miércoles, noviembre 13, 2013

NUNCA MÁIS


Era uno de los arenales más hermosos y blancos de Galicia. Un poco agreste, con ese grano fino y leve de unas minidunas que envidiarían hasta en el Caribe.
Era la hora en que las familias sacan a collejas a los niños del agua, hacen malabares a la pata coja para envolverse con un pareo y cambiar bañadores  por ropa interior en un prodigioso juego de magia de equilibrio pudoroso. Tiempo de desclavar sombrillas y enrollar toallas. La hora de refrotar y ensayar técnicas para desprender el rebozado de los pies  y recoger los bártulos. También era el momento para echar una última mirada a la orilla, quizás la última de aquel verano. Y, a pesar de ese último vistazo, tan intenso que pretendía atrapar todo aquel yodo, toda aquella espuma para envasarla hasta las próximas vacaciones, nadie pareció verlas. O mejor dicho, nadie quiso verlas.
Flotaban sobre las ondas como una invasión de hamburguesas tóxicas. No eran galletas como decían las televisiones, eran un BigMac de masa grasienta y apestosa. 
Paseábamos por la orilla como otras tardes. Hasta entonces nunca las habíamos visto, pensábamos que aquello era cosa de otras costas, de otras playas, que después de tantos meses del naufragio la mariña estaba a salvo porque ya no iban a llegar jamás. Pero estaban allí, arribaban como tortugas gigantes que acuden a desovar su ponzoña. Primero por decenas, luego fueron miles, al rato, nadie podría contarlas.

No dudó un momento. Corrimos a su casa. Cogimos todas las bolsas de plástico que había, también dos pares de guantes de goma. Volvimos a la orilla. Nos agachamos a recoger aquel estiércol repugnante. La playa estaba vacía, nadie se había quedado a contemplar el desastre, nadie quiso saber nada de aquel crimen. En el aparcamiento escuchamos arrancar al último coche.
Estábamos solos. 
Solos.
En un par de horas de doblar el espinazo cosechamos apenas una parcela mínima, un trozo insignificante de aquella inmensa playa, pero con aquella vendimia tinta llenamos todas las bolsas que teníamos.  El mar seguía vomitando aquella marea turbia, cubriendo de sucia bilis toda la línea de tierra. Tiramos aquella peste negra al contenedor, nos quitamos los guantes pegajosos y nos volvimos a casa con esas ganas de romper a llorar que te deja la impotencia.

Por la mañana volvimos. La resaca había devuelto al agua gran parte de aquella mugre. Una cuadrilla de Tragsa con sus uniformes blancos como de apicultor recogía con parsimonia las pocas plastas de chapapote que había dejado el mar. Cuando nos vieron apañando aquellas mierdas se dirigieron a donde estábamos, pusieron mucho empeño en que nos pusiéramos uno de aquellos disfraces blancos. Según parecía no estaba muy bien visto el voluntariado espontáneo, anárquico; bienintencionado pero caótico y desorganizado.  De ir por libre ni hablar. Cuestión de imagen institucional. Creo que también nos ofrecieron una mascarilla pero no nos gustó que nada nos tapara la boca. Les preguntamos si sabían por qué nadie había acudido el día anterior, se encogieron de hombros: nadie avisó, era tarde, no era su turno... Nos pusimos a limpiar, ellos por su lado, nosotros por el nuestro. En toda la mañana, entre todos, no recogimos ni la mitad de porquería de la que habíamos retirado el día anterior en un momento. El océano había barrido casi todo para ir a ensuciar a otra parte.
Nos miramos. Volvimos a casa, tristes de nuevo. 

Hoy he tomado unas copas con ella, diez años después de aquel desastre. He comprobado que sigue siendo tan guapa y tan buena gente como aquella tarde.



10 comentarios:

  1. Qué preciosete eres, Pazzos de mis entretelas. Qué fácil es quererte sin conocerte. Conocerte debe ser un placer de dioses.
    Un beso repleto de admiración, mua!

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    1. Flower, no todos los placeres de los dioses son recomendables ni edificantes.

      Un beso cargado de nitroglicerina.

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  2. El chapapote sigue existiendo. Ahora a otros niveles, más ... metafísicos. Ese es muy difícil de limpiar. Es el poder
    Un abrazo
    j

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    1. Unsui, tienes razón, todo está de un pegajoso que da asco.

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  3. Es terrible que aquel que se caga en todos nosotros, se sigue yendo de rositas.
    :(

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  4. Tesa, ellos se van de rositas y nos dejan el clavel para que lo paguemos.

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  5. Anónimo15/11/13

    Qué xulo!!! ... malos días los podemos tener cualquiera, lo bonito es poder recuperarse y seguir siendo tu mismo, para ti y para los demás, ... buena gente. Xhrst.

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    1. Xhrst, ser buena gente es lo más importante, ahí tienes toda la razón.

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  6. Mexan sobre nos e din que chove (debe ser algo así)
    Pues sí, mais inxusticia siempre cabe, y ahí están ellos, campando y riendo.

    · saludos

    · CR · & · LMA ·


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    1. Ñoco, lo malo es que ya no se contentan con sólo mexar.

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