jueves, noviembre 07, 2013

Estampas londinenses.


Os pongo en situación: Hora punta. Parada de metro de Victoria Station. Gente apretujada en una proximidad rayana en la promiscuidad. Ruegas a todos tus dioses para que el sobaco que te va a tocar en suerte esta mañana no sea el de un gorilón desaseado, ni tengas que hundir tus narices entre los pechos de una matrona perfumareada sino que te toquen las inmaculadas axilas de una ninfa que sólo huela a talco.

Tu cerebro gregario se espanta ante la posibilidad de una estampida que acabe con el rebaño formando un montonín sobre las vías, y tienes un debate interior entre si sería más angustiosa la muerte por asfixia y aplastamiento, por electrocución con la catenaria o por  desmembramiento y atropello de la locomotora.

Entre la plantilla del metro londinense  no existe la figura laboral del "aplastador": ese hombre calzado con guantes blancos que en las ciudades asiáticas empuja a los viajeros hasta comprimir lo imprescindible para que puedan cerrar las puertas. En su lugar, los británicos cuentan con una especie de guardavías armado con un megáfono que arenga a la muchedumbre para que no se descalabren como lemmings por el borde del andén, dejen salir antes de entrar y dejen libres las puertas cuando suene el pito. 

La cola es tan larga que llega hasta la galería de acceso al tren. En los ojos de la gente brilla algo de la locura desesperada de las reses cuando las embarcan para una muerte cierta, estirando mucho el cuello en busca de aire para respirar. Sin embargo, cuando alcanzo el vomitorio de entrada al andén todo parece relajarse. No es como otros días. La gente se distiende, no se empuja, todo el mundo se ríe y el espacio parece haberse multiplicado por arte de magia.

¿Cuál es la causa de este metamorfosis colectiva? ¿Por qué la gente ha perdido de repente las prisas y se cede amablemente el paso al vagón con tal de quedarse un ratito más en el andén? ¿Por qué todo el mundo ríe y parece tan contento?
En lugar de la habitual voz educada pero impersonal que apela al civismo de los viajeros, esta mañana el hombre que ha cogido el micro nos invita a disfrutar del momento, que el mundo es un lugar maravilloso, que cada minuto cuenta aunque el tiempo carece de importancia y que todo lo que necesitas es amor. Aunque no le entiendo ni papa su alegría es tan contagiosa, su optimismo tan saludable que me uno al coro de risas que inunda la parada. El humor hecho amor, amor por el prójimo; nunca había escuchado nada parecido. Aunque entre tanto mogollón nadie podía verlo, todos nos imaginamos al hombre del megáfono como un jamaicano con un peta entre los labios. Aquella voz unía el carisma de un gurú, la calidez de un amigo, la gracia de un gaditano y la locuacidad de un charlatán de feria. Irradiaba simpatía por los cuatro costados.  Y todos, por un momento, nos sentimos más felices.
No hay sueldo mejor pagado que el de este hombre.
El poder de la palabra. Mejor dicho, el poder de la música de las palabras.

15 comentarios:

  1. Creo firmemente en el poder de la música de las palabras, don Manuel.
    Muack!!!

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    1. Yo también creo en la música de tus imágenes.

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  2. Anónimo7/11/13

    Como siempre me he reído mucho y me han entrado ganas locas de que me lo cuentes en versión ampliada tomando algún vinito por donde ya sabes y me refiero a un lugar, no una parte del organismo, que te veo venir.

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    1. Con gusto te invitaría a ese vinito pero tendrás que decirme quién eres.

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    2. Anónimo7/11/13

      Léelo con acento gallego

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  3. Para eso se invento el glíglico, para poner música a las palabras:

    "Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia…."

    (Bombardino también parece una palabra escrita glíglico, o por lo menos, cuando te la metes en la boca suena como si tuviese melodía propia)


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    1. El capítulo 68 de Rayuela nos ha fascinado a todos. La jitánjafora es una de mis figuras retóricas favoritas y es anterior al glíglico de Cortázar. Un ejemplo de Alberti, hablando de la pintura de El Bosco:
      El diablo liebre,
      fiebre,
      notiebre,
      sepilitiebre,
      y su
      comitiva,
      chiva,
      estiva,
      silipitriva,
      cala,
      empala,
      desala,
      traspala,
      apuñala
      con su
      lavativa.

      Con mucho mérito cultiva la jitánjafora Torrente en "La saga fuga de J.B.".

      También Lewis Carrol usaba un lenguaje inventado el "Jabberwocky" que algunos traducen como el "galimatazo" (de galimatías).
      Y estoy seguro que entre los clásicos latinos y griegos habrá más ejemplos basados en la pura musicalidad de las palabras en vez de en su sentido estricto.
      Recuerdo que un amiguete las estaba pasando putas tratando de traducir unos misteriosos versos griegos que sonaban algo así como Potom, potom, potom. Su profesor tuvo que explicarles que no era más que la onomatopeya del golpear del tambor que usaban en las galeras para marcar el ritmo a los remeros.

      Y no me enrollo más que esto parece una tesina. Besos.

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    2. Creo que no tengo ni idea de lo que hablas, pero es interesante. En poesía sucede algo de eso, y persona mi ignorancia que hace que no me extienda en esto, solo oigo campanas.
      Me interesa el sonido, normalmente el sonido organizado con la intención de ser escuchado, se produzca o no en una sala de conciertos (o sea, la música según Cage), pero, por extensión, me interesa el sonido, así, en general. Y el silencio, tanto como el sonido.

      Un abrazo y gracias por ilustrarme (en serio lo digo)

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    3. Estoy yo guapo para ilustrar a nadie, José Luis.

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  4. Yo... realmente quiero ir a Londres, y puedo acompañar al del bombardino con el piano. Habría que negociar el atuendo, a mi edad.

    Un abrazo

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    1. Señor Ríos, el traje de lagarterana es distinguido a la par de elegante y da lustre a quien lo porta cualquiera que sea su edad. Lo que veo más difícil es adaptar su piano para que funcione a gas como el bombardino. Mejor se trae el órgano. Digo el instrumento. Digo... digo..., ve, ya me he hecho un lío.

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  5. Este Londres que cuentas es un moderno Hamelin.
    El optimismo y la alegría nos enganchan como ratas a aquella flauta.
    Bendita música que nos saca de la realidad.

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    1. Tesa, encontré Londres bonito como un cuento.

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  6. Anónimo10/11/13

    ... el optimismo hace sonreir ... una sonrisa es una imagen, una imagen vale más que mil palabras, no??, pues no se, se han dicho muchas cosas pero a mi se me ha quedado esa: la sonrisa de todos en la cara, qué bien!! Xhrst.

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    1. Xhrst, ¿sería un episodio de histeria colectiva? Pues, yo me apunto al siguiente, sea dónde sea.

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