casa corriendo. Cuando subía, sin aliento, por la escalera pude escuchar como el carillón de la Escandalera saludaba patrióticamente al mediodía. Fue inútil escarbar con la llave en la puerta blindada. Ella se había decidido, por fin, a cambiar las cerraduras del domicilio conyugal. Mientras me acurrucaba en el felpudo, la última campanada dobló por mí en aquel rellano.

8 comentarios:

  1. Jajajajaja! Maravillosa historia! Me he muerto de risa. Gracias!

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  2. En contraposición a mariano, reconozco en tu escrito la tristeza más cruda envuelta disimuladamente en una brillante alegría.

    Me gusta el dinamismo del relato y su concreción. Todas las frases dan paso a la siguiente con un nexo temporal y de acción.

    pd. te nos vas a convertir en el nuevo chef de la poesía...

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  3. Si, a mí no me ha acabado de asomarseme una sonrisa...se me ha quedado en agridulce mueca, como tu relato...

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  4. UNA PASTILLA DE EXTASIS PONTE TU>?>

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  5. Así es la propia vida: mezcla de sonrisas y lágrimas. De dulzura y acidez.
    También depende de cómo veamos esa realidad.
    Tú la has descrito perfectamente (aunque no sea tan real... (¿o sí?)

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  6. ¿Y hubo historia de amor entre el felpudo y Cinza?

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  7. Menos mal que el bajón no te cogió en el otro sitio...Imagínate el papelón

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  8. mariano, bienvenido a este blog. ¿Son tan aburridos los fiordos noruegos que te entretienes con estas tonterías?

    ana, te equivocas, no soy ningún chef, soy elqueloquemasiempre.

    nancicomansi, es lo que tiene la tragicomedia.

    loredana, y si en realidad se trataba de unas pastillas de leche de burra. La sugestión y el efecto placebo pusieron el resto.

    lunarroja, es ficción ¿o no?

    sintagma in blue, seguro que Cinza en alguna ocasión quiso acostarse con un buen "felpudo" y se levantó con un mal "felpeyu"*

    *para los que no sean de por aquí aclarar que un felpudo es sinónimo de pubis, por lo aterciopelado, mientras que un "felpeyu" es un adefesio.

    detective, Cinza no fue consciente del papelón por la euforia; en la alcoba, perdió la batalla antes incluso de desenvainar la espada.

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